La venganza del misionero

miércoles 13 de enero de 2021 | 6:00hs.

Misiones es la provincia que cuenta con mayor y más rica cantidad de leyendas. La leyenda es la fantasía sutil que tiene origen generalmente en realidades. De ellas, una, es la que recuerda a la batalla de Mbororé sobre el río Uruguay. Da cuenta del final cruel y despiadado originado por el temor exasperante que infundía el ejército bandeirante, que bajaba goloso con la intención de esclavizar a todo ser humano y exterminar a los inútiles. De paso, anexar al imperio lusitano el territorio conquistado que comprendía la Mesopotamia, Paraguay y la Banda Oriental.

Con ese fin, nunca antes se organizó en esta parte del mundo un ejército de más de ocho mil combatientes equipados con infernal maquina guerrera en busca de presas humanas.

Sin embargo, la estrategia diseñada pudo más y pese al desigual combate (2x1) los misioneros que defendían el terruño guiados por los curas guerreros, que llegaron ex profeso para darles instrucción, vencieron en tres horas de lucha a la vorágine esclavista.

Presurosos los vencidos en su retirada armaron un fortín a las apuradas como refugio, y pedir tregua con bandera blanca en espera de respuestas. En esta situación hubo reunión con los curas jesuitas y los misioneros expresaron: De ustedes hemos recibido la mejor educación, digna de los mejores centros de estudios y también nos enseñaron a no ser esclavos ni jamás esclavizar. Pero no nos enseñaron cómo tratar al enemigo que viene por nuestras vidas. No obstante, cumpliremos a nuestra manera el acto de no esclavizar. Ahora les pedimos vuestras bendiciones.

−¡Por Nuestro Señor!, ¡¿la contestación cuándo llegará?! −Se preguntaban alterados los sobrevivientes en el fortín sitiado.

La respuesta llegó con los alaridos de terror de los vigías, apenas la mañana comenzó a esclarecer con los primeros rayos solares. La pavura se extendió por el recinto fortificado que incitó a los demás a agolparse atropelladamente contra las vallas. A la gritería infernal siguió el silencio del espanto. Ocurre cuando el golpe de la contemplación es tan impactante que enmudece al individuo; en este caso al grupo que, estupefacto y lleno de asombro, contemplaba el objeto del horror allí colgados frente a ellos. Con ojos agrandados por el terror los distinguieron amarrados de las manos a las ramas de los árboles circundantes, los cuerpos de treinta y tres componentes del otrora orgulloso ejército bandeirante. Pendían en abanico y en el medio la figura robusta del comandante en posición grosera y humillante para aquel que en vida fuera amo y señor de tantos esclavos; del que formara parte de los que arrearon como bestias a más de quinientos mil seres humanos al trabajo forzado; del responsable de asesinar a miles de ancianos y desvalidos como piezas descartables; del que vio caer a otros tantos indígenas que no aguantaron el peregrinaje hacia el calvario, cadáveres y cuerpos con vida abandonados en el medio de la selva a merced de las fieras y carroñas. Ahí colgado estaba, pues, el tan poderoso señor de los esclavos… ¿Habrá partido de este mundo con el Deus Meu como últimas palabras?, ¿o gritando ayes de dolor y suplicando clemencia?

 El fortín fue arrasado y no quedó nadie con vida y los pocos que huyeron   cayeron en manos de los hermanos guaraníes que se comportaron, no como soldados en la guerra, sino que se habían transformado en seres irracionalmente vengadores. Y sobre la venganza y su significado se refirieron los curas jesuitas: “Nuestro acercamiento a la población tribal tenía como primer objetivo la catequización de sus habitantes, e inculcarles el cristianismo y la moral cristiana. Eso en cuanto a la fe. Por otro lado, la tarea apuntó en derribar mitos y costumbres primitivas que aún practicaban, una de ellas, el deseo de venganza que frecuentemente terminaba con la muerte del ofensor. Ya los griegos decían que era el placer de los dioses y, por cierto, todas sus divinidades actuaron por rencores y venganzas. Las sociedades primitivas la aplicaban como castigo en respuesta a la mala acción de una persona, o de un grupo de personas; la mayor de las veces causando el mismo dolor infligido y exhibiendo el vengador morboso placer.

En este sentido, se comprendía a la venganza como un acto de justicia; justicia rencorosa y mortificante condensada en el Antiguo Testamento con la ley del Talión, que significaba aplicar idéntico castigo al de la falta cometida.

Es por eso que tratamos por medios persuasivos de desterrar la venganza en los corazones de los hermanos guaraníes basándonos en la palabra de Dios plasmada en las Sagradas Escrituras. Él dice en Romanos: “Amaos los unos a los otros. No toméis venganza por mano propia que a mí me corresponde hacer justicia. No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien el mal. A tus enemigos dadles de comer y beber”; principios que eliminaban la ley del Talión por el de la justicia ecuánime.

Estas prédicas entendieron muy bien y venían actuando conforme a esos preceptos cristianos. Sin embargo, tras el éxodo sufrido diez años atrás y el temor constante a ser esclavizados, sea por congojas no manifestadas, todo les colmó el alma de rabia y rencor reflotando en sus sentimientos la atávica costumbre de la venganza. Y en la batalla de Mbororé sus odios y temores acumulados los descargaron con inusual violencia, tanto que no perdonaron ni tuvieron piedad con los vencidos.

La persecución fue terriblemente cruel. En el monte los que no eran cazados, fueron víctimas fatales del hambre, la sed y las fieras. Ellos actuaron sin misericordia, como si la bronca y la humillación sufrida durante años pudieran ser reivindicadas únicamente con la sangre y la muerte del enemigo. Así renació en sus sentimientos el mandato primitivo del ojo por ojo y obraron en consecuencia, suavizados con la benevolencia de no utilizar la tortura, pues directamente los mataban sin ningún tipo de rito ancestral”.

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