Gemelos (02/06/78 Argentina 2- Hungría 1)

domingo 16 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Gemelos (02/06/78   Argentina 2- Hungría 1)
Gemelos (02/06/78 Argentina 2- Hungría 1)

El Monumental rugía, repleto de hinchas argentinos que venían a ver a la selección en su primer partido por esta copa mundial, que se hacía por primera vez en el país. Todas las gargantas cantando al mismo tiempo y los papelitos volando sobre el campo de juego. Sobre el césped el equipo no terminaba de acomodarse y los húngaros tenían mucha velocidad, diferente a la dinámica del equipo local. 

-Pero que bárbaro estos secos, no sé qué les pasa.

-Si, Luque está muerto y ese Kempes mirá, no sé qué piensa Menotti.

El estadio enmudeció cuando a los 9 minutos de iniciado el encuentro Csapo le marcó el primer gol a Fillol. Los cánticos tardaron en tomar ritmo, pero solamente 5 minutos después Leopoldo Jacinto Luque empató el partido. El abrazo de los hermanos se unió al de todos los demás. Hasta la Junta de Gobierno, que estaba en pleno con Massera, Videla y Agosti, se paró y gritó el gol a todo pulmón.

En el entretiempo Julio compró un café para él y otro para Claudio que se frotaba las manos en la platea por el frío de la noche. Se reencontraban después de una ausencia imprevista de Claudio, lo llamó de repente y le dijo que tenía dos entradas y se encontrarían en el bar de Libertador al 3700 para ver el partido. No hablaron mucho más que de fútbol, pero Julio lo veía cambiado.

El segundo tiempo trajo el festejo por el gol de Bertoni, dándole la victoria 10 minutos antes del final. Salieron cantando entre la multitud, Julio mucho más entusiasta que Claudio, que se mantenía más calmado. Caminaron las calles de Núñez rodeados de gente que circulaba entre las vallas y los policías con perros que no hacían falta, estaban todos demasiado contentos. Caminaron bordeando la vía recordando otros tiempos cuando eran pibes y recorrían esos lugares sin otro temor que al castigo de su madre, que nunca pasaba de una penitencia o una tarde sin dibujos en la tele. Se hizo un largo silencio.

-Tengo que irme, sabés- comenzó Claudio con voz grave.

-¿A dónde te vas?

-Me voy afuera, me amenazaron.

-¿Quiénes te amenazaron?

-No sé, no te dicen. Supongo que es gente de los servicios, que trabajan para el gobierno.

-No jodas boludo ¿Qué hiciste?

-No hice nada Julito, el otro día se llevaron a un compañero de trabajo, después a otro y a mí me llamaron 3 veces por teléfono.

-¿Es por el tema del gremio?

-Puede ser, pero yo soy un pinche, no soy dirigente.

-¿Y estás seguro que son del gobierno?

-Si, son milicos. Tienen servicios especiales.

-Mirá que boludo que soy, gritaba Argentina, Argentina cuando saludó Videla. Con razón vos estabas callado.

-No conviene que sepas nada y no te voy a ver más hermano, tampoco puedo ir a casa de los viejos, tenés que saludarlos de mi parte.

-Pará ¿Qué te pasa? Algo se debe poder hacer, hablar con alguien.

-No se puede, yo ya sé como es esto. Vos no sabés nada porque trabajás en tu negocio, tenés tu familia y no te metés con nadie y está bien.

-¿Que tiene que ver que esté casado?

-No tiene nada que ver, pero hay gente que depende de vos. Siempre fuimos distintos, aunque seamos tan parecidos.

Caminaban en la semipenumbra de la iluminación callejera, que se abría paso entre los árboles del Bajo Belgrano.

-¿Che, no había una villa acá?- Preguntó Julio

-Si había, pero los milicos la demolieron ¿No lo viste? Vos vivís acá en Barrancas.

-No me di cuenta ¿Y con los que estaban acá que hicieron? No me digas que los mataron a todos porque no te la creo.

-No, a los bolivianos, paraguayos y peruanos los deportaron y a los del interior los mandaron de vuelta a su provincia, con eso de Marchemos a la frontera, viste la propaganda.

-Yo no sabía nada, te juro.

-Por eso te digo y si te llegan a preguntar algo, hace más de un mes que no me ves.

-Bueno, pero me parece que estás exagerando, yo igual mañana voy a llamar a un abogado amigo y le voy a consultar.

-No hagas boludeces, quedate lo más callado que puedas, haceme caso.

Llegaron en silencio hasta el último paso a nivel antes de la estación de Barrancas de Belgrano, la avenida Juramento estaba bulliciosa todavía por los festejos del primer partido ganado por la selección. Se despidieron con un abrazo silencioso.

Claudio escuchó la frenada de un coche cuando iba subiendo al andén para tomar el tren, Julio ya estaba llegando a la esquina. Un hombre bajó y lo hizo subir al auto sin patente, él ni siquiera se resistió. No escuchó los gritos desesperados de su hermano, ni lo vio correr para tratar de prevenirlo.

Claudio todavía lo busca, junto con su madre, la esposa y sus dos hijos, que lo siguieron haciendo cuando él tuvo que exiliarse.

El relato es parte del libro “78, el otro mundial”. Lavalle publicó además Sarita (novela), Releyendo mitos (cuentos), Andrés y la Melchora (novela), entre otros.

Jorge Lavalle

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