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A 96 años de un secreto en San Ignacio

viernes 26 de febrero de 2021 | 6:00hs.
A 96 años de un secreto en San Ignacio

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as ruinas de San Ignacio (Miní) fueron declaradas Monumento Histórico Nacional en el año 1943, entonces éramos Territorio Nacional de Misiones; cuando nuestra condición de provincia argentina fue definitiva e indiscutible, en 1969, se las designó “Monumento Histórico Provincial” y en 1983–1984, con la reinstalación de la democracia en nuestro país, la Unesco–en inglés United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization es decir Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura–las declaró “Patrimonio Mundial de la Humanidad” conjuntamente con las ruinas jesuíticas de Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto, Santa María La Mayor y San Miguel (Brasil).

Los vestigios del antiguo pueblo de indios de San Ignacio constituyen los restos mejor conservados y más completos en Misiones, considerando la construcción original hace más de cuatrocientos años y fueron los primeros en ser revalorados, históricamente hablando; antes de la década de 1940 estaban cubiertas por la selva.

Después de las etapas independentista y artiguista, de la República Entrerriana, de los períodos de administración paraguaya y correntina, de la Guerra de la Triple Alianza, de la conformación del Territorio Nacional y de la aplicación de la política de inmigración, la ex reducción de San Ignacio fue invadida paulatinamente por la vegetación; varias de las paredes que estaban en pie, después de tantos saqueos e incendios intencionales, cedieron y las piedras se cubrieron de musgos y raíces.

En 1887, Rafael Hernández, en su obra “Cartas Misioneras” consignó que “(…) Los antiguos pueblos de Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio, Corpus, Mártires, Apóstoles, no son hoy sino ruinas, montones de piedras, la mayor parte superpuestas, sin mezcla de argamasa, a cuyos alrededores se agrupan treinta o cuarenta chozas humildes, con habitantes hambrientos, desnudos y semi. – salvajes, que se mantienen, ellos y sus perros, con maíz y frutas silvestres (…)”.

Escribió Juan Queirel en el año 1901, “(…) Hay que saber que las ruinas están entre un monte espeso y salvaje (con muchos naranjos), en que los árboles, lianas y demás plantas, han tomado por asalto casas, iglesias, colegio, etc. (…)”; de muy difícil acceso por entonces, solo eran apreciadas–como una curiosidad–por eventuales viajeros guiados por lugareños baqueanos.

A mediados de 1925 Agustín Luis Alvarenga, un joven radicado en Posadas, estrenaba su título de profesor, inquieto y curioso consiguió viajar a San Ignacio para conocer “las ruinas”, una parte del Imperio Jesuítico de Lugones.

La maraña vegetal solo dejaba ver algunas piedras; una le llamó la atención en particular, parecía estar tallada, no se apreciaba bien, estaba semienterrada y una higuera había crecido en derredor… Luis–como lo llamaban sus afectos – sin pensar en las consecuencias de sus actos, decidió inmortalizar aquella visita y grabó en esa piedra su nombre y la fecha “Luis Alvarenga VIII – MCMXXV”.

Luis formó una hermosa y fructífera familia con la joven ituzaingueña Celia Arminda Nieto Díaz de Vivar, tuvieron dos hijas y un hijo, años más tarde fue designado Director de la Escuela que actualmente conocemos como Normal Mixta “Estados Unidos de Brasil”, fue un apasionado impulsor de la Biblioteca Popular de Posadas y el Radioclub de Misiones; dicen que cuando acompañaba a los funcionarios escolares nacionales, a conocer San Ignacio, no podía evitar avergonzarse por “lo que había escrito en la piedra”, tanto fue su pesar que en una oportunidad se fotografió señalándola y oportunamente mostró la imagen a sus hijos para enseñarles lo equivocado de su accionar.

Un día, en el año 1938, se creó en Buenos Aires la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos, más conocida como Comisión Nacional de Monumentos; al frente se nombró al doctor Ricardo Levene –reconocido historiador argentino-; por su iniciativa se incorporó a la nueva institución al arquitecto Mario José Buschiazzo… fueron los primeros pasos hacia la protección del patrimonio histórico argentino.

Desde 1940 hasta 1946 Buschiazzo dirigió una Subcomisión Técnica que realizó los primeros trabajos de rescate de las ruinas de la antigua Reducción de San Ignacio, se limpió el terreno, tratando de respetar las estructuras que todavía se mantenían en pie, se despejaron las piedras derrumbadas, se encontraron balaustradas talladas en piedra, pisos de baldosas, una pila bautismal, parte del Altar Mayor, herrajes de la puerta del templo, objetos de cerámica, tallas pequeñas… se re–descubrió San Ignacio.

Un colaborador incansable de los trabajos de recuperación fue el arquitecto Carlos Luis Onetto, quien le dio al antiguo pueblo jesuítico la fisonomía que conocemos y visitamos hoy, se apoyó en sus conocimientos y la información histórica disponible en la época; la publicación–en diciembre de 1999–de “San Ignacio Miní. Un testimonio que debe perdurar” nos permite conocer aquella tarea titánica llevada adelante, los gráficos y fotografías incluidos en ella , muestran claramente el estado de la reducción a mediados del siglo XX,

Cinco décadas pasaron hasta que San Ignacio fue nuevamente atendido con criterio científico, en ese transcurso solo se realizaron tareas de limpieza, desmonte, algún apuntalamiento de muros y la delimitación del circuito turístico.

Agustín Luis Alvarenga murió en el año 1966, su legado se transmite de generación en generación; así me lo contó su bisnieto Sebastián González Montenegro hace unos días, luego de cerciorarse que la inscripción hecha por su bisabuelo sigue allí, debajo del símbolo mariano…como siempre, como se lo contó su padre Ricardo y a él la abuela Clelia.

¡Hasta el próximo viernes!

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