El pasado

domingo 18 de abril de 2021 | 6:00hs.
El pasado
El pasado

El tiempo suele ser un desvelo agobiante para muchas personas. En búsqueda de información, para intentar comprenderlo, se recurre a la filosofía, la religión, la psicología y tantas otras ciencias o disciplinas que suelen ser insuficientes. La idea de inventar algún mecanismo que nos permita movernos libremente en el ha generado, a lo largo de la historia, ansiedades, tristeza y frustraciones. Desconozco el número de seres que se ha abocado a este tipo de proyectos, pero algo sé sobre uno de estos sujetos.

El ingeniero tenía la elocuencia de los delirantes y el carisma de los que prometen un futuro próspero. Siempre estaba rodeado de personas que lo escuchaban con atención. Entre ellos, se encontraba mi padre. No sé quién era más inocente, el público que lo oía o el ingeniero. Su condición de bicho raro resultaba atractiva en un pueblo pequeño como el nuestro. Desde niño me sentí atraído por su presencia hipnotizadora. No podía dejar de mirarlo. Me llamaba la atención su altura, su ropa desgastada y esa capacidad para hablar sin parar de cualquier tema. Solían invitarlo a la escuela para que nos explicara cuándo se había inventado y cómo funcionaban algunos de los objetos que conocíamos. Él siempre empezaba a hablar de las formas geométricas, seguía por la rueda, la bicicleta y llegaba al auto.

El hombre era un personaje querible, sin embargo, nada se sabía de su persona más allá de sus propósitos extraños. Vivía a las afueras de la localidad y en el patio delantero de su casa se veían máquinas rurales y autos desarmados. Supongo que todo era apreciado como útil y por eso guardaba lo que otros consideraban basura.

Siempre estaba involucrado en un invento nuevo y, en escasas ocasiones, culminaba alguno de todos los que emprendía. No se le conocía parejas y como no era habitué de los espacios de distracción masculinos, se lo catalogaba como distinto con todas las interpretaciones del término que parezcan oportunas. No iba al bar, pero solía jugar al futbol con los vecinos. Luego del partido se quedaba a conversar y compartir sus intereses. Los escasos aciertos le generaron cierto respeto y nunca se sabía cuándo alguna de sus ideas podría volverse real. De hecho, su capacidad para arreglar lo que parecía ser un desecho permitió que se reactivara el servicio de tren de cargas y los vecinos aplaudieron cuando partió su producción. En él, viajaban muebles, carbón, girasol, sorgo y, obviamente, soja. Los pocos semáforos estaban sincronizados por un programa que él había diseñado y el pequeño observatorio astronómico continuaba en pie gracias a su capacidad argumentativa para conseguir donaciones de negocios, instituciones y algún que otro político. Según mi padre, era una mezcla de genio, curioso y disciplinado. Alguna vez había pasado por la universidad y supuestamente no pudo terminar su carrera porque sufrió surmenage.

En los noventa apareció por el pueblo luego de haber conquistado al intendente con sus propuestas extravagantes. Los que lo conocieron entonces contaban una versión extraña sobre su llegada. Decían que había dejado embarazada a una mujer casada y debió escapar de su ciudad natal cuando el esposo de ella se enteró. Supongo que nuestro pueblo le resultó en mejor escondite porque no solemos aparecer en los mapas.

Me costaba creer que aquel hombre sintiera miedo. Sus fantasías lo habían llevado a situaciones extremas por lo tanto, no me parecía peligroso lo que pudiera hacerle otro humano. Por otro lado, hubiera sido un buen padre. Tal vez un poco excéntrico, pero no hay nada malo en eso. Quizás la teoría era cierta y el secreto continuaba oculto porque si ese chico hubiera sabido que su progenitor vivía en la localidad, lo habría visitado. En realidad, es lo que considero que yo haría.

Un vendedor de autopartes que recorría el país nos comentó que lo conocía y, poco a poco, se fue creando el mito. Según él, el hombre al que debió temer había muerto y si el ingeniero no volvía, era porque sabía que no sería bien recibido por aquella mujer y su hijo. Durante años, esa información circuló entre los vecinos hasta que ayer el mismo intendente se animó a confesar que entre ellos existía un parentesco, “Somos algo así como primos lejanos”, dijo. Nos encontramos en el bar, un poco de casualidad y otro poco en forma intencional. Se supone que los festejos de las elecciones se hacen en el comité, pero cuando la mayoría de los militantes se retira, es el bar el lugar elegido para continuar festejando. Creo que había tomado lo suficiente como para no controlar sus palabras. Entonces, intentamos quitarnos las dudas. La mujer había criado a su hijo diciéndole que su padre era el hombre que había fallecido. Cuando el ingeniero se enteró de la muerte, viajó hacia el pueblo para contar su verdad, pero no lo escucharon. Desde aquel momento se obsesionó con la necesidad de revertir su pasado y asumir con coraje sus responsabilidades. Ignorado por su propia familia, resolvió construir una máquina que lo transportara al momento que le había originado tanto daño. Ese extraño artefacto era su única esperanza. “Cuando me comentó que viajaría pensé que volvería a su ciudad para intentar hablar con ellos. Nunca me imaginé que estaba construyendo algún tipo de aparato para volver al pasado” comentó el intendente.

