Josefa Estévez

Heridas de guerra

viernes 02 de abril de 2021 | 5:30hs.
Heridas de guerra
Heridas de guerra

Un día como hoy pero de 1974 se colocaba alrededor del Obelisco la leyenda ‘El silencio es salud’. Se avecinaban tiempos oscuros y de lo más represivos en la Argentina con una escalada de violencia que nadie osó imaginar.

‘‘La dictadura lo que quiso fue arrasar con nuestras generaciones y allanar las otras, abriéndose camino a sangre y fuego, literalmente’’, entendió Josefa ‘Pepa’ Estévez (69), ex presa política y hermana del teniente del Ejército Roberto Néstor Estévez, fallecido en Malvinas, haciendo un paralelismo entre el terrorismo de Estado y la Guerra por Malvinas que lideraron las fuerzas de entonces.


Si bien Josefa militaba en la Juventud Peronista con su pareja, no estuvieron de acuerdo con la circular de fines del 75, que manifestaba que todos se volverían Montoneros. Hasta ese momento, la militancia era abierta y pública, aunque la democracia fuera frágil y con la triple A al acecho, consignó Estévez.

Ya en el 76, a pesar de los roces con la organización, aceptaron albergar a unos compañeros sin saber su origen o historia, pero entendiendo que ‘la cosa estaba brava’ y mucha gente venía a Misiones como vía de escape a Brasil y Paraguay. En tanto, el Operativo Toba venía haciendo un barrido de detenciones en Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones.

‘‘Caímos el 20 de octubre’’, recordó Pepa, que a partir de allí comenzó una odisea de traslados de centro en centro de detención, algunos ‘chupaderos’ en Posadas, que ni aún hoy después de algunos juicios, puede identificar dónde eran. Finalmente, la mayoría de su tiempo presa trascendió en Villa Devoto, que a pesar de las injusticias y la violencia militar, no albergaba las vejaciones tales de los centros clandestinos. En ese lugar, privada de sus hijas, sus afectos, su casa, su salud, su conocimiento, en fin, su libertad fue que se enteró del estallido de la guerra en Malvinas, por la carta de un primo.

‘‘Lo primero que dije fue: ‘Roberto está allá’. Él tenía 4 o 5 años y ya organizaba guerras para salvar Malvinas. Usaba almohadones del living de mi casa y decía: ‘esta es una de las islas y esta es la otra’ y organizaba con sus soldaditos cómo iban a atacar y cómo iban a llegar. Se pasaba la vida desde niño organizando estrategias de ataque, así que lo menos que podía pasar es que él iba a ir’’, relató Josefa que con los años se enteró que él fue parte del primer grupo comando que entró a las islas. Tenía en ese momento, 24 años, cinco años más que ella.

Los Estévez en total eran nueve hermanos. Hoy ocho viven en Posadas, aunque las diferencias políticas y la vida misma los fue alejando un poco. A pesar de tener ideologías divergentes, Josefa tenía una especial y cercana relación con Roberto y fue el único que la visitó en Devoto. La mujer que recuperó la libertad y la posibilidad de estar con sus hijas, cerca de la vuelta a la democracia, sostiene que ‘‘él murió en su ley, como héroe’’ y que no puede proyectar cómo sería su relación hoy, de estar vivo. ‘‘Me resulta inimaginable pensar que hubiera pasado, pero como nos teníamos tanto respeto... siempre discutíamos políticamente, pero con respeto. Además de la fraternidad, había algo de reconocer que el otro tenía buena fe en la suya’’, detalló Estevez.

En esa línea recordó, entre miles de pormenores que no entran en estas páginas, que Roberto la fue a visitar el 30 de noviembre de 1981. Las visitas familiares tenían una rutina en la cárcel pero al tratarse de un oficial del Ejército, las restricciones se extremaban, la requisa era a fondo. Se vieron en el locutorio donde generalmente habían 30 reclusas y familiares, a solas, con guardias y una presunción de que hasta la conversación estaba siendo grabada.

‘‘Él me traía un mensaje, que le transmitiera a mis compañeras y respectivos compañeros, que sepamos todos que él nos tenía un respeto enorme que de todos los hermano, los únicos que teníamos una posición tomada eramos él y yo y que así como yo estaba adentro y él afuera, eso podía revertirse, que respetaba mi entereza’’, arguyó Estévez sobre otra semblanza de su hermano. ‘‘Yo le decía como vas a ser parte del ejército, pero él quería que volviera a ser el ejército sanmartiniano, algo ultranacionalista pero romántico’’, explicó.

Memoria ante la negación
‘‘No podemos decir que el 24 de marzo es una fecha intrascendente’’, subrayó Josefa en la línea de otros tantos que luchan por mantener no sólo la memoria viva, sino la justicia activa. El negacionismo increíblemente sigue presente, no podemos decir que ya no es hora de buscar culpables cuando los cómplices de un genocidio se regocijan en su libre albedrío y en la nulidad de sus abusos, aún hoy. Cuando hay hijos sin ‘católico sepulcro’ y nietos sin conocer, tal como recabamos en numerosas historias alrededor del país.


No es hambre de vindicta, es llanto de justicia.
‘‘Imaginar que muchos represores, con las relaciones de clase que tenían podrían haber safado de ser condenados, pero no lo hicieron porque eran tantas, demasiadas las evidencias de su violencia’’, adujo Josefa destacando el pacto de silencio y la constante necesidad de ‘verdugueo’ militar en cada accionar, como el de entregar a los familiares de una víctimas, el cuerpo de otra.

Hoy, la resiliencia puede más. Josefa vive en Posadas, disfruta del diálogo con sus cuatro hijas, estén donde estén y de sus nietos. Con sus hermanos, encuentra menos puntos en común pero mantiene el cordial lazo y las charlas nimias. Incluso con sus dos hijas mayores, que se criaron algunos años -sin el consentimiento de los padres- bajo el ala de una hermana casada con un cuestionable militar y a sus sobrinos también bajo un seno represivo, les recomienda siempre abrir la mente. ‘‘Todo lo que yo te cuente ponelo en duda’’, invita.

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