Historia de un Cristo actual

domingo 27 de diciembre de 2020 | 6:00hs.

Llegué con cierta precaución porque decían que era bravo, y su apariencia intimida. Era casi mediodía: “Hola Fredy, amigo… te traje unas cosas”. Quería conocerlo, desentrañar el misterio que lo rodeaba. Él estaba sentado en el pajonal adonde vive, a la intemperie. Escuchó, se dio vuelta y respondió: “No, gracias”. Insistí y volvió a decir: “No, gracias. Muchas gracias”. Me sorprendió su educación. No el prejuicio que lo precedía. Y confieso que me dolió su negativa; pero sobre todo me conmovió su mirada, de una fiereza en calma como imagino que mira quien ya vio todo lo malo que existe en este mundo.

Se llama Frederic Inocent y nació en Liberia, un país recostado sobre el océano Atlántico, en la costa oeste de África. Como tantos países africanos, en las últimas décadas padeció conflictos internos y guerras civiles sucesivas -la primera entre 1989 y 1996, y la segunda entre 1999 y 2003- que empujaron a cientos de miles de personas a escapar del territorio para salvarse.

Y Fredy fue uno de ellos. A principios de los 90, durante la primera guerra civil, junto con un hermano y dos amigos se colaron en un barco con rumbo a América.

Ninguno sabía con precisión a dónde se dirigían. Los pesares del viaje fueron inhumanos, sin agua ni comida se fueron enfermando y tres de los cuatro fallecieron. Su hermano fue el primero que murió y tuvieron que lanzarlo al océano por la descomposición del cuerpo.

Semanas después el barco arribó al Puerto de Rosario, Santa Fe, y las autoridades constataron la presencia del único sobreviviente. Le dieron de comer, estuvo un par de días internado por la deshidratación y luego, por gestiones del Consulado de Liberia, viajó a Capital Federal en calidad de refugiado de guerra.

“Conocemos bien la historia de Fredy. Llegó al país hace unos 20 años, trabajó en Buenos Aires, después se fue al Brasil y de ahí llegó a Misiones. Lo conocimos como un hombre muy educado y trabajador. Es una lástima su situación actual”, confirmaron por teléfono desde la sede diplomática.

Por su carisma innato, su cultura general y educación -habla cinco idiomas-, enseguida consiguió trabajo como conserje en el Hotel Presidente, de calle Cerrito, en pleno centro de Capital Federal. También se desempeñó en el restaurante internacional Balthazar, del Bajo Belgrano, donde todavía lo recuerdan con afecto.

Dicen que después fue víctima de la inseguridad y otra versión indica que trabajaba como custodio y quedó en medio de un tiroteo. Lo cierto es que lo balearon y estuvo un tiempo internado. Después decidió irse al Brasil, donde vivió en un convento de monjas y se ganaba la comida haciendo trabajos de mantenimiento.

La historia de su llegaba a Oberá es al manos confusa. En charlas con vecinos y conocidos, él mismo contó que llegó a Campo Ramón tras cruzar a nado el río Uruguay desde Brasil, donde sobrevivió varios meses de caminata por el monte comiendo frutas y raíces.

Donde no hay dudas es que don Enrique fue su salvador y protector. Dicen que Fredy anduvo deambulando entre Villa Bonita y Campo Ramón, los lugareños le tenían miedo, llamaban a la policía, le daban una paliza y lo encerraban un par de días. Lo soltaban y otra vez la misma rutina de discriminación y garrote. “A él la Policía le maltrató y todavía le maltrata mucho. Le tienen miedo y entonces le pegan”, dijo un viejo amigo con lágrimas en los ojos.

Hasta que un día, entre denuncias y palizas de los milicos, llegó a una chacra de don Enrique a pedir trabajo por algo de comida, y tuvo la suerte de que el encargado era un hombre decente, de esos de antes, que confiaban en el prójimo y ayudaban a cualquier desconocido que aplaudía las manos desafiando el ladrido de los perros.

Dicen que ahí, en una chacra en el límite entre Oberá y Campo Ramón, aprendió a tarefear y era guapo para rato. A las semanas, ya en confianza y viendo que era buena gente, el capataz lo presentó al patrón y le cayó bien. Vaya uno a saber qué fibras íntimas tocó el trotamundos liberiano en el corazón de don Enrique, que era dueño de muchas más hectáreas de las que el común de la gente ni siquiera sueña con tener.



Nueva vida

Cuentan que los unió un afecto sincero y desinteresado, y la vida de Fredy cambió para mejor. “Vivía en una chacra donde criaba conejos para su patrón y la familia, también tarefeaba. Se lo veía bien vestido, iba a las canchas y un tiempo atajaba. Él me contó que fue arquero del seleccionado de la universidad en su país. Tenía un físico impresionante para el arco”, contó entusiasmado un veterano de la zona.

