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Pinceladas de historia

El mundo guaraní en los tiempos jesuíticos

domingo 14 de marzo de 2021 | 6:00hs.
El mundo guaraní  en los tiempos jesuíticos

Uno de los rasgos esenciales de los pueblos guaraníes en tiempos de la administración jesuítica fue su aislamiento y autonomía con respecto a las otras ciudades españolas del litoral rioplatense. Ello sin dudas fue un factor fundamental para el éxito misional.

Las misiones estaban subordinadas al rey, el Consejo de Indias y los virreyes americanos. Pero eso en lo formal. En lo estrictamente local quedaban bajo el mando de los gobernadores de las provincias cercanas. Por ello, desde la creación de la Provincia Jesuítica del Paraguay en 1607 hasta 1726, cuando los pueblos se hallaban en un gran desarrollo poblacional y económico, las misiones del Paraná dependieron del Paraguay y las del Uruguay de Buenos Aires. A partir de allí y hasta la expulsión en 1767 los Treinta Pueblos dependieron exclusivamente del gobernador bonaerense. Luego de la expulsión el sistema se modificó sustancialmente.

Cada reducción, por otra parte, tenía su propio gobierno civil, constituido por un cabildo y un corregidor. Integraban un cabildo dos alcaldes, cuatro regidores, un alférez, un alguacil, un procurador y un escribano. El ámbito rural estaba administrado por un alcalde de hermandad. Los miembros se renovaban anualmente. El 1 de enero de cada año, en el pórtico de la iglesia del pueblo se leía el nombre de las nuevas autoridades y se le entregaba a cada uno la insignia correspondiente.

El corregidor, que equivalía al cargo de teniente de gobernador de las ciudades españolas, duraba en sus funciones cinco años. Generalmente surgía de los caciques más reconocidos por el pueblo. El caso más conocido es el de Nicolás Ñeenguirú, en la reducción de Concepción. Los jesuitas mantuvieron la jerarquía del rango de los caciques, a quienes trataban en forma equivalente a los nobles europeos. La Real Cédula de 1697 los declaró iguales a los hidalgos de Castilla. Estos corregidores eran los jefes militares de los pueblos.

Existían también otros funcionarios en los pueblos, como los fiscales, el mayordomo responsable de los bienes comunes, porteros y sacristanes al servicio del templo, visitadores de los enfermos, serenos, etcétera.

Pero fuera de todas estas funciones, que eran propias de la administración española de los pueblos americanos, la realidad es que, en las misiones de guaraníes, tanto la dirección espiritual como la temporal giraba, en última instancia en los sacerdotes, que solían ser dos o a veces tres en cada reducción. Por ejemplo, en la administración de la justicia, el sacerdote sancionaba al culpable, una vez presentados los testimonios y hacía ejecutar la pena por mano de los alguaciles. Los castigos consistían en azotes, cepo, prisión o destierro.

Las reducciones de guaraníes no se hicieron de una vez para siempre. A lo largo de los 160 años de la Provincia Jesuítica del Paraguay sufrieron traslados, cambiaron sus materiales constructivos y se fueron adaptando al paisaje del lugar donde se fueron asentando definitivamente.  En general, los pueblos jesuíticos estaban ubicados en zonas altas y sanas, con abastecimiento de agua y cisternas. Buenos caminos, que unían las estancias de las comunidades aseguraban una buena comunicación entre los pueblos.

El sistema económico adoptado en las misiones fue la combinación de las tradiciones e idiosincrasia de los guaraníes sumado a los ideales religiosos. Dicho sistema ha sido juzgado por muchos como una economía sin propiedad privada, de tipo socialista. En general se trataba de un sistema comunitario que conservaba las tradiciones ancestrales guaraníticas, el tupambaé.

La vida cotidiana se centraba en el ámbito religioso. Una vez por semana se hacían los ejercicios militares, así como representaciones teatrales y coros en la plaza. En las fiestas patronales se alternaban los juegos, danzas y competencias. El resto de los días cada habitante del pueblo cumplía con las labores asignadas. Agricultores, vaqueros, herreros, artesanos, sacristanes, cantores, tejedoras, hacían su faena rindiendo cuentas a fiscales y capataces.

La educación de los niños constituía una atención especial en los pueblos jesuíticos.  Al alba los niños eran despertados por los tamboriles que los convocaban a la iglesia, donde se reunían separados por sexos para participar de una misa. Concluida la celebración recibían sus raciones y concurrían algunos a la escuela de primeras letras, otros a la escuela de danzas y música y los mayores al aprendizaje de oficios como pintores, artesanos, etcétera.

Así transcurría la vida cotidiana de los pueblos de guaraníes en los tiempos de la administración jesuítica.

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