La Niña

domingo 23 de mayo de 2021 | 6:00hs.
La Niña
La Niña

De pronto supe que la niña me perturbaría.

Cuando me senté en el tren no le había prestado ninguna atención. Había subido como todos los días, rumbo al trabajo.

Hace años que voy al trabajo en tren. Dejé de ir en auto desde el día en que mi esposa murió, por mi culpa.

Me acomodé en un asiento, y entonces la vi. Hacía mucho calor adentro del vagón.

Una hermosa niña de unos tres o cuatro años. Bellísima. Parecía salida de una publicidad de golosinas o de una escena de una película almibarada. Rubia, piel de muñequita, labios redondos y perfectos. Y los ojos.

Los ojos. Claros, verdes, tan claros que casi son amarillos. “Como los de ella…” pensé. La niñita juega con la mamá que la tiene en su regazo. La madre es una mujer de unos treinta años, bonita.

Mi esposa murió hace cuatro años. En la “curva de la muerte”. Pero eso no me libra de la culpa. Yo había subido cansado a manejar, había dormido mal. Dijeron los peritos que me quedé dormido. Ella murió en el acto. Todavía recuerdo mi incredulidad al salir del auto volcado. Ella me miraba fijamente, con sus ojos claros, verdes, tan claros que casi eran amarillos. Un hilo de sangre atravesaba su mejilla. Ella me miraba con sus ojos claros, pero ya no me veía. Estaba muerta.

El tren no estaba tan lleno. Había gente, sí, pero no tanta. Por la pandemia.

De pronto la niñita se cansó de jugar y comenzó a mirar hacia el frente.

“Esa nenita tiene que tener tres o cuatro años”, pensé. Y ella murió hace cuatro años.

No quise pensar, pero mi cerebro no obedeció y como un relámpago se me vino la certera idea de que esa nena, esa niñita de ojos verdes, era la reencarnación de mi mujer. Asustado, desvié la mirada.

Realmente hacía mucho calor. Todavía faltaban muchos minutos para llegar a mi estación.

Pude serenarme momentos después y me maldije por tener ese tipo de pensamiento mágico. “Ella está muerta. La gente no se reencarna.”

La nena volvió a inquietarse y a jugar con su mamá.

Por fin, el tren llegó a mi estación. Comencé a bajar. La miré por última vez.

Y ella me miró fijo a los ojos. Y yo vi en los suyos una mirada de profunda tristeza.

Inédito. El autor es profesor de Lengua y Literatura. Tiene publicado el libro Superficies.

Carlos Miguel Zarza Machuca

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