El caballo

domingo 25 de abril de 2021 | 6:00hs.
El caballo
El caballo

La canoa de Roger navega con gran rapidez río adentro y un poco hacia abajo; acaba de salir de su puerto, al pie del cerro, frente a mi casa. Que la canoa de Roger tome absurdas direcciones y navegue a extrañas velocidades, es cosa corriente. El “loco del cerro” hace todo a su manera, y resulta que tal manera no es la de los indios ni de los mestizos ni de los colonos alemanes. Observo a través de los prismáticos, desde la ventana del boliche, y veo que no es Roger sino don Juan Aranda quien rema a tanta velocidad. Va sin su boina habitual; brilla en el largavista su cabeza blanca un poco calva; debe de haber tenido mucho apuro para largarse así bajo el sol. Entonces descubro, metros delante de la canoa, un punto que también se va desplazando. Es la cabeza de un caballo. El pampa de Roger.

Ese pampa es un curioso animal que de un tiempo a esta parte le ha dado por hacer paseos a nado. Tuerto y asustadizo, pero voluntario y resistente como el mejor, es famoso en el Teyucuaré. Ahora, esas nadadas tan irrazonables lo hacen nuevamente objeto de comentarios.

Por lo que veo, esta vez el pampa se ha dirigido demasiado hacia el Paraguay, y Aranda quiere hacerlo regresar. Su canoa es más rápida que el caballo; acorta distancia. Lo alcanza y le ata al pescuezo el extremo de la cadena de amarre. Y se pone a remar hacia la Argentina con todas sus fuerzas. Pero el caballo insiste en sus oscuros propósitos, y, consigue remolcar la canoa hacia el Paraguay.

Dejo los prismáticos y corro por el camino de la costa, aguas abajo. Los recibo en el lugar llamado “el bananal”, entre la casa que fue del brasileño Gabriel y mi boliche, a un kilómetro de éste.

- ¡Añá menbuí, la cabayú! -exclama Aranda, transpirando- ¡está loco! no sé qué anda queriendo hacer por aquí.

El caballo está tranquilo, como si no pasara nada. Lo traemos al boliche.

-No lo voy a llevar ahora, -añade el hombre- se va a cansar mucho. Es mejor mañana temprano. Hay que largarse allá arriba, en el puerto de don Pancho, para poder salir por ahí por el cerro ... Entre tanto lo voy a atar aquí que hay pasto.

Pero se va Aranda, y llega la policía marítima. Esta policía de la costa está constituída por muchachos voluntarios y conscriptos, de 16 a 20 años de edad, los cuales son peligrosísimos; están armados de buenos fusiles bolivianos y tiran por la menor causa. Contra sus excesos no hay otra defensa que la buena puntería; ellos lo saben también, y por eso en muchos casos suelen contenerse. El hombre que no demuestra estar bien dispuesto a esta contingencia, es fácil víctima y pronto debe abandonar la costa.

Yo pude presenciar uno de estos casos que de tiempo en tiempo aplacan los ánimos de la autoridad costera. Los hermanos Suárez, brasileños, se estaban mudando de rancho, de un punto de la costa a otro, y habían atracado su canoa, cargada de trastos, en el puerto del alemán Koffer, mi vecino bolichero, situado a mi izquierda entre la propiedad del finado viejo Pola y la de Schmidt, aunque un poco más retirado del río que yo. Debían cargar ahí una bolsa de yerba para llevarla a su nuevo domicilio, dos kilómetros aguas abajo. Pero cuando ya estaba la bolsa en la canoa, apareció el oficial del resguardo de Cantera.

-¡Alto!..

-¡Qué hay! -contestaron los Suárez sorprendidos.

- ¡Esa yerba! ¡Vengan aquí!

-¡Es nuestra y vamos a nuestra casa!

-¡Qué nuestra ni qué diablos!... -gritó el oficial haciendo ademán de desenfundar su revólver.

Pero no tuvo tiempo. Los Suárez fueron más rápidos y demostraron buena puntería; el hombre cayó con una bala en el tórax y otra arriba de la frente.

Estaba yo en el bananal cuando oí el tiroteo. Acudí a ver lo que era, y al salir de la plantación me encontré ante una curiosa escena: Uno de los Suárez corría por el camino de la costa, saltando a derecha e izquierda para esquivar las balas que le disparaba un marinero desde el lugar en que había caído el oficial, al tiempo que hacía fuego él también para no permitirle a su agresor que apuntara con tranquilidad; y entre los dos estaba Kalevala, saltando igualmente de un lado a otro para evitar las balas que venían de ambas direcciones y se cruzaban silbando a pocos centímetros de su cabeza. Había ido a curiosear enseguida de oír la discusión en el puerto del vecino, y de repente se encontró entre dos fuegos. Pero no escapó, en cuanto los Suárez entraron en el monte y se pusieron a salvo, Kalevala acudió en socorro del caído. Yo llegué al lugar cuando ella estaba tratando de detener la hemorragia, inútilmente; en ese instante el oficial moría.

Hoy hay una cruz en el sitio, como otras más viejas que se encuentran en diversos puntos a lo largo de la ribera. Sirven para recordar a las autoridades los peligros que trae aparejada la buena puntería de los hombres que luchan por la vida en las aguas turbias del Alto Paraná.

El caballo de Roger es declarado “contrabando” y llevado inmediatamente a Cantera, preso. Hay citaciones a la comisaría; declaran varios vecinos de las dos costas. Roger y Aranda batallan cuanto pueden, y traen a los argentinos Saturnino Moreira y Rufino Caríssimo como testigos de las raras costumbres del caballo, en especial, la de echarse a nadar en el Paraná por puro gusto. Pero el bolichero Koffer y mi vecino Schmidt declaran haber visto que Aranda traía al caballo del cabestro, guiándolo hacia la costa paraguaya desde la canoa.

Por supuesto, desde entonces el oficial no anda más a pie; anda en el pampa.

Y a nadie podemos quitarle la idea de que Roger, Aranda y yo somos contrabandistas de caballos.

Del libro Aguas turbias. Dras publicó Alto Paraná y Apuntes del Alto Paraná (1939); Tras la loca fortuna (1940). Germán Laferrere, su nombre verdadero, residió en la zona San Ignacio varios años.

Germán Dras

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