Los premios, un poeta aprendiz real visceral y los murales escondidos de Mandové

Seductor de palabras, juega con ellas a todo o nada. “Escribo para saber por qué escribo”, refiere en un acto lúdico, fuera de su rutina. En todo encuentra poesía
domingo 07 de marzo de 2021 | 4:30hs.
Los premios, un poeta aprendiz real visceral y los murales escondidos de Mandové
Los premios, un poeta aprendiz real visceral y los murales escondidos de Mandové

Se trataba de hablar con alguien que hubiera preferido no ser entrevistado, mucho menos, recibir el premio municipal de poesía. Pero por otro lado sabe que negarse alentaría comentarios tipo: ‘se cree un personaje o pretende serlo’ al negarse a recibir el premio o no dar la nota. Se encuentra entonces en una posición extraña e incómoda como un hombre delgado proclamando que no flaqueará jamás.

Él es un posadeño que camina por la ciudad, tiene una familia, un trabajo, usa barba, escucha música, toma cerveza, se reúne con amigos. De vez en cuando mira una película porque qué otra cosa puede hacerse, en épocas de pandemia, salvo verlas. Y también lee.

No averigüé si roba libros, sé que los comparte, a mí al menos me facilitó Siempre nos quedará París y La pista de hielo. Podríamos decir que es uno más de los vecinos que se mueven de la casa al trabajo y viceversa.

En algún momento de eso que llamamos cotidianidad ocurre, el hombre escribe. Lo hace quizás sobre un papel, quizás en una pantalla brillante. Lo importante es que las palabras que va encontrando y atesorando, acuden a la cita y dejan que él las ponga en un orden no predeterminado. No hay una exigencia, una obligación, tampoco una remuneración. Solo una búsqueda.

Al momento de contactarlo telefónicamente, se me ocurrió proponerle un juego, consultarle cómo hablarían los poetas sobre un tema  cotidiano, el pronóstico del tiempo. Preguntémosle a ellos respondió, iniciando una huida hacia adelante, quizás buscando poner al poema por delante, sacando del centro al que escribe. Aclara “al tiempo no se lo pronostica” y agrega “Dice qué va a llover. La gente se pregunta dónde, cuándo, cómo, cuánto. Mientras que lo más importante es por qué!

Por las dudas llevé libros.

Siempre que llovió paró.

Siempre que leí seguí”.

 

En un bar, en  horario nocturno, fue pautada la entrevista. En la mesa de al lado un grupo de chicas conversan animadamente, ajenas. Cuando toma la palabra dice que un poeta no existe, existe la persona que escribe, que escribe poesía. Se va corriendo así del lugar del artista. No habla de producir o expresar belleza con las palabras sino de búsqueda, de aprender  haciendo. Como si la escritura implicara un recorrido o una construcción.

Avances y retrocesos, pero sobre todo una pasión por encontrar. A veces se detiene en su discurso y dispara una frase, como en sus cuentos, cambiando el ángulo y la perspectiva, provocando  desequilibrio. Creo que son estrategias como aquel que está siendo perseguido en un bosque, se detiene, observa desde su escondite al perseguidor y arroja una piedra o una rama en sentido contrario para despistar.

“¿Quién escribe por el placer de hacerlo? Quién redacta un mensaje de texto por placer? Como respondí en el encuentro Narradores del NEA 2019 : yo escribo para saber por qué escribo”, dispara. En la mesa contigua, las chicas ríen pero no de lo que hablamos sino como obedeciendo una sincronicidad casual.

Nadie sale vivo de acá

Así, él se va pronunciando sobre lo que se lee y lo que se escribe en estos tiempos de virtualidad y comunicación , luego la conversación transcurre en los terrenos de la infancia y visita la zona del aprendizaje y lo lúdico, “escribir es un juego, cuando lo hacés no estás peleando por tu vida, por sobrevivir”, dice, como queriendo desmitificar que haya en la escritura algo heroico, épico, algo del orden de matar o morir. No se trata del hombre en un escenario salvaje a punto de sucumbir, es solo alguien que redacta. Sin embargo trae a colación la frase de Emil Cioran, “frase que leí, la recorté y pegué en uno de los cuadernos  donde escribía”. La cita: “las fuentes de inspiración del escritor son sus miserias, quien no las descubra en sí mismo o las eluda, está condenado al plagio o la crítica”, suena como una sentencia irrevocable.

La biblioteca de Borges

Una profesora en la Unam decía que para escribir como Borges había que tener la biblioteca de Borges, y no sólo a los libros se refería. Las tardes de cine de Manuel Puig, niño en General Villegas, la vida de exiliado de Roberto Bolaño (no el Chavo del Ocho, sino el escritor chileno, que vivió en México y murió en Barcelona) y sus lecturas desaforadas, quizás hayan sido las fuentes para estos autores. El entrevistado por su parte abreva en las lecturas y en el cine. “Aunque muchos no lo crean, Tiburón es una película poética. Como Tan lejos tan cerca, de Wim Wenders con guión de Handke”, detalla. Totalmente identificado con la forma de escribir del chileno, fundador de los infrarrealistas, pronuncia que este tipo de autores deja marca porque escriben desde lo visceral y excitan los espíritus en una búsqueda en esa dirección.

“Cuando nos reunimos con amigos a leer en una especie de taller literario leíamos Cortázar y todos queríamos ser él y escribir como él. Pasados los años, los que quedamos encontramos a Bolaño y también deseábamos escribir como él. Pero solo se puede ser verdadero y creíble cuando se parte desde lo más profundo, sacándose el miedo de ser uno mismo”, alega.

Entonces de eso es de lo que se trata. Una búsqueda no puede quedar en la estación de un premio, o en la parada de un título que al final solo tiene sentido en la medida que nombre la acción. 

“Cuando uno le dedica tiempo a la escritura, en algún momento sobreviene la pregunta del otro, vos sos escritor? y no sé”, dice. “Yo no vivo de la escritura, ni tampoco vivo escribiendo. No soy ninguna de las dos cosas. Tampoco nadie se recibe de escritor en alguna facultad”, agrega. Se es escritor en el momento que se está escribiendo como si el oficio de trabajar con las palabras existiera solamente en el momento de la acción, del verbo”.

Un momento que no es cualquiera. Se trata del instante donde algo nuevo puede surgir cuando el autor desde su búsqueda de veracidad, desde las tripas mismas, luego de internarse en el oscuro mar sin estrellas, ni brújula ni radares, se sumerge aguantando el aire hasta el último instante para emerger dándolo todo. Hasta el aire viciado de los pulmones, como un dios, que con su aliento, va nombrando cosas y a través de la palabra hace existir un universo.

Ánimas, que no amanezca

La noche avanzaba y faltaban las fotos para culminar la entrevista. Al bar lo cerraban. Llamamos a la puerta de un hotel cercano ahí en el barrio El Palomar. El dueño entendió las razones y ahí frente a un par de murales descascarados  pintados por Mandové lo retraté mientras esperaba un desayuno temprano que se negaba a madrugar en la ciudad vampira.

Dejé para lo último la decisión de nombrar al galardonado y digo que se trata de Santiago Morales (44). Lo nombro porque creo haber comprendido que lo que le importa más allá de quien hace el poema, y las credenciales, mal que le pese a la policía de lo correcto y las buenas costumbres de hoy, es la poesía, cuanto más visceral, más pura, real y creíble, mejor.

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