En los dominios de Vico

domingo 06 de junio de 2021 | 6:00hs.
En los dominios de Vico
En los dominios de Vico

Pánico, Horror y Miedo debieron salir de sus casas para ir al Mercado Municipal ubicado en el otro extremo de la ciudad, adonde pensaban adquirir lo necesario para seguir viviendo. En el trayecto tuvieron que atravesar un sector intrincado de barrios dominados por el tirano Vico, precisamente, su reino material y concreto.

Este ser despreciable gobernaba el circuito con rigor extremo. Mitad producto de la naturaleza, mitad espíritu maligno fugado de la noche de los laboratorios, tenía a todos los habitantes del sector confinados en los rincones más oscuros, húmedos y ocultos de sus viviendas. Con solo oír su nombre el pavor se apoderaba de los vecinos y si lo sabían cerca se olvidaban de comer y de higienizarse, se abstenían de hablar, cantar y hacer cualquier movimiento que pudiera llamar su atención, pues, de saber que se encontraban allí, ingresaría a sus casas y luego de enfermarlos los enviaría al quinto infierno de la galaxia.

En el reino del malvado Vico el silencio era total. El movimiento no existía, nada parecía respirar, no había colores, sones, ventanas abiertas ni puertas entornadas. Ni las moscas, ni las mariposas, ni los gatos, ni los perros se dignaban aparecer. Los pájaros no volaban. En esas circunstancias, Pánico, Horror y Miedo pudieron desplazarse rápidamente por las callejas internas de los barrios como si lo hicieran en un tren eléctrico de última generación, pero, sin llegar a ninguna parte. No lograban avanzar y mucho menos encontrar la salida; pasaban de una calle a otra, de una vereda a otra, de un pasadizo a otro y siempre estaban en el mismo sitio, atrapados, girando en círculos concéntricos cada vez más pequeños.

Impedidos de respirar normalmente por las mascarillas que cubrían sus rostros para repeler un eventual ataque del invisible y agitados por el trajinar sin rumbo en las quietas calles de esos barrios interminables, se detuvieron en una esquina a considerar la situación mientras observaban las casas una a una encontrando en todas el mismo portal, una tapia y un cartel abrumador: “Quédate en casa”.

Llamaron a la puerta de la vivienda frente a la cual se habían detenido para preguntar adónde quedaba la salida del barrio y nadie respondió, cruzaron la calle y golpearon las manos en otra, hicieron todo el ruido posible y no obtuvieron ninguna respuesta. Los habitantes parecían haberse borrado del mundo. Estaban increíblemente solos en el aterrorizador imperio de Vico y sin ninguna casa donde refugiarse… en cualquier momento el malvado se acercaría y haría de ellos pasta, asfalto para pavimentar las avenidas de su fantasmal reino de sombras.

¿Qué quedaba por hacer? Habían sabido guardar la distancia entre ellos respetando el protocolo y ahora tenían la incomprensible necesidad de un abrazo. Desobedeciendo las reglas estrecharon filas y sintieron una nueva fuerza triplicando la energía de cada uno, eran más de tres contra la adversidad, tres en cada uno contra el monstruo. Muy juntos comenzaron a caminar hacia el este en busca de la salida del sol. Se movían entre las tinieblas de la soledad y la vida silenciada, entre las sombras y el abismo, al margen de la enfermedad, al borde de la muerte.

A lo lejos, elevándose por encima del horizonte vieron un resplandor en medio del cual parecía proyectarse un plano y en un punto donde la luz era más intensa, en el centro justo de la imagen, una puerta y una llave introduciéndose en la cerradura. La llave giró y la puerta se abrió dando paso a una decena de niños de todas las edades que aparecieron en el marco, lo traspasaron y vinieron directamente hacia ellos.

Los niños no hablaban y no parecían ser de este mundo. Una vez junto a ellos los envolvieron con la fuerza de una ola e invitaron a avanzar hacia una dirección que no pudieron precisar. El sitio indicado parecía ser una casa semiderruida ubicada al final de una calle cortada, lugar adonde se dirigieron moviéndose en forma de pelotón avanzando hacia un campo de batalla. Allí aguardaba lo desconocido y podría ser perfectamente la sombría perspectiva de un final impensado.

