jueves 28 de marzo de 2024
Cielo claro 23.7ºc | Posadas

El pacto fatídico

domingo 28 de febrero de 2021 | 6:00hs.
El pacto fatídico

El hombre de tez morena  y arrugada pronunció unas oraciones inentendibles mientras sostenía en su mano derecha un extraño objeto hecho de trapo, rodeado de cintas rojas y amarillas, que agitaba constantemente. Gonzalo había escuchado decir que estos practicantes de macumba (a este brasilero también lo llamaban Pai) tenían mucha influencia de los brujos africanos. Éste hablaba con igual soltura el castellano, el guaraní y el portugués. El joven pareció dudar una vez más en dar el último sí, en aquella humareda de inciensos que saturaban la pequeña pieza donde atendía el macumbero. Pero accedió finalmente, la suerte ya está echada, pensó. Fue un pequeño mareo primero, una sensación como de idilio semejante al que se experimenta con el opio, luego una visión casi real y tangible: el éxito, el dinero, la buena estrella de Gonzalo parecía brillar con un ímpetu casi místico en la nube de incienso que circundaba el cuarto. El pacto estaba hecho. Su nuevo cómplice y guardián se llamaba Oaxum, según le indicó el shaman. Era una entidad muy poderosa que había habitado, en su última existencia, una tribu de los bandeirantes, hace ya un par de siglos. Gonzalo se emocionó mucho con la visión, se paró, sonrió y dio mil gracias al viejo.

El Pai le estrechó la mano con energía y le dijo:

- Agora voce tamben tem a forca

Y Gonzalo creyó sentir la vitalidad que recorría su cuerpo como una descarga eléctrica. - Quién es usted? - le preguntó el joven asombrado.

- Un prestador de luz, fue la respuesta del viejo.

El shaman le despidió con un chau, en perfecto castellano, mientras el otro intentaba acomodar sus ideas.

Pero todo pasó vertiginosamente, Gonzalo bien pronto se dio cuenta que su don de sanación arrastraba multitud de seguidores.

Luego de unos meses en Argentina decidió radicarse en Paraguay, donde sentía que gozaba de más libertad, cerca de un pueblo llamado Caazapá, donde finalmente se estableció.

Su método de curación era muy sencillo: sólo colocaba las manos en la espalda del paciente uno o dos minutos, depende la gravedad de la enfermedad, y eso recomponía totalmente al enfermo. Nadie sabía bien cómo explicar este hecho, aparentemente sobrenatural, pero Gonzalo sostenía que todo en el universo es energía, y que él simplemente canalizaba la energía de la curación. En ningún momento mencionó a nadie su pacto, e intentaba incluso desestimarse a sí mismo tal hecho. Se le ocurría pensar que las cosas se dieron así, o que era un don  natural que él nunca supo explotar y punto.

Pero Oaxum no lo dejaba dormir en paz. Por las noches, y en sueños, el demonio se presentaba ante él. Tenía una figura siniestra, un rostro desfigurado y hablaba con una voz cavernosa. Le advertía que jamás estaría solo y que, pase lo que pase, se inmiscuiría en cada paso que él pudiese dar. Oaxum estaba en todos y cada uno de sus sueños, parecía que el demonio poseía el poder de la ubicuidad. Gonzalo tenía a menudo estas pesadillas, se habían hecho tan frecuentes en esos meses que ansiaba insistentemente que llegue el alba, sólo que llegue la luz del sol para reencontrarse con su vida cotidiana.

Afortunadamente, durante el día aplacaba toda esa pesadez psicológica, veía todas aquellas visiones como una fantasía más, y se consolaba pensando que eran sólo alucinaciones de su mente. Así pasó un par de meses más, hasta que sucedió algo que iba cambiar el giro de su existencia.

Un día, entre los enfermos que lo visitaban, apareció una muchacha preciosa. Era hija de inmigrantes suizos, una chica bellísima. Dijo llamarse Lucia, y a Gonzalo le pareció salida de una fábula. Se fascinó ante sus ojos de un tono esmeralda, no se cansaba de mirar su piel, ni las curvas de su delgado cuerpo, como si ella fuese un cuadro viviente. Gonzalo no sólo quedó embelesado, sino que rescató de su imagen una sintonía con no sabía qué sueño suyo, como si la predestinación le jugara una carta que no podía dejar de tomar, o por lo menos intentar tomar. La recibió en su oficina de curación con una sonrisa que no podía disimular.

