Intercesión

(A Raúl Novau, narrador)
domingo 21 de febrero de 2021 | 6:00hs.

Se referían historias aterradoras, situaciones de peligro mortal, en las cuales historias y en las tales situaciones la existencia de un amuleto, un payé, o la intercesión del Gauchito Gil, La Difunta Correa, San Cono o San La Muerte libraban al personaje de una desgracia irreparable.

Fue entonces cuando Gerundio cabeceó meditativo, y dijo en tono solemne:

- San La Muerte … Yo me salvé porque le llevaba cosido por mi camisa. Eso sí, gané quebradura en mi brazo. Y mostraba el hueso que sobresalía por encima del codo.

Contó cómo viajaba una tarde, allá por los años 60 ó 61, en el techo del colectivo. Adentro no había más lugar, y el colectivero le había permitido viajar arriba para no dejarlo en el camino, dada la proximidad de un temporal.

- Por tu cuenta y riesgo, chamigo -le había dicho- ¡Mirá que ta fiera la cosa allá arriba!

Apenas trepado, vio el ataúd, de plano entre bultos y fardos que impedían su desplazamiento. No le hizo gracia, es cierto, pero tampoco le causó temor. ¡Qué va! Él no era miedoso.

Había comenzado a llover. Se acomodó lo mejor que pudo sobre la superficie combada del techo y, acurrucándose de lado, se cubrió hasta la cabeza con su propio saco, viejo y descolorido.

Anduvieron un buen trecho.

Poco a poco la lluvia se fue aplacando. De pronto se oyó un ruido extraño, como si la tapa del ataúd se moviera. Alzó la cabeza para ver. Y entonces…

La versión de la otra parte refiere lo siguiente:

Un hombre llamado Antenor regresaba aquella tarde de su trabajo. Como había comenzado a llover, resolvió esperar el colectivo bajo un árbol.

Venía completo. El conductor le propuso viajar en el techo, por no dejarlo en el camino. Eso, si él se animaba a hacerlo entre los bultos, trastos y un “cajoncito” que llevaba de encargo.

Aceptó. No era aprensivo. Subió, miró a un lado y otro, y cayó en la cuenta de que el lugar más cómodo era dentro del ataúd. Se introdujo y calzó la tapa tanto para que se fuera a caer cuanto para protegerse de la lluvia. El traqueteo del vehículo, las patinadas en el barro que empezaba a formarse y sobre todo su cansancio, le produjeron sopor. Se adormiló.

Un barquinazo brusco lo sacó del sueño. Antenor movió la tapa (se sentía sofocado), y asomó una mano buscando donde afirmarse para salir.

Apenas incorporado, alcanzó a ver que una persona se dejaba caer del coche en movimiento. Sólo supo decir que llevaba puesto un saco descolorido…

 

Del libro: La inseguridad de vivir y 20 cuentos sutiles. Posadas, edición 1999

Hugo Wenceslao Amable

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