La chiara

domingo 21 de marzo de 2021 | 6:00hs.
La chiara
La chiara

Pasadas las nueve de la noche, La Chaira es el único bolichón abierto en todo el paraje. El nombre del lugar obedece al apodo de su dueña, la pintoresca Saturnina Das Neves. Atiende ella misma, puesto que vive sola desde que hace un par de años, su último concubino (con quien había vivido los últimos siete años) se marchó sin rumbo cierto, dejando en la colonia rumores de los más diversos.

Ahora son las once y Saturnina observa desde atrás de la barra, el desarrollo de un partido de pool que un par de muchachos disputan mientras, al igual que ella, beben cerveza.

En la fonola suena Chitãozinho & Xororó. Esos dos son los únicos clientes de la noche, hasta que entra un hombre rubio y alto, que acaba de descender de un Fiat Duna. Camina hasta la barra y se acomoda en el taburete con una sonrisa amable. Pide una cerveza y pregunta si hay algo para comer. Chaira le informa que de noche no hay cocina y le sirve una Brahma helada en un chop.

-Viene de Oberá seguro- dice La Chaira.

El polaco asiente con la cabeza mientras de un trago casi vacía el chop.

-Ando haciendo pozos y alambrando unos campos acá cerca.

-Pero usted no es de por acá.

- No, yo soy de Jardín. Me quedo una semana nomás por acá.

El hombre llena nuevamente su chop. La Chaira a su vez, se abre otra cerveza para ella.

-Eh ustedes ahí, pongan música, ¡arruinados! – les grita a los muchachos, ya que la fonola se ha silenciado.

Enseguida vuelve la música a esa fonola que funciona con monedas de un peso.

-Esos dos- le dice Chaira a su recién llegado cliente- se creen muy guapos como todos los gurices de hoy en día. Cuando hablan de lazo y rodeo, parece que enlazaron hasta al Diablo, pero cuando ven un bicho grande se mean encima. Hablan pavadas.

-¿Ah sí? ¿Usted sabe algo de rodeo?

Chaira levanta una ceja, se da media vuelta y le señala un lazo de yaguarizo colgado en la pared junto al estante de los licores y pegado a un apero de cuero trenzado.

-Desde los 12 soy enlazadora. Y tengo 56. Imagínese si habré enlazado. Bah. Y zurdeta eh. Zurdeta. Una sola vez me crucé con otra mujer enlazadora. Mi prima Ramona. Pero mujer y zurdeta, puede recorrer el país entero que no va a encontrar.

-Ah mire usted. Yo algo entiendo porque me crié en el campo también.

-Yo soy profesional. Competí en todos lados. Gané premios, plata. Hasta un lingote de oro gané una vez en Porto Alegre. Viajábamos en camión de acá para allá compitiendo, siempre con mi caballo. Un buen enlazador da mucha ventaja en caballo prestado. Después, cuando pasó lo de mi hijo, no quise joder más con caballos.

-¿Y qué le pasó a su hijo?

-José. A él le enseñé a domar y salió bueno de guricito ya. Una vuelta le vinieron a buscar para competir en un festival allá en el sur. Era su primera vez. Desgracia, el potro le tiró y cayó de nuca. Murió.

-Lo siento mucho- dice el polaco.

Se hace un silencio. El hombre rubio se cambia de lugar, ahora más cerca de la ventana, por donde entra el viento fresco que escala las picadas.  Toma dos cervezas más. Los muchachos del pool se fueron. Entonces el polaco vuelve a la barra.

-¿Usted está sola?

-Eso no es asunto suyo.

-¿Compartimos otra cervecita?

-No amigo, ya voy a cerrar, así que apure su trago y vaya a descansar.

-Por qué tan arisca…- dice el hombre intentando acariciar con la yema de sus dedos índice y pulgar, la barbilla de Saturnina.

Ella echa su rostro hacia atrás.

-Termine y váyase, arruinado.

El tipo termina su chop, lo golpea contra la barra, eructa, deja dos billetes sobre el madero, se pone de pie, y antes de retirarse dice:

-Gracias por todo. Muy lindo el cuentito del rodeo. Mujer, zurdeta y enlazadora, lindo cuento.

-¿No cree?

-Señora, ¿tengo cara de bobo para creer semejante historia?

El polaco sale del boliche y se encamina hacia su auto. Antes de subir, siente algo ceñirse en torno a sus hombros. Cae hacia atrás, al suelo polvoriento. Siente como su anatomía comienza a ser arrastrada unos metros.

-¿Ahora me cree?

Chaira sostiene el lazo con la mano izquierda. En la derecha tiene un revólver. Cuando al fin se desenlaza, el hombre se sube al auto no sin antes jurar, como le pide Chaira, que nunca volverá a pisar ese lugar.

Inédito. Alvez nació en Posadas. Es periodista y escritor. Ha publicado los libros Urú y otros relatos y Descubiertero.

Sergio Alvez

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