Aquellos muchachos idealistas

miércoles 16 de diciembre de 2020 | 6:00hs.

Históricamente la represión hacia la población civil se da cuando en golpes de Estado los que usurpan el poder no tienen la capacidad suficiente para conducirlo con algún rasgo democrático. El pueblo disconforme sale a la calle cuando las libertades están conculcadas y la desigualdad social se agudiza. Es entonces que las luchas callejeras brotan, se expanden y la única manera que se les ocurre a los autoritarios para contrarrestar la disconformidad social es mandando a las fuerzas de seguridad para reprimirlas en forma violenta.

Ocurrió en la Argentina de los años 70, con escasas excepciones en algunas provincias que mostraron cierta paz y tranquilidad como en la nuestra que, si bien hubo escarceos de protestas juveniles o de gremios en busca de justas reivindicaciones, jamás tuvo ambiente de represión o atentado guerrillero, salvo aquella solitaria agresión al local de la JP en la esquina de Beato Roque González y Coronel Álvarez, pasada las cinco de la tarde de 1974.

La turba sustrajo documentos y la quema inútil de muebles que originó un principio de incendio del edificio. A cara descubierta operaron con total desparpajo y jamás se supo quiénes fueron o si actuaron como sicarios de algún siniestro comandante. En definitiva, el ataque quedó registrado como uno de los tantos episodios de violencia ocurridos en el tiempo de la efímera democracia reconquistada.

El asalto y quema del local fue el principio que engendró el nuevo movimiento juvenil de Misiones: el Partido Auténtico. Al hecho se sumó el repudio que no ocultaban hacia el intervenido Partido Justicialista misionero, manifiestamente carente de todo contenido ideológico e influido por la nefasta actuación de López Rega, personaje mefistofélico que supo corretear por Posadas repartiendo prebendas. También despreciaron abiertamente el penoso accionar de ciertos caciques de la burocracia sindical, Timoteo Vandor el icono, siempre dispuestos a ubicarse al lado del gobierno de turno, como que fueron los primeros en acercarse a los militares después del golpe de Estado del 76.

El PA se formó a partir de la unión de la JP de Arturo Franzen y la JTP del docente y dirigente de ATE Juan Figueredo, más un puñado de trabajadores y sindicalistas opositores al sindicalismo tradicional. Aunque a fuer de ser sincero, siempre respetaron la figura austera del polaco Jorgensen, ejemplo del gremialista batallador que en toda época supo defender con tenacidad el derecho de los trabajadores, ya desde su puesto en la UOM o al frente de las 62 Organizaciones Peronistas.

Y si de influencia se trata, el otro ingrediente gravitante que terció en el ánimo de los muchachos fue el rechazo a la guerrilla como método contrario al sistema democrático en ese momento falto de rumbo y sin ningún tipo de apoyo popular. El asesinato de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y mano derecha del general Perón, fue la luz amarilla que empezó a erosionar la simpatía que aún subsistía hacia ese grupo de diletantes.

Días después, asesinan al diputado nacional Ortega Peña, perpetrado por la nefasta Triple A. Juan Figueredo, amigo del occiso, no calló la agresión y ofreció un comunicado a los medios de cuyo contenido se hiciera eco El Territorio: “Esta muerte y el asalto a nuestro local son parte de un plan de acción contra las organizaciones populares que hoy tienen una formidable oportunidad tras la muerte de Perón, el cual ha dejado el movimiento sin conducción. Nuestra organización, como muchas otras, se afirman en la unidad, la solidaridad y la organización. En la unidad encontramos la claridad para distinguir a los enemigos principales, aunque se disfracen con el barniz de falsa ortodoxia. A la solidaridad debemos practicarla cotidianamente, comprometiendo nuestro esfuerzo en la defensa de nuestros ideales. Y finalmente la organización será el punto de partida y de llegada por la institucionalidad que implica nuestro movimiento, basado en la elección directa y democrática de nuestros representantes”.

Lúcida manifestación de ideas que induce aceptarla como la declaración de principios de los muchachos del PA. Expresión cabal de una pléyade de jóvenes que sustentaban la utopía de luchar en paz y democracia por una Argentina mejor sin atisbo de violencia. Prístino pensamiento de una generación que fueron asesinados o están desaparecidos. ¿Merecían por el solo hecho de pensar de manera libre y democrática el macabro holocausto? No lo merecían. Y sus ausencias en la actual realidad política de la Nación Argentina es notable, porque ante el aquelarre de hombres carentes de convicciones ciudadanas que se muestran en la vidriera política de Buenos Aires, están faltando las virtudes que a ellos les sobraban: valores éticos y morales.

En diciembre del 1976, Juan Figueredo fue detenido y su cuerpo vejado no aguantó el sufrimiento y falleció en la mesa de tortura.  Escribió una postrera carta a los padres de Arturo, en cuyo último párrafo se lee: “Felicitaciones por el gran hijo que tienen. Pueden sentirse orgullosos por la calidad de vuestro hijo, pues ante todo levanta las banderas de la justicia social en lucha de los necesitados y desposeídos, que son las banderas de Cristo, razón por la cual fue perseguido y maltratado. JF”.

Arturo Franzen también escribió una última carta a sus padres: “Quisiera que este brindis de Navidad sea por una patria justa, libre y por la paz que vamos a alcanzar cuando haya justicia. No sé por cuantas navidades voy a estar ausente físicamente, pero espiritualmente el 24 de diciembre a las 24 hs. mi brindis estará con ustedes”. Arturo, de 24 años de edad, murió en la masacre de Margarita Belén en la madrugada del 14 de diciembre de 1976.

Marcos Bassi compuso el chamamé:

A Margarita Belén

pueblo que me vio nacer,

con arpegios del querer

va este chamamé sentido.

y verás que no te olvido

mi Margarita Belén

 

Jamás habrá imaginado que el paraje se convertiría en camposanto de tantos jóvenes mártires.

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