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Postales de la ciudad

domingo 20 de diciembre de 2020 | 6:00hs.
Postales de la ciudad
Foto: Natalia Guerrero
Foto: Natalia Guerrero

Fin de milenio

Desparramados sobre el pasto de la plazoleta, contemplan un cielo cegado por las luces de la ciudad. No duermen, pese a que la medianoche ha pasado holgadamente sobre sus harapos, sobre sus estómagos vacíos.

Han venido en grupo desde el Cuñá Pirú o Capioví, o desde Fracrán.

En lo alto del edificio de enfrente - construido con dinero lavado según dicen- un gran árbol de Navidad titila y una prometedora estrella que nada tiene de Belem marca sus cinco puntas hacia ninguna parte.

El semáforo enciende su único ojo rojo y detiene por fragmentos de tiempo, el tránsito ya calmo de esa hora.

Un indiecito se acerca y pide monedas; aprendió a hacerlo en estos dos días de calle e intemperie donde sus jóvenes padres tratan de vender unos pocos canastos.

Las ventanillas permanecen obstinadamente clausuradas reteniendo el fresco aire acondicionado, en el interior de los automóviles.

La mirada de los trasnochados, ahítos de sidra o de champán, se detienen con indiferencia en el rostro nativo.

Cuando el otro ojo habilita su verde permiso, arrancan rumbo a un techo, una familia, unos brazos y abrazos, mientras el niño regresa con las manos vacías, a unos trapos tirados donde dormita un bebé.

Las puertas de todas las capillas e iglesias se han cerrado ya.

En el interior penumbroso, un Niño Jesús de yeso, de madera, de cerámica, pese a las otras figuras de tradición que lo rodean, también se ha quedado desoladoramente solo.

(Nochebuena de 1999)



La Tomasa

Esta mañana de Navidad, la Tomasa se levantó más temprano que nunca.

Ni siquiera tomó unos mates en el cuadradito de su patio sin árboles, allá por el villerío.

Gastó sus últimas monedas en un pasaje y se vino al barrio aristocrático donde los cestos de basura están repletos.

Pacientemente revisa, antes que otros le ganen.

Alisa con el áspero dorso de su mano sana, que a la otra le faltan tres dedos no importa ya por qué, los hermosos papeles de envoltorio que de nada le servirán.

Restos de pan dulce, de confites, de frutas mordisqueadas apenas, van a parar a su gastado bolso de indefinido color.

En una caja encuentra ¡qué suerte! un calzón nuevito, un repasador, un adorno de cerámica, ¡unas ojotas! Alguien se equivocó. Y mira temerosa de que la vean rescatando esos regalos vaya a saber por qué arrojados a la basura.

Todos los años es igual. Y por eso es la primera, cuando aún no ha salido el sol que derrite las calles.

Pero Papá Noel esta vez le tiene reservada una sorpresa, cuando doble la esquina y se encuentre con la pequeña y aterrada perrita, llena de garrapatas, desnutrida, casi sin pelos y pletórica de pulgas.

La Tomasa la levanta y los quejidos cesan.

Será su compañera en los largos, míseros y hambrientos años que aún le restan.

(Dic. de 1999)



Tradición y consumismo

Oigo cantar a mi pequeña vecinita: La alegría de este día/hay que festejar”…y me digo: bueno, por lo menos escucha canciones y villancicos que le dan un aire diferente a estos días.

Porque a decir verdad, ¿qué queda de las antiguas tradiciones navideñas? Me rectifico: qué queda en las ciudades, porque no hay dudas de que las recetas del pan dulce aun se siguen pasando de madres a hijas y el pesebre –grande, con muchos animales americanos- también se puede contemplar sobre todo en las regiones campesinas y pequeños pueblos del Paraguay.

Pero la navidad en las ciudades se muestra en negocios y shoppings, no como una continuidad de los relatos bíblicos y legendarios que nos contaban o leíamos, sino como un gran anzuelo para atraer a los autómatas consumidores.

Todos concurren como a una gran fiesta, la de la oferta y la demanda, la fiesta del consumismo; quizás no tanto en este año por la escasez en los bolsillos.

La mayoría de los hogares no recrean para sus hijos los relatos que nos llenaban de ilusión y de visiones el alma; no importa si eran europeos, con paisajes nevados y renos que jamás habíamos visto; eran los recuerdos de nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes.

El Niño Jesús que nos dejaba los regalos bajo el arbolito fue reemplazado por un extraño personaje de cara arrebolada, barba y gorro, llamado Papá Noel. Los niños de hoy no saben qué es un villancico y las radios o canales televisivos tampoco los difunden.

Grata sorpresa tuve en un acto escolar, al escuchar un coro infantil entonando Villancico posadeño, una canción que escribí hace años, con música de Daniel Larrea.

Ya no recibimos aquellas hermosas tarjetas, vía correo postal. El efímero whatsApp o Facebook se encarga de las salutaciones; las leemos, agradecemos…y las borramos.

Demás está pedir que, al menos a los más pequeños, les cuenten historias alusivas, porque la mayoría de los padres jóvenes tampoco las oyeron narrar.

Pero sí podemos rescatar el sentido espiritual del encuentro navideño, con la familia reunida, con visitas a las iglesias, con los chalchaleros o Mercedes Sosa cantando a la Navidad desde un C.D. o el medio que fuere.

¡Felices fiestas a los lectores de Letras!

Rosita Escalada Salvo

La autora ha publicado más de treinta libros de cuentos, poemas, novelas, teatro y antologías compartidas. 

Rosita Escalada Salvo

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