La historia viva de la arquitectura

martes 23 de marzo de 2021 | 6:05hs.

En Asia existe un exquisito templo en madera que artesanos japoneses construyeron hace siglos, cuidando minuciosas técnicas constructivas y con gran oficio. La nobleza del material permite que el templo de Ise esté a la intemperie impoluto durante dos décadas, y cada veinte años en una ceremonia especial, sus fieles lo desarman por completo y lo vuelven a construir con maderas nuevas, aprovechando la ocasión para formar en sus técnicas a nuevas generaciones de artesanos, respetando al detalle el templo anterior. Lo que llega a nuestros días tenemos la garantía que es igual al edificio milenario, del año 690 de nuestra era, pero se discute si es el mismo o no. El hecho de conservar las trabas de los tirantes y los encastres de los listones hacen que al visitar este templo realmente podamos viajar en el tiempo.

Un caso curioso es el de la estación terminal de la línea Urquiza en Posadas. El edificio antiguo, con una arquitectura ferroviaria impecable, estaba en un avanzado estado de abandono y fue construido, también con nobles materiales, a una altura del terreno que iba a quedar por debajo del nuevo nivel del agua cuando la represa de Yacyretá estuviera en pleno funcionamiento. La decisión que se tomó en ese momento fue demolerlo y, más arriba del nuevo nivel del río Paraná, construir con sistemas constructivos actuales una réplica muy bien detallada, incluso con los mismos herrajes del edificio original. Los especialistas más ortodoxos cuestionan que el nuevo edificio busca engañar al imaginario colectivo, haciéndose pasar por el edificio anterior. El que vea una foto de los 1990 y una actual, es muy difícil note que es otra obra, poniendo en debate aquel tema japonés de la honestidad.

Cuando volvemos a componer las piezas de una obra histórica o la reparamos para que pueda comprenderse en su totalidad, por convención internacional está establecido que los remiendos que se le hagan en el presente, o esas partes construidas en la actualidad para completar faltantes, deben ser evidentes, en otro color, generalmente blanco. Basta con mirar en Grecia o en museos de Inglaterra los templos griegos que llegan erigidos hasta nuestros días y observaremos que están llenos de manchas blancas que evidencian dónde está emparchado.

Lo que se busca con ello es justamente esa honestidad en el patrimonio, dejando en claro cuáles son las partes originales y nos permite comprender rápidamente cuáles son las piezas más valiosas de lo que estamos viendo.

Un desafío por delante significa poder recuperar el patrimonio arquitectónico de la provincia que representa el primer edificio del Hospital Madariaga. Una obra muy cara a los sentimientos de la gente y de una importancia incuestionable en nuestra historia, que hoy está en un muy avanzado estado de deterioro.

Si bien ya no podría volver a cumplir funciones operativas para la medicina moderna, no es el primer caso de un edificio original que queda rodeado dentro de un campus de nuevos hospitales.

En muchos casos, en otras ciudades, una vez restaurados, estas construcciones pasan a cumplir funciones académicas o de posgrado, si es -como en este caso- un hospital escuela. O puede servir administrativamente al directorio, conteniendo además espacios públicos culturales o exposiciones donde se pueda rescatar la historia y expliquen lo que representa esta edificación. Es importante que los vecinos puedan reforzar su sentido de pertenencia y su identidad con estos edificios emblemáticos.

En conclusión, lo que estamos repasando son diferentes criterios más o menos cuestionables para poder seguir dándole vigencia a un edificio histórico. La financiación de las obras muchas veces tiene la última palabra, pero en estos casos eso no puede ser un factor decisivo, siempre va a ser más barato construir un edificio moderno que rescatar una joya histórica, pero eso en estos casos eso no va a debate. Tampoco se trata de dejarlos deteriorados y construir alrededor un paquete de funciones de apoyatura, como pasa hoy en San Ignacio con la reducción jesuítico guaraní.

En definitiva, debemos velar colectivamente para que lleguen a nuestros días en pie, funcionales y vivos.

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