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Un argentino en París

lunes 03 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Un argentino en París

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

En la película ‘Un argentino en Nueva York’, protagonizada por Guillermo Franchella y Natalia Oreiro, además de la trama argumental, se aprecian los innumerables inconvenientes que tiene el actor con el uso del idioma.

Desde la recepción en el hotel, la pregunta al conserje sobre el lugar del bidet o el pedido de que le traiga leche para agregar al café a la camarera, nos muestran cuán difícil puede resultar la comunicación ante el desconocimiento del idioma.

No lo quedan en zaga las peripecias que vivió por este motivo el abogado del foro local Martín “Nito Ramírez” en el Mundial Francia 1998.

Como amante del fútbol, Ramírez adquirió los vuelos desde Buenos Aires a Madrid, ida y vuelta, y los respectivos tickets para presenciar los tres partidos de la fase de grupo donde jugaba Argentina.

El 14 de junio contra Japón en Toulouse, el 21 de junio con Jamaica en París y el 26 de junio contra Croacia en Burdeos, luego el regreso.

Nito, haciendo gala de solvencia de viajero, empezó a viajar solo, para juntarse con los grupos de hinchas argentinos en las ciudades donde éstos se hospedaban.

El primer destino era la ciudad de Perpiñan en la frontera española, para eso debía descender del tren en Canet-Plage, algo así como la playa de la ciudad. Eso trato de explicarle a la agente del servicio que entendió “Leclerc Le Cannet” un pequeño poblado en la frontera italiana, allí descendió porque quizás terminaba en Roma.

Grande fue su sorpresa al arribar, casi al anochecer, hablando con la gente sin que nadie lo entendiera.

La estación fue quedando vacía y Nito perdido en medio de la nada. La noche se le tornaba cada vez más oscura.

Como a Franchella en la película, luego de estar solo un largo tiempo, le aparece una Diana Lamas, que hablaba un dialecto catalán y le entendió el 60% de las frases que le arrojo Martín.

Esta mujer bondadosa le gestionó una comunicación por cobrar a la Argentina, porque él quería hablar con sus padres.

Sus progenitores le atendieron y el protagonista de la historia lloró desconsoladamente durante 15 minutos.

¿Por qué llorás?, le interrogaron.

-¡Por qué aquí nadie me entiende, quería hablar con alguien que me entendiese!

La señora que hablaba en catalán gestionó con un amigo para que lo trasladase hasta una estación para emprender el regreso.

Sabía que debía descender del tren en Perpiñan, al llegar a la estación no pudo apreciar el cartel indicador del destino y siguió de largo, ahora con destino a España.

Pudo bajarse en la estación siguiente y una pareja canadiense lo orientó.

El Mundial se estaba jugando, vinieron muchos japoneses, la entrada costaba como 100 dólares, a Martín los ponjas le ofrecieron 2.000 para que les venda. No quiso, quería ver el partido en el estadio.

Estuvo en París cuando la selección goleó a Jamaica y en Burdeos cuando derrotó a Croacia.

Nito Ramírez debía regresar a la Argentina, pero decidió quedarse. Dejó abierto el ticket del vuelo de regreso y “haciendo un poco de polizón” buscaba a conocidos para alojarse en la cercanía de estos e ir a ver los partidos.

El partido con los ingleses fue intenso, tuvo de todo, duelo de hinchadas, penales, expulsión de David Beckham y definición desde los doce pasos.

Le atajaron el disparo a Hernán Crespo y Lechuga Roa tenía que detener dos; le contuvo a Paul Ince y David Batty. Argentina pasó a cuartos en medio de un delirio total.

Martín Ramírez, como el resto, quedó afónico de gritar en el triunfo.

Se encontró con el diputado Lenguaza, el odontólogo, no el abogado; y compartió en Aviñón, la ciudad amurallada, una de las noches más lindas del viaje. Tres mil argentinos cantaron alentando a la selección después del partido en Saint Étienne.

En uno de esos tantos viajes, terminó amaneciendo en el Puerto de Marsella, uno de los más importantes de Europa y también uno de los más peligrosos.

Mientras los hinchas entonaban consignas de aliento al equipo, él aprovechó para subirse sin estar en la lista de pasajeros y viajar desde Cannes hasta Marsella para presenciar el partido con Holanda.

Fue el último, porque Argentina quedó eliminada y se terminó la ilusión.

Al día siguiente abordó un vuelo desde Niza a Madrid y de allí a Buenos Aires.

En el vuelo de regreso, mientras recordaba los detalles agradables del viaje, se le vino a la memoria también lo de la noche en la frontera italiana cuando su madre le preguntaba:

-¿Por qué lloras mi hijo?

-¡Por que necesito hablar con alguien que me entienda y en este lugar nadie lo hace!


Publicado en ideasdelnorte.com.ar.

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