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Una Navidad con Covid

domingo 20 de diciembre de 2020 | 6:00hs.
Una Navidad con Covid

Apenas cinco kilómetros separaban la casa de Claudia Olavarría de la salita de primeros auxilios del Cuñá Pirú, en la localidad de Aristóbulo del Valle. Solo cinco kilómetros, pero llevarle al abuelo Gerardo en esas condiciones era una tarea casi titánica.

“Es el bicho ese”, había dicho la abuela Clodomira horas antes. La anciana, desde que comenzó la pandemia, a principios de año, no se despegaba del canal de Crónica de su televisor -que tenía prendido como una fuente de información permanente, y donde solía ver casos y más casos del avance de infectados del coronavirus en todo el país, y también en el mundo.

El Cuñá Pirú es un lugar paradisíaco -y una de las zonas de más rica biodiversidad del planeta-, ubicado en el corazón de la provincia de Misiones, donde el arte de la vegetación entra por todos los sentidos, como un arcoiris de frescura y verdor. Pero esa navidad asustó fuerte a la familia Olavarría.

La noche anterior, la abuela había comenzado su tradicional preparado de ensalada de frutas, una proverbial mezcla de productos silvestres selectos, que jamás faltaba en ninguna reunión festiva familiar. Claudia ya había puesto los pandulces caseros en el horno de barro, con nueces y abundantes pasas de uva, y también había adobado la carne de cerdo que compartirían esa nochebuena, pero la tos de Gerardo los sacó de todos sus programas.

Los síntomas comenzaron el jueves de noche, en pleno preparativo, y encendió la alarma en la familia. No hacía dos meses que doña Filomena, la querida vecina de la esquina, había fallecido por la peste. Y el caso de Gerardo era de por sí preocupante porque sufría de problemas respiratorios, ya que padeció un cuadro de neumonía hacía unos cinco años atrás.

Primero probaron con remedios yuyos, la abuela Clodomira calentó hojas de eucalipto en agua, y le hizo aspirar a su marido enfermo, pero la tos no pasaba. La noche fue difícil y larga, se turnaban entre doña Clodomira y Claudia para atender al anciano, que no paraba de toser insistentemente, preocupantemente. De modo que el viernes a primera hora, Claudia decidió llevarlo a la salita. Pero... ¿cómo?, no tenían medios de movilidad, y la zona era de subidas y más subidas, conocidas en la región como rivadas. Así que no quedó otra que empujar la silla de ruedas por las rojas calles misioneras.

Eran solo cinco kilómetros que separaban la casa de Claudia de la salita, pero arrastrando el objeto, con el peso del viejo más la silla, a la mujer le resultaba cada vez más y más inaguantable. A mitad del trayecto ya le parecía el camino más largo que recorrió en su vida.

Llevar la silla de ruedas en esas subidas era una tarea difícil, extenuante, una misión fatigosa, donde debía prácticamente escalar sobre las piedras de esa meseta interminable.

Y estaba a punto de rendirse, a punto de arrepentirse de su decisión de largarse con su padre ella sola hacia la salita, cuando sucedió algo extraordinario. Vio pasar una camioneta blanca, con Papá Noel conduciendo. La camioneta frenó cuando vio ese lastimoso cuadro, y el chofer -vestido de Santa Claus- le preguntó a la mujer qué pasaba. Claudia explicó al extraño la situación, y este se ofreció para trasladarlos.

En la salita había personas esperando, así que tuvieron que hacer tiempo, donde intercambiaron palabras y se conocieron, Claudia y Jorge, en aquella extraña situación. El hombre le contó que estaba yendo a una fiesta en Salto Encantado, donde debía repartir una cantidad de juguetes a los chicos invitados.

- Y a qué hora es la fiesta, preguntó Claudia.

- Ahora, respondió Jorge, quien dio a entender que estaba sacrificando su tarea por ayudarlos.

Este gesto estremeció a Claudia, incluso le propuso que los deje allí, que ya era suficiente, pero Jorge espetó: Si no puedo ayudar a un hombre mayor que necesita atención médica, ¿con qué moral podré ayudar a decenas de chicos que están sanos?

Luego de un rato, la médica de guardia les atendió. Después de revisar a Gerardo, la profesional concluyó que no era nada grave. De hecho, solo se limitó a nebulizarlo con ayuda de una enfermera y darle un expectorante. “El abuelo pronto se va a mejorar, vayan a festejar la navidad en paz”, les dijo la amable médica que les asistió.

Claudia valoró mucho la excelente atención de la doctora, pero más ponderó la voluntad de servicio de Jorge, quien había suspendido su actuación de Papá Noel para ayudarla. Miró la hora, eran las 20, ya prácticamente nochebuena, la fiesta de los chicos ya habría terminado. “Ojalá pueda explicar a esos niños, en algún momento de la vida, porque Papá Noel faltó a la cita”, pensó ella. E inmediatamente reaccionó: “Venga a cenar con nosotros”, le dijo la mujer al hombre, no sin cierta timidez y vergüenza, a lo que Jorge vaciló un poco, pero luego respondió: Bueno.

Fue el comienzo de una íntima relación entre ambos. Jorge, sin saberlo, era el eslabón que faltaba en esa familia. Encajaba perfectamente en las conversaciones y resolvía los problemas intrafamiliares con gran lucidez y claridad.

Un par de años después, Jorge y Claudia se casaron. Fue a fines del 2022, justo en Navidad.

Esa noche brindaron los cuatro, en familia, mientras por primera vez la humanidad celebraba una navidad sin covid. Cuando se encontraron las copas en el brindis, Claudia recordó aquel traumático día, dos años atrás, cuando subía a duras penas la cuesta del barrio, y de la nada, como un milagro, aparecía un hombre extraordinario vestido de Santa Claus, y con él una nueva vida.

Aníbal Silvero
El relato obtuvo el tercer premio (compartido) en Concurso Nacional de Cuentos Navideños 2020 organizado en el marco de la Fiesta Nacional de la Navidad de Leandro N. Alem.

Aníbal Silvero

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