Empujados suavemente por los niños los sorprendidos amigos avanzaron hacia la extraña construcción. Semejaban un torbellino desplazándose, un vehículo desconocido en marcha mitad ser humano de múltiples patas, mitad gusano de varias cabezas que recorrió unos doscientos metros de calle y se detuvo frente a lo que quedaba de un edificio que alguna vez pudo haber sido esplendoroso y que ahora lucía oscuro herrumbrado y polvoriento en medio de la soledad.

Parecía no haber vida allí pero con gestos los niños indicaron que había que ingresar. Se acercaron a una carcomida puerta de doble hoja haciendo presión sobre ella empujados desde atrás por el tropel de infantes. En principio la vetusta puerta aguantó el cimbronazo pero luego sus hojas cedieron abriéndose de par en par y dejando ver en su interior el recinto de la nada: Un espacio enorme y vacío en forma de trapezoide irregular, amplio en las proximidades de la puerta y cada vez más estrecho acercándose a la pared opuesta donde se entubaba en un giro para abarcar un sitio que no era visible desde el umbral. Empujados por la locomotora infantil los amigos ingresaron y recorrieron un pequeño trecho del salón que se abovedaba al fondo sintiendo estrujarse el alma y el estómago a cada paso que daban. Detrás de ellos la puerta se cerró dejando a los niños afuera.

Corrieron hacia la puerta e intentaron abrirla pero les fue imposible… se había cerrado hermética e infranqueablemente dejándolos espantosamente solos de nuevo. Retornaron hacia el punto que habían alcanzado antes y optaron por buscar una salida en la curva del cilindro del fondo del salón. Con terror desconocido se adentraron en ella y comenzaron a avanzar uno detrás de otro en un espacio que se angostaba y oscurecía a cada paso que daban. Con Miedo al frente de la fila - porque Horror y Pánico no aceptaron encabezarla por nada del mundo- se fueron adelantando por el tubo, agazapados, transpirando, temblando más allá de lo soportable y en completo silencio. Por esas horas temían lo peor. Estaban en el palacio de Vico. Comenzaron a descender por ese extraño desfiladero cilíndrico hasta caer en un tobogán que los depositó en un sitio más tenebroso aún: Una habitación oscura, vacía, húmeda y nauseabunda cerrada por los cuatro costados. Todas las paredes parecían tapiadas, sin embargo, en una de ellas, la opuesta al sector adonde habían caído, una relativa luminosidad la diferenciaba de las otras tres. Hacia allí se dirigieron con un atisbo de esperanza.

Casi desfallecientes se acercaron a ella resbalando sobre un piso viscoso y lleno de desperdicios, comprobando que la pared estaba cubierta por un lienzo enorme, grueso y oscuro como el resto de la habitación; intentaron correrlo, levantarlo, abrirlo pero resultó imposible, sin un extremo que sobresaliera del que pudieran asirse para jalarlo hacia el interior y así poder desprenderlo, se vieron derrotados en el intento. ¿Morirían allí? ¿Habría algo más estúpido que morir en un lugar extraño sin saber el porqué y el para qué de tamaño sacrificio? Hubiesen preferido ver al siniestro, luchar con él y morir dignamente defendiendo la razón de ser de cada uno. La muerte y la vida cobrarían entonces algún sentido.

A partir de ese momento no trataron de evitarlo. Lo llamaron en principio a media voz, luego a los gritos, después haciendo todo el ruido posible sin obtener ninguna reacción por parte del temible supuesto morador… ante el silencio empezaron a preguntarse si el monstruo sería producto de la imaginación, si no estaban ellos mismos alentando la existencia de una sombra, de un enemigo mortal que actuaba por imperio de la autodeterminación del propio invento… gritaron... Solo un eco pareció multiplicarse en todos los espacios vacíos de la casa y de nuevo el silencio.

Se levantaron del rincón en el que se habían guarecido y se dirigieron hacia el lienzo buscando algo que sirviera para hacer en él un corte, un agujero, una fisura. No hallaron nada. La llave… pensó Miedo, tengo que evocarla, verla otra vez, en ella está la salida. Se retiró de la pared y se sentó a pensar con la cabeza entre las manos haciendo señas a sus amigos de que no lo molestaran. Tras un largo rato de meditación dijo a sus compañeros: Tenemos que volver al recinto, algo se nos quedó allí.

