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Lo inexplicable

domingo 07 de marzo de 2021 | 6:00hs.
Lo inexplicable

No me atreví a contarlo anteriormente, pero ahora que ya he cumplido los cuarenta años, creo que puedo hablar de esa experiencia que ha quedado demasiado lejos,  como algo tan trascendente  de mi adolescencia. Un hecho que nunca me pude explicar.

Vivíamos con mi familia, en ese  entonces, en una ciudad de la provincia de Córdoba,  Alta Gracia, muy  nombrada, porque al margen de su pintoresco paisaje, siempre fue un motivo de atracción  la que fuera residencia del Virrey Liniers, penúltimo de los virreyes del Río de la Plata, adonde se instaló el  Museo Histórico Nacional. Además, la Estancia Jesuítica de Alta Gracia fue declarada por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad. Una localidad de mucha belleza,  adonde la mayoría de los vecinos nos conocíamos y nos saludábamos cordialmente en cada encuentro, como  distinguiéndonos de

los turistas que habitualmente visitaban el lugar. En mis dieciséis años de vida, solo había conocido la ciudad de Córdoba, que para mi visión  juvenil, era   lo máximo por  su belleza, por los edificios antiguos, la Catedral, de arquitectura colonial, el Cabildo histórico de Córdoba.   La Plaza San Martín,  con  sus flores de invierno, la violeta de los Alpes, el  edificio ocupado por la Policía,  la casa colonial del Marquez de Sobremonte convertida en Museo, la manzana de la Compañía de Jesús declarada por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad,  la Manzana de las Luces, donde están los edificios de la Compañía de Jesús, iglesias y capillas de esa orden,   el Colegio de Monserrat, la Cañada, el Río Suquía,  la Universidad más antigua del país,  en fin, tantos lugares que me impactaban  intensamente, como así también  la contemplación del diseño de las rejas antiguas de tantos edificios. Y tengo presente todos estos aspectos de la ciudad, porque mi familia hacía que los recorriéramos con mi hermano, para que supiéramos valorar su patrimonio histórico y cultural. En esa etapa de mi vida, ir a  Córdoba, era una verdadera fiesta.

Además, eso significaba que hacíamos compras y disfrutábamos sentándonos en una confitería o  comiendo en algún restaurant,   que no era lo acostumbrado en  nuestra vida cotidiana.

El gran acontecimiento  se dio cuando mi  familia recibió la invitación para asistir al casamiento de la hija del hermano de mi papá, mi prima, que se realizaba en Buenos Aires adonde ellos residían  y de inmediato decidieron que asistiríamos  los cuatro, mis padres, mi hermano Julián de  doce años y yo. Desde ese momento, todo giró en torno al viaje. El regalo, la ropa,  si serían días frescos o no, hacer revisar el coche para no tener sorpresas, en fin, todo lo que se estila cuando se proyecta un viaje que no es lo habitual. Fue una etapa de entusiasmo, de euforia familiar,  en especial para mi hermano y yo que no conocíamos Buenos Aires.

Y llegó el día de iniciar el viaje. Ya  habían acordado que nos alojaríamos en casa de una tía,  hermana de mi papá  que vivía en  Castelar.  Y hacia allá fuimos, yo con los ojos muy abiertos, mirándolo todo porque  todo me motivaba y me parecía excelente. Siempre tuve curiosidad por todo lo nuevo. La tía residía en una casa colonial, muy amplia, en la que nos ubicamos cómodamente.  Y apenas enterado de nuestra presencia, vino el tío, el padre de la novia, a explicarnos que la reunión se haría en un club de Castelar adonde eran socios desde tiempo atrás. Que habían contratado un conjunto musical porque querían que la  boda fuera  todo un acontecimiento.

El día fijado, con nuestras mejores galas, llegamos a la Iglesia que estaba arreglada con una profusión de flores blancas,  para asistir a la ceremonia como era de rigor. Me llamó la atención la presencia de mucha gente joven, y después me enteré de que eran los compañeros de facultad de mi prima, que recién se había recibido de traductora de inglés.

Realmente, creo no exagerar, si  digo que la novia estaba hermosa.  La verdad, la había visto una sola vez,  cuando nos visitaron en Córdoba, pero ahora, parecía que su belleza se había acentuado, no sé si porque se la veía muy feliz, o porque los años le habían dado una placidez  muy  especial a su rostro.