- Cuándo empezó? - preguntó él, poniendo la mano en su hombro.

- Hace unos seis meses. -respondió ella, inclinando un poco la cara, como con vergüenza.

Gonzalo recordó que seis meses era el tiempo que él venía aliviando y sanando dolencias.

- He mantenido a varias personas con tu problema. Jamás he curado esta enfermedad, pero sí la puedo sostener.

Él le hablaba a su vez con una esperanza única -casi una certeza de corazón- de que la chica se quede. Y no era un simple enamoramiento, sino más bien una afinidad, como cuando se siente que la otra persona es un complemento perfecto de cierta zona de nuestra psicología. Y en ese momento ella no supo bien por qué, pero se quedó a almorzar, luego a cenar y posteriormente se entregó toda la noche, como si las cosas se hubiesen dado nada más, sin preguntarse mucho a sí misma cómo o por qué lo hacía.

Pero la noche fue muy larga para los dos. La fobia, el terror y el espanto les traicionó a ambos. El temía dormirse y encontrarse nuevamente con Oaxum, y daba vueltas y vueltas en la cama, pensando una y mil cosas. Ella, por su parte, sentía un horror tremendo a su propia enfermedad, y cualquier movimiento o pensamiento que pudiera terminar en una convulsión la aterraba.

 Jamás tuvieron relación carnal alguna.

En el desayuno casi no hablaron. Ella medía cada bocado, sentía que en cualquier momento la maldición se apoderaría íntegramente de su cuerpo y rompería lo más sagrado que tiene una mujer: su propia imagen como tal. Gonzalo, por su lado, se sentía confundido. Jamás había percibido la  presencia de Oaxum tan cerca, y menos en pleno día. Parecía escuchar, desde el fondo mismo del abismo, las espantosas carcajadas del demonio. Miraba constantemente hacia arriba, con un espanto enfermizo, como si ahora el mal estuviese flotando sobre sus cabezas, en una obscura humareda etérea.

Pero después del desayuno todo volvió a la normalidad. Siguió atendiendo a las decenas de personas que venían sólo a implorar una dosis de su poder. Lucía le ayudó con los enfermos, de vez en cuando hacía pasar a la gente y otras veces presenciaba las curaciones personalmente. Siempre estaba atenta a cualquier menester de Gonzalo. Le preparaba y cebaba mate y le infundía ánimos cuando trataba a sus pacientes. La relación entre ambos fue una constante armonía.

Pero la segunda noche se volvió aún más dolorosa que la primera. La habitación de Gonzalo no era muy grande y, como toda la casa, era de madera, tenía una ventana que daba a un inmenso patio que en forma de prado cubría gran parte de su residencia. Después de la reja perimetral seguía una calle, y luego un extenso monte que virtualmente rodeaba toda la mansión.

La ventana generalmente amanecía abierta, con la intención de refrescar el ambiente, y a su través podía verse la figura de los árboles del patio de Gonzalo, primero, y luego borrosamente el inmenso monte que se extendía hasta el centro de Caazapá. La luna estaba a punto de convertirse en nueva. Apenas un hilo de luz en forma de cuna la representaba y, alrededor, sólo una sombra negra.

Lucía trató de contener como pudo a la tenebrosa fuerza, que como una condenación obscura parecía acechar y amenazar el dominio de su grácil cuerpo. En un momento lo sintió demasiado cerca, casi al control de sus sentidos y su mente, y entonces, en un ataque de pánico, corrió hacia la ducha, abrió la canilla, y colocó su cabeza debajo, para ver si el contacto con el agua fría ahuyentaba el mal, aunque sea temporalmente.  Gonzalo, al advertir su ausencia, la buscó y la encontró en el baño, dormida, todavía con el chorro de agua corriéndole por la espalda.

Esa mañana desayunaron juntos casi sin decirse palabra.