Lo concreto es que el ingeniero desapareció de un día para el otro. La obsesión por rectificarlos errores que lo llevaron a esa existencia solitaria, había hecho que Martínez decidiera crear una máquina del tiempo. No sé si es verdad lo que se cuenta, pero no se supo más de él. Tantas veces lo había escuchado hablar de sus inventos y no solíamos creerle. Tal vez tuvo suerte, descubrió la manera de viajar en el tiempo o simplemente se fue. Creo que necesitaba regresar al pasado para brindarse la oportunidad de decir lo que no pudo explicar en aquel momento. Pienso que en esta nueva representación del hecho tendría el coraje para enfrentarse al esposo de la mujer y huir junto a ella. Pareciera ser la descripción de un final feliz, o, al menos de un final diferente. En definitiva, en cada una de las opciones que se me ocurren imaginar, alguien resultaría herido. Sabíamos que era un hombre obsesivo y no renunciaría a su objetivo. La policía inició la búsqueda, pero parte de los vecinos sabíamos que era en vano. Él no volvería.

Debió haber comenzado la obra intentando ocultar su creación porque el proyecto implicaba un gran desafío y temía fracasar. A nadie le comentó su nuevo emprendimiento, sin embargo, todos nos animamos a opinar y atar cabos sueltos. Alguien recordó que solía irse de la ciudad sin dar explicaciones. La única manera de saber si estaba creando algo era ir a visitarlo. Esas ausencias, tal vez, se relacionaban con visitas a aquella mujer o la búsqueda de su hijo. Nosotros, mis amigos y yo, nos inventamos una versión que justifica su desaparición. No sé si es la correcta, sin embargo es la que decidimos creer.

Entiendo que, por primera vez, le daba vergüenza no poder alcanzar su objetivo. No se trataba solamente de volver a aquel momento, sino de aceptar lo que sucediera cuando volviera a vivir lo que hoy era un triste recuerdo. Si era verdad lo que se contaba, solo tenía dos alternativas: la felicidad o la soledad, pero como ya había vivido la decepción de callar, supongo que prefería ser optimista.

Sus vecinos más cercanos no habían notado nada diferente en él, ni en sus actitudes. El hombre solía pasar sus tardes leyendo en el patio. A veces, trabajaba hasta elevadas horas de la noche y podría permanecer encerrado por varios días. Solo se lo consideraba indispensable al momento de jugar al futbol. Sorprendidos por su ausencia, parte de su equipo fue a buscarlo. Golpearon las manos, pero ni siquiera se asomó a ver, como era habitual. Ingresaron por el patio y notaron que la puerta trasera estaba abierta. Siguieron su camino nombrándolo y él nunca apareció. Luego, fueron al garaje y recorrieron el resto de la casa sin encontrarlo. Atardecía cuando consideraron que algo andaba mal. Intentaron encender las luces de la casa y siguieron en penumbras. Cerraron la puerta y decidieron ir a la comisaría para pedir ayuda. En camino a la ciudad vieron a los operarios de la empresa de luz arreglando unos transformadores. Como siempre, le echaron la culpa al calor y a la escasa inversión.

Yo recuerdo perfectamente ese domingo de tarde porque el servicio de luz se cortó en todo el pueblo y las temperaturas eran insoportables. El resto de los hechos los he reconstruido con comentarios de vecinos y después de visitar su hogar. Esta es mi versión de los hechos.

Sospecho que luego de meses de trabajo, llegó el día de la prueba. Por primera vez pondría a funcionar la máquina que había confeccionado cuando terminó de leer todo lo que pudo acerca de ese tipo de dispositivos. Se encontraba ante otra frustración o un gran éxito. Solo le restaba sentarse en la silla que lo esperaba en el garaje y preparar cada una de los circuitos. La máquina haría el resto. El día pautado escribió su despedida y organizó su pequeña herencia. Me imagino que se vistió con su mejor ropa, se dirigió hacia el mini laboratorio y conectó los cables.

Entonces, escuchó el timbre. No tuvo tiempo ni ganas de atender a quien intentaba molestarlo, pero su curiosidad fue mayor y se acercó a observar por la mirilla de la puerta. Era ella. No supo si el presente le brindaba una sorpresa o la máquina había funcionado.

El cuento forma parte de su segundo libro “Sueño de perro” que en abril llegara a las librerías. Albrecht es profesora de lengua y literatura de nivel secundario y terciario. Su primer obra se titula “Lo que escribí mientras no me mirabas”.

Noelia Albrecht

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