Anécdotas de Don Cacho

De exilios, amagues y encarcelados injustos

domingo 27 de diciembre de 2020 | 6:00hs.

Claudio Arrechea era hermano de mamá, el mayor. Tenía un gran prestigio como médico y un sanatorio en Concepción de la Sierra. Fue el primer gobernador constitucional de Misiones, pero lo eyectó la Revolución del 55 y estuvo preso un año por el delito de ser peronista; liberado, se exilió en Porto Alegre, Brasil.

Lo fui a visitar a Claudio en su exilio brasilero. Lo hice desde Corrientes, donde estudiaba; primero vía tren Urquiza desde Corrientes capital hasta Monte Caseros. No recuerdo cómo fui de Caseros a Paso de los Libres y menos como crucé a Uruguayana, donde dormí en una pensión/hotel de muy pocas pretensiones. Ya en la habitación -colchón de chala y frazada corta (si te tapabas los pies apenas pasaba el ombligo, si te tapabas el pecho los pies respiraban aire libre- con buena voluntad se podía alternar). Puse a resguardo la plata del viaje cuidadosamente debajo de la almohada para que no me la roben del bolsillo del pantalón colgado de un perchero. Me levanto al otro día y cuidadosamente me olvido de la plata y enfilo para la estación. Una chispa en la cabeza y salgo a mil para la pensión/hotel. La cama estaba tal cual la dejé, suspiro y voy en busca de la verdad. Levanto la almohada como quien orejea una flor y encuentro el montoncito verde gastado desde donde Pedro II me mira indiferente. Lo meto en el bolsillo sin sacar la mano, y salgo a mil a la estación donde me espera el Minuano, un supertren con ventiladores en el techo, para llevarme a Porto alegre.

Por aquel entonces Brasil, en tamaño productivo, no era más que Argentina, y la sociedad y lo que ello implica, bastante menos desarrollada que la nuestra. Incluso se sumaba un cierto desdén de la clase alta y de los militares argentinos en la época que relato: “los macacos”, cuando se referían a los brasileros.

Brasil era café, caña de azúcar, fútbol y zamba. Nosotros éramos “europeos” blancos y educados… Lo que no advertía nuestra dirigencia era que Brasil fue imperio y trajo a su realeza y descendencia a su colonia con el ADN de un estado europeo. El expansionismo portugués/brasilero del siglo XIX es la mejor muestra de sus orígenes; al pueblo poroto negro y arroz, al Brasil la gloria, incluida la dirigencia. El momento justo de la decadencia nuestra y el ascenso de Brasil se visualiza en el último golpe militar de ambos países. En el nuestro se terminó de destruir la industria y la economía real por la financiera. En Brasil, en cambio, se sentaron las bases del desarrollo industrial. Nosotros en el tobogán y ellos en la escalera. Un viceministro de economía argentino dijo años antes: “Es lo mismo fabricar caramelos que acero”. Como si pudiésemos fabricar tractores, automóviles o aviones con los mejores caramelos.

La visita fue amable y disfruté la estadía con el matrimonio Arrechea/Pernigotti. Tenía por aquel entonces por parte de los Arrechea una familia de excelente posición económica. Me invitaron a la casa y después a dar un paseo, pero no un paseo paseo: me montaron en un súper auto descapotable con chofer y gorra de chofer, y salimos a surcar la brisa riograndense en el asiento de atrás. Una prima lejana a un lado y la otra prima lejana al otro lado, y yo al medio. Como buenas brasileras, amorosas, llenas de simpatía y con una alegría que les viene al nacer. Una de las primas lejanas se puso cercana y entre relatos familiares, sonrisa va, sonrisa viene y empatía manifiesta, nos tomamos de la mano… de la manito, diría mejor, de la mano es otra connotación. ¿Y donde está la gracia del relato…? Que la otra prima no quiso quedar afuera de la hermandad argentino-brasileña y sin palabra de por medio, me agarró la mano disponible y completó la línea fondo, en términos futboleros. Mirando al frente y sin acusar, sentía me pasaba a la categoría de magnate gaúcho. Punto final y cada uno para su casa y un cordial recuerdo de las dulces manitos do Brasil.

En el exilio nada es peor que la incertidumbre; el no tener una fecha donde la rueda del tiempo te lleve. Hace que los días y las noches no cuentan, no suman. Esa misma sensación casi de culpabilidad la sentí muchos años después, cuando visité en 1979, en Madrid, al doctor Alo Dei Castelli, exiliado después de un atentado. Charlas, relatos de familia, pero una cortina de plomo en todo momento nos separaba, como si se la pudiese tocar entre el que sabe que se va y el que tiene un ancla colgado al cuello; abrazo y me vuelvo, abrazo y vos te quedás sin saber hasta cuándo… Y así fue, recién en el 83, con Alfonsín presidente, volvió al país y ocupó un cargo en la Secretaría de Energía de la Nación.

