Mis hermanos Lokpa

domingo 21 de febrero de 2021 | 6:00hs.
Mis hermanos Lokpa
Mis hermanos Lokpa

Como les contaba anteriormente, la aldea que me recibió pertenece a la etnia Lokpa, allí hice mi verdadero proceso de inculturación. Había dedicado tantos años y tantas horas de mi formación para aprender la dimensión de esta palabra en la vida de un misionero, que ya me sentía todo un experto en el tema, desde los libros, claro. Pero hoy, a la distancia de esa linda experiencia que tuve en el continente africano, sé que nunca habría comprendido el sentido verdadero de esta palabra, si no hubiera vivido el proceso desde una experiencia personal y concreta.

Estudiar y prepararse son factores necesarios en toda formación, pero necesita que se la acompañe desde una experiencia de vida concreta. Ver, sentir y actuar desde adentro se comprende mejor la realidad.  La inculturación en la vida misionera tiene que darse desde el corazón mismo del pueblo que se quiere acompañar, no solo basta con creer saber lo que necesita un pueblo y su gente, también hay que sentirlo. Un buen médico nunca da una receta, aunque tenga mucho estudio en la materia, si antes no ve, no conoce y reconoce al paciente. Lo mismo debe suceder en esta vocación de acompañar a las personas en la fe.

La gente que acompañé en aquel entonces como religioso misionero, el pueblo Lokpa, me enseñó que: El Evangelio debe mirarse y anunciarse desde los valores de la cultura que nos acoge. Recibí más de lo que creía tener para ofrecer. En la aldea fui uno más gracias a que tuvieron la generosidad de recibirme como a un hijo. En la aldea, vivía en la pequeña capilla, construida del mismo material que las viviendas de las familias (paredes de barro y techo de paja), la única diferencia era que la capilla tenía forma rectangular y las casas de las familias eran de forma circular.

Compartí sus trabajos en la aldea y en el campo, traté de acompañarles en sus problemas, que a veces podía ayudar con palabras de aliento, y otras veces, bastaba que esté simplemente en silencio junto a ellos. Celebraba sus alegrías y fiestas como también me abrazaba con sus dolores. Traté de estar con ellos en todo momento, desde que se despertaba la aldea con algún llanto de niño y risas de otros, hasta caer la noche en un silencio profundo producto del cansancio de la jornada, que solo se escuchaba el murmullo de cada familia reunida y el fuerte crepitar de los fogones a punto de consumir el último trozo de madera.

Esta gente sencilla y maravillosa, cuya única escuela es la vida misma, fue la que me enseñó todo lo que hay que saber, y no saber; todo lo que hay que decir o callar en los distintos momentos. Ellos me dieron la mejor cátedra de inculturación, sin haber estudiado nunca teología. La decisión de vivir en la aldea y la suerte de ser recibido por ellos, fue lo mejor que me pasó en mi vida de misionero.

Estoy convencido de que habría sido diferente mi experiencia, si hubiera estado viviendo en la parroquia y algunas horas al día en la aldea, que no dejaría de haber sido una buena experiencia como religioso en formación. Pero, haber vivido en el corazón del pueblo Lokpa, me ha enseñado algo fundamental que hasta aquel momento no lo tenía tan claro, y es que la vida del misionero no solo es enseñar y cambiar (estilos, formas), sino que también es escuchar, sentir, aprender y aceptar. También aprendí, que no es lo mismo trabajar para la gente que trabajar con la gente, porque los sentimientos  vividos desde adentro, laten más fuerte, más cercano y más real. Viviendo con ellos, no solamente pude conocer y hablar el idioma, sino que con el correr del tiempo, la gente me veía como uno más en la aldea. Eso fue un signo muy importante para mí, ya que el africano por lo general, te acepta como un hermano, o te recibe siempre como a un extranjero. Y es mejor sentirse en familia, que siempre de visita. Y yo, fui uno más con ellos desde el primer momento.

De Mi paso por Benín – inédito-  El autor nació en Posadas, vivió en Africa y actualmente reside en  Budapest, Hungría.

Joaquín Quintana

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