La mujer de la biblioteca

domingo 02 de mayo de 2021 | 6:00hs.
La mujer de la biblioteca
La mujer de la biblioteca

Una a una, las campanadas de medianoche comenzaron a sonar en la biblioteca. El sereno, encerrado en la oficina, sentado en un viejo sillón, esperó expectante el ritual de la primera noche de luna llena.

Hacía un par de meses que don Goyo se había jubilado luego de muchos años de trabajo y Manuel lo reemplazó. Por la ventana podía observar el movimiento de un sector de la biblioteca, en especial donde se encontraban los libros más antiguos, que casi nadie visitaba.

Con la última campanada comenzó a materializarse una bella mujer vestida de blanco. Se quedó muy quieto, casi sin respirar. La observaba cómo recorría lentamente los distintos anaqueles, tomaba algún libro de leyes, lo hojeaba, luego otro y otro. Le llamó la atención que la mujer no iba al sector de los viejos libros infantiles y de amor, ya había pasado lo mismo las dos veces anteriores.

Don Goyo le había advertido de la situación, alentándolo para que no tuviese miedo, ella no le haría daño. Debía quedarse en silencio, sin abrir la puerta ni responder en caso que lo llamase.

Cuando el reloj dio la campanada de la una, la mujer giró hacia la ventana de la oficina, miró un instante hacia adentro, como buscando algo y se marchó lentamente hacia el lugar desde donde había salido, esfumándose entre los libros.

Manuel trató de ubicar el punto justo donde la dejó de ver. Cerca del amanecer, con las primeras luces del día, se armó de valor y se acercó al lugar. Observó que uno de los libros estaba ligeramente fuera de lugar. Éste tenía apariencias artesanales, con tapa de cartón y hojas muy finas escritas con máquina de escribir. No tenía título y parecía la historia de una bibliotecaria del lugar. Dejó el libro en su lugar y apenas llegó el encargado se dirigió a su casa. En su cabeza le daba vueltas lo que nuevamente había vivido.

Sentía preocupación, no miedo. Don Goyo había convivido tanto tiempo con esa aparición sin sufrir daño, por qué le iba a pasar justo a él.

Al mes siguiente esperó con mucha curiosidad la llegada de la luna llena. Apenas iniciadas las campanadas de las doce, la mujer comenzó a aparecer. Era muy bella, extremadamente pálida, con cabellos plateados y un largo vestido blanco. Luego de caminar entre los libros y hojear algunos, se dirigió al salón de los cuadros de personalidades de la biblioteca, lugar hasta donde no llegaba el campo visual de Manuel. Un momento después salió y se detuvo mucho más tiempo mirando la ventana donde él permanecía estático y en silencio. La campanada de la una puso fin a la observación y lentamente se deslizó entre los libros, desmaterializándose en el mismo sector.

Esa noche fue rápidamente al mismo libro, lo trajo a la oficina y comenzó a leerlo, no sin dificultad. Por el tiempo, las letras del reverso sobresalían en el anverso y lo teñían de un color más oscuro que hacían difícil la lectura.

El libro contaba la historia de la señorita Alba, una bibliotecaria que en algún momento trabajó allí y cuya foto recordaba haber visto en la biblioteca. Era una bella historia de amor que termina trágicamente cuando ella, presionada por su amado fallece en un aborto. Al leer algunas páginas, le llamó la atención que quien escribió el libro parecía ser la misma protagonista. Dejó el libro en la oficina y cada noche leía una parte que luego lo compartía con su esposa que se sorprendía de la historia.

Luego de la última aparición, grande fue su sorpresa cuando el encargado de la biblioteca le preguntó si había cambiado de lugar los cuadros del salón. Recordó que la mujer había entrado allí. Esa noche vio que el cuadro de Gregorio Fernández, don Goyo, el sereno jubilado, cuyo cuadro había sido colocado la semana anterior, aparecía junto al de Alba Mercado.

Una nueva luna llena encontró a Manuel sentado en la oficina, con el sillón cerca de la ventana para observar mejor. Las campanadas comenzaron a sonar, pero esta vez la mujer no apareció. Sintió frío, su corazón comenzó a latir desordenadamente y tuvo miedo. Recordó el libro, se dio vuelta lentamente y la vio. Detrás suyo, más radiante que nunca, la mujer con el libro en sus manos lo miraba sonriente. Sintió el ahogo de su abrazo sobrenatural y el éxtasis de un placer sin igual.

Al día siguiente, las noticias policiales hablaban de la extraña muerte del sereno de la biblioteca. A su lado fue encontrado un libro abierto, con un final manuscrito:

 “Amé mucho y por amar no fui. Por años peregriné entre libros buscando justicia. No pude llevarme a quien destrozó mi vida, más llevo a quien al leerme me devolvió el amor”.                                                                                             

El relato es parte del libro Ramos Generales: Mboyeré, editado en 2020. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro, Corrientes

José Pereyra

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