Regalos de Navidad

domingo 20 de diciembre de 2020 | 6:00hs.
Regalos de Navidad
Regalos de Navidad

Los días previos a la Navidad parecieran tener un aroma especial, quizás porque se lo siente con el alma o porque evocan recuerdos de la niñez. Sin embargo, no era así para Manuel, que hacía meses había quedado sin trabajo. La parrilla donde trabajaba cerró sus puertas debido a la pandemia y lo único concreto que recibió fue un subsidio que apenas alcanzaba para lo más elemental. Algunas “changas” ocasionales le permitían salvar el día y esa noche era Nochebuena. Le daba vueltas por su cabeza la carta que escribió su hijo a Papá Noel, que con sus apenas 6 años le pedía una pelota de cuero, sí, una pelota de verdad.

Mirando el cielo, mientras deambulaba esperando un milagro que le permitiese revertir la situación, le preguntó a Dios:

- ¿Cómo le digo a mi hijo que Papá Noel no vendrá a nuestra casa este año?

- ¿Cómo le explico que seguirá jugando con la vieja y aplastada pelotita de plástico y que esta noche apenas tendremos para cenar? Dios: ¡Dime qué hacer!

Iba tan absorto pensando en su hijo y en su mujer que no vio la maniobra del auto, que por desviar a un niño al que se le escapó la pelota a la calle, se le vino encima embistiéndole desde atrás.

Despertó en el hospital con vendas en los brazos y en la cabeza. A su lado, la esposa acariciaba sus manos raspadas. No era grave, algunos magullones, pero estaba en observación y quedaría la nochebuena en el hospital. Pensó en su familia y cómo pasarían. Ella le explicó que Dieguito quedó con los vecinos, no podía traerlo, el protocolo lo impedía. También le contó que los Gómez los invitaron a pasar la nochebuena ante esta adversidad.

El doctor lo tranquilizó:

-Mañana antes del mediodía, si todo marcha bien, le damos el alta y pasará con su familia, será mejor que hoy quede para descartar cualquier complicación.

Antes de retirarse, su esposa se acercó y dándole un beso le dijo:

- Todo estará bien, cuídate… ¡Feliz Navidad! -Y le dejó un paquete con ropas limpias para cuando saliese.

Mirando a su esposa con tristeza, le contestó:

- Entre las ropas sucias que tenía puesta encontrarás unos pesos, no alcanzarán para mucho, úsalos para comprar algo esta noche. Un beso a Dieguito.

Cuando ella se fue, comenzó a llorar en silencio. De sus ojos brotaban lágrimas de bronca e impotencia, mientras pensaba en todo lo malo que había resultado el año y este cierre casi trágico para él.

Así fue sorprendido por los enfermeros que vinieron a curarle las heridas del cuerpo, las otras, las del alma serían imposibles.

- ¿Por qué llora? Tiene que estar feliz porque no le pasó nada. -Le dijo una enfermera.

- Es verdad, pero no lloro por mí. Pienso en mi hijo y mi esposa, no tenemos prácticamente nada. Por este virus estoy sin trabajo y mi pequeño quería que Papá Noel le trajese una pelota de cuero. Por eso lloro, porque no puedo cumplirle su deseo y por más que no me hubiese pasado el accidente tampoco lo hubiese podido hacer.

Como siempre en nochebuena, Papá Noel, que no era otro que el doctor disfrazado y con una gran bolsa de juguetes, visitaba el hospital llevando regalos a los niños internados. Este año no había ningún niño por lo que el doctor se retiraría temprano, relevado de esa vieja tradición de la institución.

Cuando los enfermeros le contaron lo que hablaron con Manuel, esperó a las primeras horas de la noche, se vistió de Papá Noel, tomó una pelota de cuero que había sido donada y se acercó a la casa del niño, que al verlo estalló de asombro y felicidad.

- ¡Una pelota de verdad!, ¡Lástima que no está mi papá para mostrarle! – le dijo a su mamá mientras saludaba al doctor que se desplazaba con dificultad con su traje rojo y una larga barba postiza.

- Gracias Papá Noel…te quiero mucho… ¿Te puedo pedir otra cosa?

Sorprendido el doctor esbozó una sonrisa y con voz gruesa le contestó:

- Sí Dieguito ¿Querés otro juguete?

- No. – Le contestó el niño. - ¿Podés curar y traer a mi papá?

El médico sorprendido solo atinó a decir:

- Si te portas bien con tu mamá esta noche, mañana te lo traigo.

Y dándose vuelta se marchó.

Al día siguiente, luego de las curaciones Manuel era dado de alta. El doctor mismo se encargó de llevarlo para no pedir al chofer de la ambulancia que lo hiciera y porque le había prometido al niño que le llevaría a su padre.

Para sorpresa de Manuel, el doctor se vistió de Papá Noel con un gran barbijo.

- Me esperas un ratito. -Le dijo mientras se detenía frente a una casa de comidas, despertando la curiosidad de la gente que pasaba por el lugar.

Cuando se acercaban al hogar, de lejos vio a su hijo jugando con la pelota de cuero y se emocionó, quiso agradecerle el viaje, pero no le salieron las palabras.

Antes de bajar, el doctor le pasó el paquete que había comprado con comida y le dijo:

- Esto es para ustedes… Feliz Navidad y cuídate. Te espero mañana para controlarte.

Manuel no entendía nada, temblando tomó el paquete y le dijo gracias, más con la mirada que con las palabras. Su mujer y su hijo corrieron hasta el auto para recibirlo. Dieguito aplaudía a ese personaje que le cumplía sus deseos.

En un momento, el niño casi gritando le dijo:

- ¡Gracias Papá Noel! - y acercándose hasta la ventanilla con un pan casero calentito envuelto en servilletas de papel le dijo:

- Lo hizo mi mamá para usted… gracias por traer a mi papá.

El doctor no quiso bajar, tragó saliva, acarició la cabeza del niño y solo atinó a decirle gracias, lo saludó y dando marcha atrás, regresó por las angostas calles del barrio.

Antes de perderlos de vista, detuvo el auto y miró hacia atrás, ver como los tres ingresaban a su hogar abrazados lo emocionó. Se sentía pleno. Entre tantas pálidas de este tiempo distinto, esto le llenaba el corazón. Era un regalo para el alma. Comenzó a tararear un villancico y partió a encontrarse con los suyos, quizás sin saber que, en esta Navidad, Dios lo había elegido para llevar alegrías a un niño, junto a un gran mensaje de amor: aún hay esperanzas para construir un mundo mejor, en el que todos nos necesitamos.

Manuel no podía contener las lágrimas ante su mujer y su niño. Ellos no entendían que ese llanto era fruto de lo vivido y de sentir lo que es capaz de hacer Dios en su Natividad por los que más lo necesitan. Las heridas del cuerpo le dolían aún, pero las del alma, como un regalo de Navidad, habían desaparecido.

 

Albino Pereyra

Primer Premio del Concurso Nacional de Cuentos Navideños 2020 de la Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral. El autor es de Virasoro, Corrientes.

José Albino Pereyra

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