Emprendieron la penosa marcha de regreso subiendo por el tobogán apoyándose uno en hombros de otro, empujando, jadeando, avanzando contra la corriente que parecía querer relegarlos al olvido allí mismo donde se encontraban. Llegaron al lugar donde el cilindro se ensanchaba y avanzaron más rápidamente aunque temblando de solo pensar que podría encontrarse allí mismo y dar buena cuenta de ellos, la cuenta final.

No estaba. Miedo corrió hacia la puerta cerrada e intentó abrirla. No pudo. Buscó por todas partes, se tiró al piso tratando de introducir los dedos en la hendija en sectores más pronunciada y en otros casi inexistente que se formaba entre la parte inferior de la puerta y el tosco piso de ladrillos, sin conseguir nada, ganado por la desolación se levantó de allí y al hacerlo, un punto en el pesado marco carcomido por el paso del tiempo, el trabajo de las termitas y el polvo ancestral que cubría todo el conjunto, llamó su atención, escarbó allí y apareció un orificio del que colgaba, hacia adentro, un gran clavo oxidado aunque suficientemente entero y poderoso como para perforar un lienzo.

Ya no corrían, volaban hacia el cilindro, el tubo, el tobogán y el depósito nauseabundo donde cayeron por segunda vez. De allí a la pared cubierta por el lienzo. Trabajaron por turnos con el gran clavo sobre la tela para debilitarla tratando de lograr un orificio que les permitiera detectar de dónde provenía la luminosidad. Lo lograron después de una ardua tarea, momentos en los que no pensaron en otra cosa que en ver la luz. Verla y después morir. El desafío de continuar la vida parecía haberlos transformado.

El lienzo debilitado cedió en el lugar donde había sido atacado y en ese punto los amigos introdujeron las manos y tiraron firmemente hacia ellos. Resistía. Siguió la presión y la resistencia comenzó a ceder desprendiéndose de uno de sus extremos, rasgándose en el medio, dejando ver un ventanal tapiado por fuera aunque con intervalos regulares entre los maderos que permitían el paso de la luz.

¿Podrían vencer ahora a ese ventanal para intentar la salida por allí en el estado de debilidad extrema en que se hallaban? Se sabían hambrientos, sedientos y muy asustados pero vivos aún… Los vidrios parecían de un grosor casi tan inexpugnable como la doble puerta de la entrada y conquistarlos sería imposible a menos que contaran con alguna herramienta apropiada. En el lugar no la había y el clavo no serviría para ese cometido. Desolados se dieron cuenta que estaban como al principio, sin soluciones, detrás la nada, al frente el borde del abismo. El triste final solo era cuestión de un tiempo que ni siquiera podían medir. Miedo observó el lienzo derrotado en el piso.

Verlo y emprender la tarea de envolver el extremo caído en una de sus piernas fue todo uno. Luego de unas cuantas vueltas de la tela logró la protección que impediría que, al usarla como martillo sobre el ventanal, los vidrios lo hirieran acelerando su partida de este mundo. No podía permitir que esto sucediera, por sí mismo y por sus amigos que finalmente habían encontrado en él al líder abnegado y temerario que la mayoría de la gente necesita para seguir transitando los insondables caminos del porvenir.

Con la pierna derecha amortajada hubo que pensar en cómo imprimirle mayor fuerza al golpe que descargaría sobre los vidrios del ventanal. Debía ser un envión importante, por lo menos el doble de su peso proyectado en la descarga y no estaba seguro de conseguirlo tomando solamente como acelerador la escasa distancia que separaba a la ventana de la pared opuesta.

Asiendo el clavo que había descartado al principio por considerarlo inútil para la tarea a realizar, le dijo a Horror, -Tómalo con firmeza- luego a Pánico, -Tú, envuelve el brazo de Horror con el trozo de lienzo que pende de mi pierna, asegúrate de que no quede ningún resquicio por donde pueda ingresar un vidrio, toma el otro colgajo de lienzo que cuelga de la ventana y cúbrele como puedas el cuerpo y la cabeza, también a mí-. Hecho esto dio indicaciones a Horror de que empiece a martillar uno de los vidrios del centro del ventanal.