Después de la cena, la torta, los brindis, comenzó el baile  con la música que ya se venía perfilando suavemente desde hacía rato.  Yo estaba con un grupo de gente joven, y  ya casi  a las dos de la mañana, fuimos a otro salón adonde también se bailaba, pero con  la música de un piano que me pareció excelente.  Y  estando muy animada, se acercó un muchacho muy bien parecido, que me invitó a bailar. No era del grupo, pero  no opuse objeción y puedo decir que bailamos  el resto de la noche. A mi criterio, tenía algo muy especial en su trato, que realmente me impresionó.  Tal vez sería porque no tenía mucha experiencia. Pero cuando llegó la hora de despedirnos, la mirada de sus ojos me impactó vivamente y sentí algo  muy especial.  Me dio su nombre y quedamos en que nos  encontraríamos  el lunes  por la tarde, para ir al cine, a ver una película que estaba muy  promocionada. La verdad, acepté la invitación sin siquiera tener la certeza de que mis padres

estarían de acuerdo en que saliera con una persona desconocida, en una ciudad como Buenos Aires.  Y a mi edad, que era lo que siempre me señalaban.

Pero a veces las cosas se suceden sin que tengamos el control sobre ellas.

Habíamos dicho que nos quedaríamos hasta el día martes, pero inesperadamente mis padres decidieron viajar el domingo  por la tarde.  ¿Qué hacer? No quería perderme de mi nuevo amigo, y no tenía forma de comunicarme con él, tan siquiera para saludarlo. Porque en realidad, debo admitir, había quedado muy impresionada  con su personalidad.  No sé definir si en mis jóvenes años, esto había sido un amor a primera vista o simplemente simpatizaba con él.  Y empecé a ver qué podía hacer para saludarlo de despedida.  No tenía su teléfono ni sabía a donde vivía. Solo tenía su nombre.  Marco Montini.

¿Y si buscara  el número de la familia Montini en la guía telefónica?  Era una idea genial… Por lo menos así me pareció. Y durante más de una hora, recorrí las páginas de la guía  hasta  que finalmente encontré un teléfono a nombre de un señor Marco Aurelio Montini.  Podría preguntar. Quizás fuera un familiar suyo. No, me decía. No podés hacerlo. Es un atrevimiento. No conocés a esa familia y te querés permitir  llamarlos para preguntar por Marco. Te pueden contestar cualquier cosa… Y me consolaba diciendo, total no me ven la cara. Y así, después de muchas conjeturas que hacía en silencio, porque no me atrevía  a decírcelo a nadie,  llamé  tratando de  poner mi voz más dulce y gentil…

Hola, señora. Le ruego me perdone  la molestia, pero ¿es ese el domicilio del señor Marco Montini?  Quién  lo pregunta… Señora,  una amiga. Anoche  estuve con él y simplemente quería  dejarle un mensaje, si fuera posible…

Señorita, no sé cuál es la intención de este llamado.  Yo soy la madre de Marco y debo decirle que él falleció hace un año y medio  en un accidente automovilístico. No sé cómo puede decir que estuvo con él…

Perdóneme señora… No fue mi intención molestarla…Habrá  sido otra persona con el mismo nombre….En realidad, yo estaba temblando y  creo que tartamudeaba…  Le pido mil perdones…

Y la señora cortó la comunicación….

¿Qué  había pasado?  Nunca lo supe… Le pedí a una amiga que  lo había visto que estuviera en el cine para ver si aparecía… Pero no apareció…

El viaje de regreso fue angustiante para mí. Me sentía un desastre… Había ofendido a una señora que tenía el dolor de haber perdido a su hijo…Y me quedaba la angustia de pensar quién era la persona con la que había pasado momentos tan gratos… Cómo definir lo ocurrido… Había otro Marco Montini… O alguien había tomado su nombre…. ¿O acaso un ser humano que había fallecido puede volver del más allá….?

Pasaron muchos años….Yo había terminado mis estudios y estaba trabajando en la ciudad de Córdoba….Y como siempre me había quedado la angustia, quizás curiosidad o la necesidad de saber qué había pasado,  se me ocurrió contratar a  un detective que buscara a un señor Marco Montini,  porque quería convencerme de que realmente existía… Y un día, muchos meses después, casi disculpándose, el detective llegó a mi domicilio con lo único que había logrado, una fotografía del Marco Montini que había fallecido. Y casi muero del susto… Una ráfaga helada recorrió mi cuerpo. Era  una  imagen idéntica a quien había bailado conmigo y me había hecho sentir algo que nunca volví a experimentar…

¡La verdad, jamás podré explicarme lo ocurrido…!

Josefina Bosco Demarchi publicó poemas y relatos. Docente y taquígrafa parlamentaria. Falleció en el año 2020

Josefina Bosco Demarchi

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