Baila mi hermana, que está en Oberá

lunes 10 de mayo de 2021 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Los viajes de fin de curso en los colegios secundarios, están llenos de historia risueñas, o a veces, complicadas.

Estas excursiones que tradicionalmente se realizaban a Bariloche, en un principio eran organizadas por profesores del colegio, que solían acompañar a los chicos en el viaje.

Después aparecieron las agencias de turismo que ofrecían todo el paquete con el transporte, el alojamiento, las comidas y la diversión. En este esquema se armaba una comisión de padres y la institución sólo asesoraba.

El quinto año de la escuela Normal de Apóstoles empezó con la campaña de la búsqueda de fondos para tan ansiado viaje.

Desde la tradicional rifa, la venta de pastelitos, empanadas, pasaron por el tema de discusión, la situación económica de los alumnos y sus respectivas familias.

Prosperó la idea de organizar un baile en el Salón Parroquial de Azara y se pusieron las pilas para concretarlo.

Con el cura párroco de la localidad se alquiló el local y se fijó la fecha de realización del baile, un sábado de invierno.

Con el entusiasmo propio de los estudiantes se preparó la logística de la reunión danzante que debía dejarle una ganancia para destinarla al viaje de egresados.

Se contrató una orquesta de San José y desde el mediodía en la estanciera celeste y blanca de Pablo Korol, se promocionaba la fiesta por medio de un parlante.

El locutor era el ocurrente Enrique Omar Dirieu, que a viva voz exclamaba:

-¡Esta noche gran baile en el Salón Parroquial de Azara;

Carnaval de invierno, con el afamado conjunto “Estreyas del Caribe”. ¡No falte diversión con todos los ritmos!

Insistía con la muletilla del carnaval del invierno y el nombre de la orquesta en porteño.

La falta de experiencia y el deseo de obtener una ganancia superior los llevó a la idea de cobrar una entrada única de cien pesos por persona.

Mientras acondicionaban el salón y la cantina para la fiesta, aparecieron las primeras tres chicas para disfrutar del baile; recién estaba entrando el sol.

Los estudiantes entusiasmados y augurando un rotundo éxito, le trasmitieron el precio único de las entradas.

Para sus sorpresas, las jovencitas le respondieron que en Azara las damas no pagaban entrada en los bailes y se quedaron afuera.

El quinto de la Normal entendió que si las chicas no entraban el baile iba a ser un fracaso, por lo que accedieron al ingreso gratuito, manteniendo los cien pesos para los caballeros.

Los contratiempos continuaron con los hombres que consideran elevado el monto de la entrada y la comisión no resolvió inmediatamente la cuestión, con la ilusión de que los quejosos abonarían finalmente la entrada para no perderse la fiesta.

La orquesta empezó a ejecutar la música, pero nadie bailaba porque faltaban los caballeros. Los varones del curso decidieron invitar a las chicas para que empiece la diversión.

En esa época se estilaba que la invitación para bailar debía realizarse en la mesa donde la chica se encontraba.

Uno de los chicos se acerca a la mesa e invita:

-¿Querés bailar?

-¡Yo no bailo le contesta!.

Quizás no quería bailar con él, o estaba esperando a otra persona.

Contrariado el chico insiste:

– ¿Entonces para qué viniste al baile?

No se hizo esperar la respuesta:

– ¡Yo no bailo, baila mi hermana!

– ¿Dónde está tu hermana?

– ¡Mi hermana está en Oberá!

Risas.

Se decidió reducir el 50% el costo de la entrada para los hombres con la ilusión de que el número de asistentes se reflejara en la recaudación.

La orquesta Estrellas del Caribe estaba compuesta por siete personas y tocaron en forma ininterrumpida reemplazándose entre ellos; uno descansaba y otro tomaba el instrumento o cantaba.

Las chicas y chicos del curso también bailaban en la pista para invitar a la concurrencia a hacerlo.

Mientras transcurría la noche, unos parroquianos solicitaron ingresar a la cantina, no querían ir al baile.

El espacio era anterior a la pista y allí se vendía cerveza, vino, gaseosas, empanadas y sandwiches de miga. Los hombres solicitaban vino y empanadas.

Hubo que colocar otra mesa en el hall de acceso a la pista para percibir el monto del ingreso, porque los que pidieron ingresar a la cantina, “con una copa encima” se mandaban directamente al otro salón.

A las 1.30 de la noche un grupo de curso regresó a la ciudad de Apóstoles y como medida de precaución llevó consigo una parte de la recaudación.

Estrellas del Caribe continuaba con la música de todos los ritmos, la cerveza y el vino consumido generaron un ambiente de alegría y tensión a la vez, por el temor, de que se surgiera alguna pelea entre el público.

A las 2.30 un emisario del cura párroco informó que el baile debía concluir a las 3 de la mañana, lo que generó la queja airada de los asistentes y la contrariedad de los chicos del curso que nada sabían al respecto.

Casi inmediatamente irrumpió en el local un parroquiano dispuesto a pelearse con alguien aduciendo que le habían robado las riendas de su alazán, salieron presurosos los organizadores y los curiosos que nunca faltan, y apreciaron que el animal tenía colocadas estas como corresponde. El hombre en evidente estado de ebriedad montó al revés.

La seguridad del baile tenía un solo agente de policía afectado a su custodia, era imposible que éste pudiese controlar cualquier desborde y menos ordenar la conclusión del a las 3 de la mañana.

Rápidamente se dirigió a la comisaría y regresó con otro uniformado.

-¡Dijo el comisario que a las 3 se termina el baile y si no hacen caso, van a dormir en el calabozo!

Se calmaron los ánimos y la gente se fue retirando del lugar.

La organización tenía que abonar el cachet a los músicos, entre tantas idas y vueltas, desorden mediante, advirtieron que el dinero recaudado no alcanzaba para cubrir el monto acordado.

Esta vez el problema era con los músicos, que les prepearon a los chicos por el dinero.

Tuvieron que poner sus escasos recursos para evitar problemas mayores.

La estanciera de Pablo trasladó a los músicos y sus instrumentos hasta la localidad de San José, mientras el resto debía limpiar el salón para entregarlo en condiciones.

El balance del Carnaval de Invierno no arrojó ganancias, y fue el comienzo del frustrado viaje de fin de curso que todo estudiante del secundario anhela.

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