Vacunarnos contra el Covid-19, mucho más allá del beneficio personal

sábado 23 de enero de 2021 | 6:00hs.

La campaña de vacunación contra el Covid-19 ha sido posible gracias a un gigantesco esfuerzo científico para desarrollar varias vacunas en un tiempo récord, que ahora debe continuar con la distribución y aplicación a escala global de cientos de millones de dosis. Sin embargo, también ha despertado las dudas en algunas personas, a las que parece preocuparles que puedan no contar con todas las garantías posibles. Argumentan que esto requiere ensayos de seguridad y de eficiencia protectora extendidos en varias etapas, a lo largo de periodos mucho más largos de tiempo.

El beneficio, en términos de salud global, de la amplia aplicación de las vacunas es incuestionable. Esto, a pesar de las reticencias de pequeños grupos de población alentados por mensajes con dudosa base científica que circulan por internet. Las consideradas más seguras (gripe, triple vírica) tienen una incidencia de efectos adversos graves de uno o dos casos por millón de habitantes, y eso no invalida su carácter protector, ampliamente demostrado. Es verdad que han sido probadas en población real durante décadas.

En contraste, las nuevas vacunas del Covid-19 sólo han tenido oportunidad de probarse en los miles de personas que han participado en los ensayos clínicos, en entornos controlados. Estos son imprescindibles para sacar conclusiones sobre la validez de cualquier tratamiento que se ensaya, y que no queden enmascaradas en la inevitable heterogeneidad casuística del mundo real. Es la falta de su aplicación masiva, en los millones de individuos que representan mucho mejor la estructura real de la población, lo que hace inevitable una cierta incertidumbre, que solo se podrá despejar tras años de aplicación y análisis. La pregunta es cuál es el balance entre riesgo y beneficio que puede considerarse aceptable dadas las circunstancias actuales.

En medicina, el planteamiento para comenzar a aplicar nuevos tratamientos parte de la aprobación por parte de las agencias reguladoras. Estas deben garantizar que se han realizado adecuadamente todos los estudios y ensayos destinados a valorar la seguridad y la eficacia. Una vez el tratamiento en cuestión es aprobado y está disponible en el arsenal clínico, los médicos valoran detalladamente ese balance entre riesgos y beneficios con la máxima garantista de “ante todo, no hagas daño”. Sin embargo, en el escenario actual, los elementos de análisis no están completos si no se invocan también criterios esenciales de salud pública.

Cuando se valora la probabilidad de efectos adversos en un individuo se valora la incidencia sobre cada una de las personas que siguen un tratamiento, el equilibrio entre el riesgo del procedimiento que se aplica y el beneficio que se pretende evitar. En el caso del impacto del Covid-19, eso supone también tener en cuenta el impacto que supone no prevenir la infección de la población en general, representado en cada uno de los individuos que no se vacune. Cada persona que no se vacune, aunque su riesgo de contraer Covid-19 fuera bajo, pone en riesgo al resto. No solamente al sector de población más vulnerable (que podría protegerse si a esas personas sí se les vacuna), sino a toda la población. Esto incluye a gente que ni siquiera sabemos cómo es de vulnerable porque aún no conocemos muchos de los factores que marcan las diferencias tan enormes que existen en la susceptibilidad de sufrir la versión más grave de la enfermedad. La diferencia fundamental entre el Covid-19 y otras enfermedades también causadas por agentes infecciosos es que no tenemos todavía defensas basales frente a un virus nuevo.

Es comprensible que la gente dé prioridad a su riesgo/beneficio personal sobre el beneficio colectivo. Por ello resulta crucial reforzar este aspecto colectivo en la comunicación de la importancia de las vacunas.

Otro argumento a favor de la vacunación masiva proviene de la biología. En un trabajo publicado recientemente se ha determinado que existen más de 1.000 especies de coronavirus similares al Sars-CoV-2 en murciélagos. Cada una de ellas es susceptible de desatar otra pandemia si cruza el umbral entre especies y se dan ciertas condiciones.

Si cambiamos los murciélagos por otras especies, se sabe mucho menos sobre los coronavirus u otros virus que podrían utilizarlas como hospedadores. Por ejemplo, la población de mascotas es comparable a la humana en tamaño, pero no se estudia al mismo nivel porque su interés es secundario en comparación con la salud humana. Con una población humana que sostiene una cantidad tan masiva de virus como la actual, la probabilidad de que cualquiera de esos virus proveniente de animales recombine con el Sars-CoV-2 y acabe generando una especie o cepa nueva se incrementa.

De ahí la idea de la ‘one health’ (del inglés, “una única salud”), que esta crisis sanitaria está poniendo encima de la mesa más que nunca. La sanidad humana, animal y ambiental son la misma cosa. Esta es la razón fundamental por la que es urgente actuar para reducir la extensión de la infección por Sars-CoV-2 en todo el mundo, también en aquellos países sin medios.

También hay que defender mucho más públicamente el valor de la garantía que suponen las agencias reguladoras de medicamentos. La urgencia y el acortamiento de plazos en el desarrollo de las vacunas no se han aplicado a costa de saltarse los protocolos de los que nos hemos dotado para el desarrollo de fármacos seguros. Las directrices que emanan de esas agencias están a salvo de intereses espurios meramente economicistas.

Existe cierto nivel de incertidumbre que solo se irá despejando según avance el proceso de vacunación, como ha ocurrido con todas las vacunas desde su creación hasta su consolidación.

Cuando las encuestas de opinión revelan las enormes dudas de la población es crucial que nuestros medios de comunicación se involucren al máximo en explicar el concepto colectivo y epidemiológico que está en juego en la vacunación frente al coronavirus. No se trata de ofrecer una avalancha de información sin más a la gente, para que la indigestión de no poder asimilarla les vuelva refractarios a todo lo que no sea lo que les conviene creer, en una negación ciega de la magnitud del problema.

Por Jesús Pérez Gil Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular Para TheConversation.com

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