El parecido

domingo 23 de mayo de 2021 | 6:00hs.
El parecido
El parecido

Habían asesinado a Somoza en Paraguay. Inmediatamente, se tomaron medidas de excepción; entre ellas, el cierre de fronteras. Éramos muchos los argentinos que aquel día habíamos pasado a Encarnación. Casi todos, a hacer compras. Yo procuraba rollos de película y ciertos accesorios de fotografía.

No hubo caso de volver. Para peor, el comando atacante estaba formado por guerrilleros argentinos. Se produjo desconcierto entre nosotros, y un justificado recelo. Cada uno buscó cómo arreglárselas para pasar la noche.

Me acordé de mi amigo Antonio, y fui a visitarlo. Antes de que yo le explicara la situación, me invitó a pernoctar en su casa.

-Mañana te irás. Seguro que podrás cruzar a Posadas a eso del mediodía. En último caso, te quedas hasta la tarde. Comemos algo y...

-¿Te parece que tan pronto se habrá solucionado todo? Él era optimista. Yo, no tanto. ¿Un mal presentimiento? Quizás.

El desasosiego signó mi sueño. Me desperté dos o tres veces a la madrugada. Cuando logré dormirme definitivamente, tuve pesadillas. Las de siempre: que procuraba correr, para huir de algún mal, y me quedaba adherido al suelo; que trepaba una barranca, pero no lograba ascender; que caminaba en la oscuridad, y al llegar a un re codo alguien estaba allí para asestarme un golpe mortal...

Avanzada la mañana (eran más de las nueve), Antonio vino a sacudirme. Me costó despertar.

-¿Es muy tarde? - le pregunté.

-No demasiado -me respondió- Levantate, que tenemos que hablar.

Sospeché que las cosas no andaban bien. Pero no imaginaba hasta qué punto me hallaba involucrado.

Antonio empezó por tratar de tranquilizarme, diciéndome que no era nada grave; que había que proceder con calma y prudencia; que tan pronto me identificara y diera a conocer mis antecedentes a las autoridades paraguayas...

A todo esto, yo no sabía de qué se trataba. Se lo hice notar. Por toda respuesta, Antonio tomó el diario de la mañana, lo desdobló y me mostró la primera plana, con el identikit de los supuestos atacantes de Somoza. Uno de ellos era mi retrato. Parecía haberse hecho sobre una de mis fotografías más recientes.

Me sentí desalentado; aturdido por la incertidumbre y el miedo. Un miedo pavoroso.

Acordamos lo que debíamos hacer: Antonio se presentaría ante las autoridades policiales con mis documentos y todos los antecedentes que yo pudiera agregar (eran pocos, la verdad, porque uno no viaja con su curriculum a cuestas); él, por su parte, testificaría conocerme de tiempo atrás, saber de mis honradas y pacíficas actividades; mientras tanto, yo permanecería oculto en su casa (no era conveniente que me vieran, pues me “reconocerían” enseguida, y no nos darían tiempo a nada).

Obramos según lo acordado. A la hora, vino a buscarme una partida. Los vecinos salieron a mirar...

Antonio me acompañó, el pobre; pero apenas llegamos, me encerraron, y a él lo obligaron a irse, con la promesa de que podría visitarme al día siguiente. Iban a solicitar de inmediato informaciones a Posadas.

Anotaron todos mis datos y me tomaron impresiones digitales. Luego, me llevaron ante el jefe. Este me trató amablemente, y hasta me alentó.

-Puede que mañana ya esté libre - me dijo. Tocó un timbre, y acudió un subalterno. Aquí empezaron mis males, pues el subalterno se permitió opinar que yo podría ser uno de los implicados, realmente.

-¿No vio el parecido, jefe? – le sugirió, luego de haberme encerrado bajo llave en la oficina contigua; desde donde alcancé a oír lo que hablaban.

-¡Mire si despué resulta que e’ mi’mo un guerrillero! ¿Qué van a decir de nosotro’ en Asunción? - Y agregó quedo algo que no logré captar; a lo cual respondió el jefe:

Bueno... ¡pero que no se les vaya la mano! Me dieron una salsa de primera. “Preventiva”, decía el subalterno, y se descargaba en franca y sonora carcajada.

Yo no estaba para bromas. Entre los planazos del subalterno (allá usan machete de hoja ancha) y los puñetazos “anatómicos” de un urso en camiseta, me desplomé a los diez minutos, para satisfacción del urso que había apostado a que no aguantaba un cuarto de hora.

Al tercer día toparon, por fortuna, con el subversivo del identikit, mi sosías. Aunque se les escurrió y no lograron atraparlo, bastó para que me dejaran en libertad. Justo al tiempo que llegaban mis antecedentes de Misiones.

Al salir, el subalterno me miró el rostro, lleno de magulladuras, un ojo en compota y un corte sobre una de las cejas.

¡Qué barbarida! ¡Cómo te ha pegado por tu cara ese prevalecido! ¡Angá! Ni están por conocerte allá en tu casa... - dijo, entre asombrado y compasivo. Como yo hiciera un gesto de fastidio, agregó, a modo de consuelo:

-¡Mejor pa vo’! ¡Así no te andan confundiendo con el guerrillero del “dientiki”!

Y se desparramó en una carcajada incontenible.

El cuento es parte del libro 10 cuentistas de la Mesopotamia. Amable fue miembro de la Academia Argentina de Letras

Hugo Wenceslao Amable

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