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Los cínicos en el Día del Animal

miércoles 28 de abril de 2021 | 6:00hs.
Los cínicos en el Día del Animal

En Argentina, el 29 de abril es el Día del Animal, recordatorio del nacimiento de Ignacio Albarracín, sobrino de Sarmiento, por ser el fundador de la sociedad que los protege.

La historia dirá que el primer desencuentro del hombre con los animales aconteció en el paraíso terrenal por causa de una serpiente. El diablo metido en el cuerpo del pobre animal reptante incitó al pecado a Adán y a Eva y por ese yerro original todos fueron expulsados del paraíso y condenados a subsistir como podían. Así, tanto el hombre como los animales, debieron buscar su propio sustento y para ello cada especie famélica no encontró mejor forma de alimentarse que devorando al animal más débil. De esta forma, la naturaleza no siguió siendo el paraíso, sino que se convirtió en un gran ring de la lucha por la vida y en el cual los más fuertes supuestamente triunfarían. Arrojados del paraíso, cada especie tuvo su propio sino, pero con una gran diferencia: Dios le dio al hombre la razón y le metió el diablo en el cuerpo. Los otros perdieron la capacidad de razonar, pero sin el diablo en su anatomía. De ahí ambos tienen el mismo principio universal de subsistencia: matar para alimentarse, nada más que el hombre además mata a los de su misma especie por alguna mala sin razón. Se dio con los primeros hermanos cuando en la inmensa soledad terrestre Caín mató a Abel por culpa nuevamente de un animal. Esta vez una oveja robusta dada en ofrenda a Yahvé, que fuera recibido con más agrado que los productos agrícolas ofrecidos por el otro. Fue el principio de los celos, la envidia y el crimen. También este manso animal tendría un significado especial para los cristianos. Cristo se llamó así mismo pastor de ovejas del rebaño de los que creyeran en Él. Y el ícono del cristianismo, el Espíritu Santo, está representado por otro animal: la paloma. Ave que al formar pareja no se separa jamás. Precisamente palomas mandó Noé para que observaran si las aguas bajaron y se había formado tierra firme después del gran diluvio mandados por Dios para destruir a los pecadores, salvando solo a Noé y a su familia para dar inicio a una nueva estirpe menos malvada. Y le indicó que salvara a todos los animales de la tierra, incluido al escorpión que siempre pica por instinto, metiéndolos a cada especie por parejitas en el arca que construyera. De esa manera los animales siendo inocentes fueron arrancados de su cómodo hábitat natural y encerrados en el enorme cajón flotante. No obstante la promiscuidad, el arca se convertiría en el símbolo de la convivencia universal y Noé en el primer filántropo protector de animales. Después, con el devenir del tiempo, algunos irracionales fueron objeto de adoración como el buey Apis, chivos en las hogueras para expiar pecados del hombre, caballos usados en guerras y otros feroces para diversiones cruentas en los circos romanos. Moisés fue el primero en tratar de clasificarlos y en una de sus divisiones expresó que “podían comerse todos los animales de pie partido menos el cerdo”. Claro, la carne consumida del porcino con la terrible Triquina spiralis diezmaba al pueblo hebreo en su huida de Egipto por el desierto. En realidad, el primer estudio taxonómico fue de Aristóteles cuando definió qué seres son animales, cuáles vegetales y los diferenció de los minerales. Por ese entonces, indiferente a las cuestiones de quienes somos y a dónde vamos deambulaban en Atenas los cínicos. Llamados así porque tenían su antro de reunión al lado de un sepulcro de canes, kino en griego. Decían filosóficos que el hombre para reencontrarse consigo mismo debía renunciar a boatos y riquezas y vivir en consonancia con la naturaleza en búsqueda de la tranquilidad espiritual -ataraxia- que lo alejaría de toda tentación, envidias y deseos banales. Lamentablemente tenían costumbres extremistas. Andaban por las calles semidesnudos, comían con la mano, defecaban y dormían en cualquier lugar a la vista de todos. Por ser vecinos del panteón canino y porque vivían como perros los llamaron cínicos. Aun así, fueron respetados por la estoicidad en cumplir con sus preceptos. Nada más que con el tiempo se bastardeó su filosofía y hoy por cínicos se conocen a los que emplean el doble discurso práctico del “haz lo que digo pero no lo que hago” o el emocional: “Corazón que no ve, corazón que no siente”.
Por el sufrimiento inútil que el hombre ocasiona al animal salieron en su defensa las sociedades protectoras, émulas de Noé.
El problema de algunas radica en que no saben qué hacer cuando “saben” que miles de animales se utilizan en experimentaciones: tal los conejos vueltos ciegos por las pruebas de rímel en sus ojos o bocas cancerosas por el lápiz labial. Amén de otros padecerles por causa de las cremas de bellezas. Cientos de perros y gatos confinados con destino a pruebas de obesidad, enflaquecimientos extremos, despanzurrados, alimentados con sondas contra natura o directamente al intestino con el fin de testear alimentos balanceados que después se venderán a las mascotas de las clases pudientes en situación de adquirirlas, porque los perros de Villa Tachito comerán las sobras de la comida del mediodía, si es que sobra; de lo contrario deberán rebuscarse en los tachos de basuras mientras, cínicos, miramos para otro lado. Es lo que hacemos muchos argentinos de panza llena cuando millones de compatriotas sufren la miseria de la extrema pobreza, resultado de malos políticos en el poder desde la restaurada democracia en 1983. El colmo fue escuchar como un político de esos que gustan lucirse por televisión: “En Argentina nadie se muere de hambre”. Sabrá por ventura que más allá del riesgo de morir por inanición, existen multitud de enfermedades derivadas de la desnutrición que causan la muerte de miles de niños cada año. Según datos estadísticos de 2019, cada 25 minutos se muere un niño en Argentina por problemas de desnutrición o por otras causas asociadas. Son unos 11.000 al año en el país de las vacas y del trigo.

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