La tarea era difícil y parecía improductiva. El clavo no hacía mellas en el ventanal y poco a poco Horror fue perdiendo fuerzas y consecuentemente, el interés. –Con-tinúa - le dijo Miedo a modo de aliento - encontrarás un punto donde la resistencia del vidrio empezará a debilitarse…- y así fue, el estímulo dio frutos al imprimir Horror a su brazo una nueva fuerza. Un pequeño orificio y ascendiendo de él hacia las alturas una alentadora línea transparente, entusiasmó a los amigos… - Ahora déjamelo a mí- dijo Miedo y se preparó para descargar el golpe final.

Su única preocupación fue dirigir el golpe al lugar preciso. Midió la distancia con precaución, ensayó la descarga una y otra vez, respiró hondo tratando de no dejarse abatir por lo nauseabundo del aire que introdujo a sus pulmones y se lanzó sobre el ventanal como repeliendo a la muerte, desafiándola, gritándole que, donde había decisión y coraje, ella no tenía lugar.

Embistió la superficie lisa y dura con tal ahínco que su pierna traspasó la muralla y se detuvo en los barrotes de madera que imponían el último sello de seguridad a la abertura ya vulnerada. Un ahogado sollozo escapó de su pecho cuando, al reflejo de la nueva luz que ingresaba desde la ventana abierta, observó trozos de vidrios diseminados en todos los rincones de la oscura y maloliente habitación y a sus amigos, como perdidos entre ellos, llorando también al mismo tiempo, el triunfo y la derrota. El triunfo ante lo que nunca debió haber sido y la derrota de lo que pudo ser y no fue.

Apartar la tapia para saltar al exterior fue una tarea importante pero relativamente fácil considerando la energía revitalizante que experimentaban los amigos después de haber sorteado tan terribles obstáculos. Una a una las maderas fueron vencidas y por fin pudieron ver lo que había más allá: un huerto abandonado, un camino y la distancia. Después de retirar hacia el interior de la casa los últimos y peligrosos vidrios que aún quedaban, treparon a la gran ventana y se dejaron caer del otro lado desde una altura aproximada de tres metros.

Corrieron por los senderos del huerto abandonado donde germinaba sin barreras la maraña, dueña y señora del lugar, superaron la cerca de alambres de púa y matorrales espinosos y por fin se encontraron en el camino desde el cual, a lo lejos, divisaron un caserío.

Reviviendo la terrorífica experiencia vivida una nueva congoja ensombreció sus rostros… ¿qué suerte les aguardaría en el poblado que tenían a la vista? No había opción. Sin alternativas se dirigieron hacia el caserío que, en la medida que acortaban distancia se iba haciendo más extenso y denso hasta convertirse en un conglomerado multicolor emergiendo de la pradera. Ya no sentían hambre, sed, calor ni frío, solo deseos de correr hasta que se agotaran las fuerzas, la esperanza puso alas a sus pies y volaron hacia la promesa de vida que se divisaba cada vez más cerca. ¿El terror y la muerte habrían quedado atrás?

Ni bien llegaron a las primeras callejas de aquel centro urbano se dieron cuenta que el bullicio reinaba por doquier. La vida latía en la verde naturaleza que rodeaba el entorno y en el corazón mismo de la populosa barriada dejando ver personas que entraban y salían de casas y comercios, vehículos transitando de un lugar a otro, semáforos intercambiando los colores de sus lentes para permitir o detener el paso de automotores de todo porte que se desplazaban por calles y avenidas, campos de deporte llenos de adolescentes y jóvenes persiguiendo balones y haciendo movimientos gimnásticos, parejas paseando amorosamente por los senderos de los bulevares, niños jugando en los parques, vida… la vida respirando en plenitud.

Se quedaron contemplando el espectáculo y el llanto los fue ganando de a poco hasta obligarlos a hincarse de rodillas en tierra y dejar en esa hondonada como tributo a la suerte, sus nombres. Se rebautizaron entre ellos: Valor, Coraje y Arrojo. Y fueron felices, habían retornado al hogar.

La autora reside en Posadas. Libros editados: A mar abierto (poemario) y Cuando caen las hojas (cuentos y poemas) Editorial Universitaria 2008. Participó en varias antologías. Primer premio en poesía en el certamen literario organizado por los cuarenta años de la Legislatura provincial

Norma Nielsen

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