Abstracción

domingo 18 de abril de 2021 | 6:00hs.
Abstracción
Abstracción

Esa noche bajó del colectivo. Comenzó a caminar hacia su casa, abstraída en esa luna llena luminosa, amarillenta que hasta parecía, como creía cuando era pequeña, que tenía ojos, boca y los orificios nasales. Sonreía al recordar esas niñerías. Y, aunque nunca profundizó mucho en sus conocimientos sobre astronomía, le encantaba mirar el cielo nocturno en ese rectángulo alargado que era el firmamento enmarcado por árboles que le regalaba su calle. Buscaba en el azul oscuro las Tres Marías, la Cruz del Sur, el alineamiento de Venus, Marte y Júpiter de los cuales se había hablado tanto esa semana y… hasta ahí nomás llegaba su sabiduría astronómica.

Tan absorbida estaba en esa actividad que le proporcionaba un placer inmenso que, cuando reaccionó, estaba en la tercera esquina, ya había pasado por su casa dejándola atrás. Dio vuelta, abruptamente. Sintió un golpe fuerte en la pierna derecha que la hizo trastabillar y caer. Su cabeza chocó con una piedra semienterrada en la tierra removida por las topadoras que estaban arreglando esas avenidas desde hacía meses. Quedó allí, tirada, no supo cuánto tiempo. Decidió arrastrarse, gateando hasta un tronco que había a un costado del camino. Haciendo un titánico esfuerzo con los brazos logró sentarse sobre el mismo. Las piernas no le respondían, las sentía como si fueran de papel vapuleadas por el viento pero no había viento.

Respiró hondo, miró nuevamente la luna, la causante de su accidente, de su abstracción. Ella seguía allí, hermosa y con su luz amarillenta alumbró la sangre que brotaba de su rodilla derecha que había adquirido el tamaño de un pomelo de esos bien regados y rociados con buenos fertilizantes. Comenzaba a doler mucho, dolor quemante, lacerante.

Vio acercarse una pareja que conducía un cochecito de bebé. Los conocía, eran los Rodríguez que vivían a la vuelta. Los llamó, les explicó lo sucedido, por lo menos los hechos concretos, no las razones porque no sabía por qué le pasó lo que le pasó. Y, por supuesto, les pidió que la acompañaran a su casa. Se apoyó en el hombro de cada uno. Y rengueando, arrastrada por sus vecinos llegó, pasando de los brazos ajenos a los de su esposo que no entendía nada. No obstante, él trató de exteriorizar sus conocimientos de primeros auxilios realizándole algunas curaciones, colocándola en la cama con una bolsa de hielo atada con una tira de tela vieja que hacía las veces de venda.

Pudo dormir aunque reviviendo en sus pesadillas el accidente y sufriendo punzadas que la despertaron varias veces durante la noche. En algunos de sus sueños aparecieron unos cuadrúpedos peludos de esos de pelo duro, con colores que se cruzaban en manchas marrones claros, marrones oscuros pero con la cara blanca, orejas pequeñas en relación con el tamaño. Sus hocicos eran alargados como el de las ratas pero mucho más grandes. A pesar de la repulsión que le producían, los miraba con atención porque jugaban alegremente, revolcándose en el pasto, corriendo como niños, escondiéndose y encontrándose sin ver a su alrededor a otros seres de su especie ni de ninguna otra.

A la mañana pudo levantarse y caminar con dificultad pero moviendo la pierna lastimada, un poco dolorida pero sin otras consecuencias. El chichón en la cabeza también se estaba disolviendo.

El sueño que había tenido seguía dando vueltas en su mente. Callada, sin decir nada a nadie, como escondiéndose, tomó una tacuara lo bastante gruesa y la cortó del tamaño de un bastón. Apoyándose en ella bajó lentamente la rampa que la conducía hasta la calle. Se dirigió a la “escena del crimen”, como hubieran dicho los policías. Con el extremo del mismo báculo comenzó a separar pasto, yuyos, ramas secas, cercanas al camino donde todo había sucedido.

Cuando ya se daba por vencida y más aún porque no sabía lo que estaba buscando, decidió regresar. Levantó la vista, vio al podador de césped de la Municipalidad que estaba realizando su tarea. Lo saludó como de costumbre.

— ¿Qué anda buscando, doñita? — preguntó el hombre impulsado por la curiosidad.

— Bueno, es largo de contar, pero sintetizando fíjese mi rodilla. Estoy buscando alguna razón o algún culpable de esto que me sucedió anoche. Además de mí, claro, porque venía muy distraída, pensando en la luna como diría mi abuela.

— Ahhh, ¿cómo le pasó eso? ¿Se cayó?

— La verdad que sí, me caí pero porque algo me golpeó la pierna y me hizo trastabillar hasta que fui a parar al suelo. Pienso que podría haber sido algún animal que pasó corriendo y no lo pude ver.

— Sí, puede ser eso. Fíjese que allá en la esquina estaban los cuerpos de dos comadrejas, parece que un auto les pasó por encima. ¿Puede ser eso lo que la atropelló?

— ¿Me acompaña a ver lo que me está diciendo, por favor?

Apoyándose en su improvisado bastón y tomando el brazo del hombre fueron hasta donde estaban los cadáveres destripados…

Eran los cuadrúpedos que se presentaron en su sueño. ¿Llegaron oníricamente a pedirle perdón por lo que le habían causado por jugar? ¿Se presentaron para decirle que a pesar de haber muerto tan fatalmente ellos estaban bien, como dicen de los humanos?

Eran preguntas que no tenían respuesta. Encontrarlos, sí fue la respuesta a lo que le pasó. La contestación a las demás, quizás las tendría algún día ¿o no?

Del libro “Urbana Diaria Errabunda” . Moreno ha publicado “Angeles conviviendo con el síndrome de Rest”, “A la una… a las dos… y a las tres” -en colaboración- entre otros.

Myrtha Magdalena Moreno

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