Gonzalo la miró con un ojo interrogativo. Ella reaccionó de inmediato, y a modo de horrorosa confesión le dijo:

- Lo mío no es una simple epilepsia. Hay quien comanda mis actos, y quienes han visto a la cosa que me domina, huyeron aterrados.

Gonzalo terminó de enterarse lo que ya sospechaba. Pero había algo extraño en este fenómeno. El había tratado con un par de personas poseídas, pero era diferente. Sentía que este caso se le escapaba totalmente de su control. Que la “cosa” que mencionaba Lucía era más fuerte que su poder. Percibía que el destino había dado vuelta vertiginosamente y ahora ya estaba otra vez cerca de su rostro, con un efecto siete veces más fuerte de lo que partió.

La tercera noche no hizo más que cristalizar el pánico de ambos. La luna se había vuelto totalmente obscura. Desde la ventana sólo se veía la silueta de los árboles que espectrales se movían cadenciosamente, como anticipando algo perversamente siniestro. La brisa apenas silbaba y un aullido constante y lamentoso, como de un perro que ha perdido a su amo, se oía desde la lejanía.

De pronto, Gonzalo se sintió más solo que nunca. En la obscuridad, en la más negra y profunda obscuridad, se sintió tremendamente solo e indefenso. Como un atroz presagio, un escalofrío le recorrió la columna. Intentó abrazar a Lucía pero también sintió su cuerpo distante primero, frío después, y luego con repetidas y pavorosas convulsiones. Ella, cuando percibió que era tomada por completo, en un intento de desesperación, se arrojó de la cama y se arrastró como pudo hasta la pared. Pero ya era demasiado tarde. Primero fue para Gonzalo la más abominable obscuridad, una carcajada estruendosa y diabólica que parecía provenir desde las profundidades del pulmón de Lucía y luego, con la luz encendida, pudo ver el horror en toda su magnitud. Contra la pared, el rostro de su novia estaba totalmente desfigurado. Sus ojos estaban desorbitados, sus mejillas y cráneo parecían hinchados y deformados y le salía una abominable espuma blanca por la comisura de los labios, desde donde alguien le sonreía tenebrosa y burlonamente. Gonzalo se acercó a ella con una cruz, la misma que usaba para sus curaciones. Pero enseguida cayó en la cuenta de que sea quien sea quien estuviese allí, no era Lucía.

- Te conjuro a que me digas quien eres- gritó, en un intento de dominar al engendro.

Se escuchó primeramente una cavernosa carcajada.

- A mí no me engañas, Gonzalo. Yo te di todo lo que tienes. Todo esto me pertenece.- dijo el demonio a través de la garganta de Lucía, señalando todo cuanto lo rodeaba.

Gonzalo, espantado, dio unos pasos hacia atrás con la conciencia y la mente congeladas.

- Oaxum... - dijo con una angustia y desesperación profunda, mientras caía arrodillado en una esquina.

- Ahora reconocés a tu amo, un poco de cigarros y caña no me vendría mal. - le dijo el demonio, con una voz cavernosa e  intimidatoria.

Infinitamente apesadumbrado, Gonzalo le trajo inmediatamente lo requerido. El demonio fumó y  tomó durante largo rato, mientras Gonzalo permanecía en la otra esquina casi en estado de trance, hasta que se quedó dormido o desmayado, nunca supo bien.

Se despertó bien temprano, sudando, con cientos de pesadillas rondándole la cabeza.

- Lucía, Lucía.. - decía el muchacho mientras la buscaba por la casa.

La encontró inconciente en el galpón del fondo. -Tenía un fuerte aroma a tabaco y alcohol y signos de haberse revolcado en el piso de tierra del hangar.

La llevó a la cama, puso su mano en la espalda de ella, como hacía con todos sus pacientes, e inmediatamente la vio recuperarse, pero su mirada ahora era de una tristeza muy honda, indescriptible.

- Dios mío, se dijo a sí mismo, convivo con el ángel que más amo y el demonio que más odio al mismo tiempo, no creo que haya peor tortura para un hombre.

A ella, sólo atinó a decirle: lo siento, lo siento, mientras la llenaba de besos.

Ese día suspendió las curaciones y se dirigió a Brasil, en busca del shaman.

