Humo azul

domingo 21 de marzo de 2021 | 6:00hs.
Humo azul
Humo azul

¿Te acordás Julián?

¿Te acordás cuando jugábamos en la casa de campo de la abuela?

La cocina tiene todavía los frascos de vidrio brillantes con masitas de amoníaco para el té de la tarde.

Llegué ayer al campo. Aunque todavía no abrí tu sobre ¡qué linda estampilla! te contesto.

Estoy sentada a la mesa grande de madera sobre la cual jugábamos al montoncito robado antes de ir a dormir. Nunca al culo sucio porque las nenas no debían decir malas palabras. La nena era yo. Vos, el varoncito almidonado, el primo mayor y educadito. Siempre te portabas bien. Hasta aquella tarde. Yo, la nena, siempre usaba una camisa ¡Qué digo! una blusita -las nenas usaban blusitas- con alforzas y puntillas. Y vos con tus pocos años ¿cuatro más que yo? estabas siempre peinadito con gomina y muy estiradito.

¿Te acordás de la radio grande de madera oscura y techo ovalado?

La veo aquí. La enchufé. No funciona. Como muchas cosas de nuestra infancia está callada ¿habrá dejado de “hablar” desde el día que nos descubrieron en la casilla de José el jardinero?

Pasaron veinte años Julián sin saber uno del otro. Si hasta José está viejo. Ahora es capataz y muy responsable. Sigue hablando poco o nada.

¡Cuánto hace que murió la abuela, Julián! Acordate que fue la única que nos defendió.

¡Sí! Tu carta empieza con la muerte de la abuela. Fue muy fuerte para todos. Y la seguís tan aburrida como eras vos. Pero yo te quería.

Después del lío de la casilla, tu familia venía a la casona del campo, cuando nosotros nos habíamos ido. Pero a mí, aunque te extrañaba, las vacaciones en la casa de la abuela siguieron siendo lindas. Habían desaparecido las grandes reuniones de tíos y primos. A pesar de eso, Julián, yo te quise y a mi primer hijo le puse tu nombre: Julián. A nadie le gustaba porque opinaban que era nombre de viejo. Pero yo decía Julián y te me presentabas vos. Bien peinadito con pantalones cortos y piernas fuertes con incipiente vello. No veía a un viejo. Te veía a vos.

¿Te acordás Julián que en nuestra niñez había que esperar a que el varón cumpliera no recuerdo cuantos años para que usara el pantalón largo? No importaba los pelos de las piernas y tus piernas tenían algunos pelos gruesos.

Supe por mi hermana que tu primera hija se llama Noelia como yo. Y que le gusta la química y hacer experimentos como te gustaba a vos.

Mi Julián no usa gomina y no pasó por eso de usar pantalones cortos aunque tuviera piernas largas. El usa “jean” y pelo largo. Pasaron más de veinte años Julián. Las modas cambian. Lo que no cambió es esta cocina. Conserva en los rincones el aroma de nuestra niñez. El trinchante lleno de dulces, los azulejos blancos y la ristra de ajos colgaba cerca de la herradura.

Como te dije, llegué ayer después de veinte años y fui a la casilla de José,

Tampoco cambió mucho. No pude dejar de recordar que después de tanto y tanto proyectar, decidiste hacerlo esa tarde.

Y entramos sin que nos vieran a la casilla del fiel jardinero. Vos miraste sin apuro las paredes y tu vista se paró, como con ganas de descansar, en los botones de mi blusita ¿los contaste? y pusiste lo dedos de tu mano derecha en ellos y la dejaste caer hasta las alforzas. Pero los dos vimos al mismo tiempo, casi de golpe, lo que buscábamos - ¿crecimos Julián? Y nos tiramos sobre la cama de José, que estaba revuelta y alzamos los brazos cerca de la almohada-. Tus brazos eran más largos que los míos y no oímos que venían a buscarnos nuestros padres y la abuela.

¡Qué inoportunos.! ¡Y qué reto!

Como en esa época los chicos no hablaban sin permiso de los grandes no pudimos explicar ni defendernos. ¿Defendernos de qué Julián?

Veinte años. Veinte años en los que ellos pensaron lo que quisieron. Vos pudiste haber explicado más que yo. Eras más grande. Sos más grande. Pero eso quedó así. Como esta radio.

La casilla de José no cambió mucho Julián. La cama sigue revuelta y el respaldo de caño ¿será el mismo? está pintado de igual color. ¡Cuántas veces quise que hablaras! Porque muchas noches pude dormir al pensar en esa cama. Pasaron veinte años y estoy en la casa de la abuela. Y aunque no lo creas José, que ahora es capataz, sigue usando calcetines rojos. Vi en su casilla un par recién lavado colgado del respaldo de su cama. Aunque no lo creas Julián. Calcetines rojos. Veinte años.

Se me cae tu carta. La verdad no tengo ganas de leerla. Sólo miro el final para ver tu firma.

¡Qué ocurrencia Julián!

Pedirme que te espere en la casa de la abuela para que con tu Noelia y mi Julián le robemos los ridículos calcetines rojos al viejo José.

Y no solo eso. Que los quememos como no pudimos hacerlo ese día hace veinte años para probar tu química teoría de que los calcetines rojos, producen humo azul.

Cuento publicado en Mojón A, revista de la Sadem. Baena, docente jubilada, es coautora de “Cocina de Taller” primera publicación del taller literario de Olga Zamboni.

Chiquita Baena

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