En el corredor de su casa me mostró fotos de Fredy compartiendo las fiestas de fin de año, como uno más en la mesa familiar. Como domina el inglés, idioma que se habla en su país, ayudó a muchos estudiantes a preparar la materia para rendir en el colegio, y algunos hasta le decían profe.

Su vida parecía encaminada, tenía trabajo, un techo y amigos, aunque el destino suele empecinarse con algunos y en 2004 clavó una daga de tristeza en el corazón de Fredy. Falleció don Enrique y terminó su suerte. Varias personas que presenciaron la escena contaron que durante el velorio lloraba y decía “murió mi papá… murió mi papá”, una síntesis del afecto que tenía por su benefactor. La emoción de don Pichón Núñez al recordar el sentido llanto de Fredy.

Fue ahí que empezó su caída. Al poco tiempo lo desalojaron de donde vivía y lo mandaron a un vivero, comenzó con problemas con el encargado y al poco tiempo lo dejaron en la calle.

Dicen que antes alguien hizo gestiones ante el Consulado de Liberia para saber de su familia. “Pero le confirmaron que todos fueron asesinados durante la guerra civil. Ese fue otro golpe duro para él”, aseguraron.

“¿Pero sabés qué le hizo mal a Fredy, mucho mal? La cantidad de palizas que le dio la Policía. Yo vi con mis propios ojos cómo le garrotearon entre ocho una vez. Por resentidos, por racistas, por burros que son para tratar a un prójimo. Total es negro indocumentado. A mí nadie me contó. Yo vi una vez que llegaron y pegaron un tiro al aire para intimidarlo. Y pensar que Fredy es tanto más gente que esos. Mirá, te cuento una sola anécdota que te pinta lo que él es. Un par de veces vino a casa y estaba mi tío, charlamos y comimos. Como al año mi tío se enfermó y, no sé cómo, pero Fredy se enteró. Yo me iba para el Hospital a verlo y por el camino Fredy se iba a pie, paré y le dije: ¿a dónde vas, te llevo? Me voy a ver al tío, me dijo. ¿Qué tío? Y tu tío, me respondió contento. Y se quedó dos días cuidándole a mí tío, al que apenas conocía. Así es él. Puro corazón”.

Hoy Fredy no acepta comida de ningún vecino, porque dice que años atrás alguien lo quiso envenenar y estuvo varias semanas internado, por eso sale a pedir al centro. También se prendió fuego su rancho. ¿Casualidad? Difícil. Pero él no se va de la chacra donde siente que tiene una conexión con don Enrique.

Poco a poco, dolido por tanto destrato de algunos, dejó de relacionarse con la gente y se limita a saludar a los conocidos, siempre con respeto. A los chicos les pregunta por sus estudios, si les va bien y los anima a leer. Pero la mayoría de la gente que lo cruza por la calle le tiene miedo porque él anda serio, o gesticulando y a los gritos.

“Lo conozco gracias a Jesús, porque compartimos muchas charlas cristianas en mis primeros días de cristiano y siempre me recibió. Hoy día muchas veces lo echan de lugares por su apariencia exterior y su disminuido castellano, ya que no puede hablar fluidamente con otros. Se burlan de él porque viene cantando alabanzas cristianas en francés y dicen que habla solo, pero es con Dios que habla. Pero siempre es fácil dar un diagnóstico de loco, así es más fácil no ver, no escuchar. Pero es bien cristiano y no niega a Jesús a pesar de estar así. Es simple, él no mira las apariencias externas; sino como lo hace Jesús, mira al corazón. ¿Cuántos podemos decir lo mismo? Conoce la palabra de Dios, en aquel entonces tenía una Biblia y soñaba con predicar a multitudes. Muchas veces nos decía, mate de por medio frente a una fogata en casa de un amigo, con un francés mezclado con castellano: levantaré las manos y sanaran y serán libres los cautivos en el nombre de Jesús”, relató una antiguo amigo.

El algún momento intervino la justicia, pero al final no arreglaron nada porque para algunos burócratas la solución sería doparlo y enterrarlo vivo en alguna institución psiquiátrica. Qué triste error seria. Qué injusticia tan grande. Fredy no está loco, está solo y triste. Como lo estarías vos o yo, cualquier hombre o mujer sobre quien pese tanta tragedia acumulada. Y por ahí anda él, como un Cristo actual: con el pelo largo, pobre y harapiento.


El autor es periodista. El cuento es parte del futuro libro Las guerras de Ceferino y otros relatos.

Daniel Villamea

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