Siempre pensé que algún día me iba a tocar el exilio. Un día estuve a punto de debutar, pero apenas da para contar.

Había muerto, secuestrado y torturado, Amaya. Radical, abogado y defensor de presos políticos en plena dictadura militar. Yo estaba en Buenos Aires; desde Posadas me contactaron y resolvimos sacar un aviso fúnebre como integrantes de la UCR, lamentando la pérdida del correligionario. No había queja, ni siquiera insinuación. Sólo el formato fúnebre y la mención partidaria. Era tanta la soberbia y la prepotencia reinante, que en el poder se decidió la prisión de los firmantes, por considerar un acto de provocación. Listo para volver, recibo una llamada de mi querido amigo Neneco Negrete, que no vuelva, que nos iban a meter en cana por el aviso de Amaya. Que vuele a Porto Alegre y en el bus a Capâo donde Negrete tenía un departamento. El exilio me estaba tocando el timbre. Más raje que exilio, carecía de gloria, pero no de angustia y miedo.

Imaginaba la soledad de Capao sin verano, sin gente en la playa. Imaginaba la Rúa Sepé vacía de festividad brasilera. Sin mi señora que compre sábanas o remeras Hering, sin los hijos tomando sorbete y sí el quiosco, pero sin el Clarín al mediar la tarde. Me imaginaba ir al súper Real a comprar la provista sin ganas de garotos, goaiabada o el nescafé barato. Hasta la caipiriña, el galleto y el feijâo me los pensaba sin gusto ni gracia. Un Brasil vacío de Brasil.

Antes de caer la primer lágrima, me llama Negrete para avisarme que vuelva nomás, que en el poder habían decidido que era un exceso meternos presos. Así de grande era la arbitrariedad y así de grande la indefensión.

Supimos de los presos políticos el mismo día del golpe militar, en en marzo del 76. Gente honesta y de inobjetable trayectoria pública fue llevada en manada al presidio de Candelaria, anunciando ya los años por venir de la locura más triste de la historia de mi país. Recuerdo que tramitamos el permiso de visita y fuimos a ver a nuestros amigos radicales Víctor Marchesini, abogado defensor de presos políticos, y los concejales de Posadas Luis Kornel y Adelio Suárez. También al gran Taitá de Haro, secretario de Salud del municipio. Adentro el peronismo era franca mayoría. El horario de visitas era por la tarde, muriendo el sol, para que la tristeza sea mayor… y de parados, alambrado gallinero de por medio en un gran patio. Hablando no sé de qué, buscando contener, demostrando que no había miedo y que no estaban solos. Lo más doloroso era el saludo de despedida enlazando dedo y dedo a través del alambrado cuando había que irse y los amigos quedarse. Siete años después, siendo gobernador electo, gestionamos que todos los presos misioneros en distintas cárceles del país sean trasladados a Candelaria. Y la democracia abrió las puertas.

Marchesini estuvo muchos años preso; cuando ya libre, fuimos a la casa con Alfonsín a pedirle sea diputado nacional en el 83, y lo fue. Los concejales y de Haro estuvieron menos años y fueron trasladados a la vieja cárcel de Entre Ríos y Ayacucho. Los concejales fueron diputados y Taitá, ministro de Salud en el gobierno del 83. Muchos de los que estaban en el patio de Candelaria fueron llevados a otras cárceles y no volvieron ni libres ni vivos. Otros después de años fueron liberados y en el 83 fueron amparados con trabajo y viviendas como modo de reinserción social.

Recuerdo una noche de visita a Taitá y Luis a la vieja cárcel. Sólo podían recibir la visita “higiénica” y a familiares. Se dieron en el jefe de la cárcel dos cosas: excelente persona y paciente mío. A pesar del riesgo personal, me programaba visitas nocturnas. Los techos muy altos y pasillos estrechos, grises para más. Se sentía una opresión insoportable aun sabiendo tener la salida asegurada; imaginen para los que no, ni cuándo. Habían pasado mucho tiempo encarcelados, y cuando llegaba el momento de hablar de cuándo mierda iban a salir, sin saber ya qué decir, se me ocurre un premio consuelo. “No sé cuándo van a salir, pero cuando sea el momento, van a salir como héroes…”. Y dice Luis casi haciendo pucheros: “Yo quiero salir sencillito nomás, pero quiero salir…”. Y un día salieron… con algunas cicatrices, y la vida les dio revancha.

El triste país de las dictaduras reiteradas quedó atrás hace casi 40 años; más de la mitad de la población no lo vivió, por eso no aprecian la democracia, la deshilachan. Un salvavidas para mí y el resto que aprenda a nadar. Cuando ministro de Salud en plena turbulencias se nos ocurrió una frase: “La democracia es como la salud, sólo se la valora cuando se la pierde”. El coronavirus nos sirve de ejemplo.

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