Viajó todo el día y muy de tardecita ingresó al consultorio del curandero, con la moral totalmente destruida.

- Qué me hizo usted? - le gritó descontroladamente, apenas lo tuvo frente a frente.

- No puedo hacer nada que no lo hayas deseado antes. - le contestó el curandero, sin sorprenderse por su intempestiva visita.

- Quién es usted? - le dijo, con voz desesperada.

- Ya te lo he dicho, soy un prestador de luz.

- Por favor, se lo suplico, explíqueme cómo salir de este calvario.

- No hay nada que explicar. Hiciste un pacto, él sólo está cobrando su parte.

- Pero no con ella… por qué ella? –dijo con desesperación el joven.

- Es el universo el que se cobra. Por lo más débil se te cobra.

- Usted es el diablo- le dijo Gonzalo, cuando una porción de su mente entendió que Lucifer, en su concepto más etimológico, no es otra cosa que un prestador de luz.

El viejo le prodigó un gesto de comprensión, y lentamente le fue diciendo:

- Sólo cumplo una misión. Quizá la más triste del universo, pero es una misión. Hasta ahora pensaste que los hombres aprenden de las palabras y los consejos. Pero no es así, sólo se aprenden de los errores, de los hechos que nos martillan la conciencia.

- Por favor explíqueme por qué le ocurre eso a ella.

- Las personas que fueron mediums en otras existencias, esto es,  que han incorporado entidades a través de ritos satánicos, abren una puerta en la parte superior de la cabeza, a la altura de la glándula pineal, nacen epilépticas y son propensas a reincidir. Lo de la chica comenzó con una epilepsia y no hubiera pasado de allí, pero tu pacto y el lazo kármico que viene de otras existencias terminó de abrir el agujero al demonio.

- Dios mío, quiero volver para atrás, deshacer el pacto.

- Ya no es posible. Ya no.  Ya es demasiado tarde – le dijo el curandero, con un rostro donde anunciaba la muerte de un ser querido.

- Nooo, Lucíaaaa, salió gritando fuera de sí, mientras arrancaba su auto.

Al velorio acudió mucha gente. Había muchas personas que se solidarizaban con Gonzalo, sobre todas aquellas que de una u otra forma se vieron favorecidos por sus dotes de sanación. El, por su parte, se veía demacrado, como fuera de sí, y en una perpetua e irreparable abstracción. No dijo una palabra ni antes ni después del entierro. El intendente de Caazapá vino en persona al velorio y le entregó una placa recordatoria, en nombre de la Comuna. El la tomó sin pronunciar una sola sílaba.

Tres días después fue a la tumba de Lucía. Sollozando, le dijo:

- Te pido perdón. Estas gentes jamás entenderán qué ha ocurrido en nuestro interior. A veces nos olvidamos que nos suceden solamente las consecuencias de lo que hacemos. Juro que en ningún momento sospeché que éste podía ser el final. Pero comenzaré este nuevo camino sin la más mínima ambición de poder.

Besó la tumba y dejó la cruz que usaba para curar.

La última vez que lo vieron fue esa misma tarde, con una mochila azul. Cruzó en una lancha el río y se internó en Argentina, con rumbo desconocido. Nadie sabe más nada de él.

Cuando la policía allanó su casa, después de meses de inactividad y ante constantes pedidos de la Justicia por ausencia de su propietario, se encontró con un panorama muy melancólico. Los cuadros, los adornos, hasta la disposición de los cubiertos en la cocina, parecían conllevar una tristeza profunda.

Pero lo que más llamó la atención, fueron las palabras que se encontraron escritas en una de las paredes del cuarto.

Curiosos y periodistas sacaron fotografías, que luego se publicaron en muchos sitios de internet.

Durante un largo tiempo, el tema sirvió para avivar debates televisivos y radiales.

La frase estaba escrita con sangre y el resultado de los análisis demostró que se trataba de la propia sangre de Lucía.

La inscripción en la pared decía:

 Médico, cúrate a ti mismo.

Silvero es un escritor posadeño con quince libros publicados. Obtuvo reconocimientos por sus creaciones literarias, que abarcan cuento y poesía. Blog: www.silvero.com.ar

Aníbal Silvero

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias