Sus restos fueron restituidos el jueves, después de 44 años

Arturo Franzen y el precio de enseñar derechos en la dictadura

El posadeño huyó de Posadas en diciembre del 75. Su última militancia fue en una comisión de vecinos que reclabaman por sus tierras. Su vida, su familia y sus cartas
domingo 13 de diciembre de 2020 | 6:04hs.
Arturo Franzen y el precio de enseñar derechos en la dictadura
Arturo Franzen y el precio de enseñar derechos en la dictadura

"Quisiera que el brindis de Navidad sea por una patria libre, justa y por la paz que vamos a alcanzar el día que haya justicia”, fue el deseo que expresó Luis Arturo Franzen en una carta de puño y letra enviada desde la clandestinidad a su familia el 23 de diciembre de 1975.

Lejos de sus padres y de sus seis hermanos y escondido de los militares que previo al golpe de Estado ya estaban en su búsqueda, esa iba a ser última Navidad, porque a la siguiente no llegó. El 13 de diciembre de 1976 iba a ser fusilado en la denominada Masacre de Margarita Belén, en Chaco.

Franzen es uno de los cuatro misioneros asesinados ese día, aunque la muerte ya la habían encontrado varios meses antes, cuando comenzaron a ser perseguidos por su militancia y su lucha por las causas populares.

“Nuestra formación se basaba en la solidaridad y sobre todo en el sueño que nos unió y nos sigue uniendo hoy, que es querer un mundo mejor para todos. Cada cosa que hacíamos era eso, desde lo más pequeñito como ayudar a alguien en un trámite o llevarle al hospital hasta crear la Comisión Pro-Recuperación de Tierras, que fue lo que prácticamente lo terminó llevando a la muerte a Arturo”, recordó su hermana Graciela, también militante y presa política en varias oportunidades.

Arturo Franzen nació el 10 de enero de 1952 en Posadas y fue el mayor de siete hermanos, quienes eran su adoración y debilidad. Hizo el jardín de infantes en el colegio Santa María, luego pasó al Roque González de Santa Cruz y terminó la secundaria en la Escuela Nacional de Comercio con el título de perito mercantil.

Desde niño había querido ser sacerdote para ayudar a los más humildes pero con el tiempo se dio cuenta que la iglesia era muy verticalista y no iba a poder cumplir su sueño. Su hermana recuerda que “ya en ese momento nos planteábamos por qué habían ricos y pobres, si los que más trabajaban eran los pobres, como era el caso de mis padres y de mis tíos”.

Para poder ayudar a su familia, comenzó a trabajar a los 14 años en el correo, que después le pagó un curso en Buenos Aires y fue el primer técnico electromecánico que se encargó que mantener los primeros relojes electrónicos que llegaron a la ciudad.

Tuvo que hacer el servicio militar obligatorio y por eso estuvo dos años en la marina. Fue la primera vez que se separó durante tanto tiempo de su familia. La segunda fue cuando tuvo que pasar la clandestinidad por ser un perseguido político.

La militancia
Tras volver del servicio se anotó en Ingeniería Química, al igual que Graciela. Pero apellido y materias no fue lo único que compartieron, sino también militancia.

La entrevistada recuerda que “su militancia empezó desde muy jovencito, con los jóvenes y adolescentes de la iglesia, con los padres tercermundistas. En ese momento, todavía en la dictadura anterior, recorríamos las parroquias, los colegios de monjas del interior, los barrios. Así conocimos Oberá, Apóstoles, Alem. Acá en Posadas también en la Iglesia San Roque hacíamos encuentros de jóvenes de la iglesia pero hablando de política y quienes nos formaban eran los sacerdotes y médicos, algunos de ellos que habían venido del cordobazo. Se hacían peñas, reuniones, bailes. Fue una militancia con mucha alegría y respeto. Se discutía de todo, había que compartir todo y se enseñaba la solidaridad”.

Para Graciela está más que claro. Lo que le llevó a la muerte a su hermano fue su intervención en la Comisión Pro Recuperación de Tierras, que fue la organización de unas 300 familias de ocho barrios (o chacras) de Posadas que estaban atravesando problemas con la posesión de sus terrenos.

El objetivo era conseguir una ley que los proteja y se logró, aunque Arturo no pudo asistir al asado de festejo porque ya estaba escondido debido a que todo lo hecho molestó a los sectores de poder. Tras el golpe, lo conquistado fue hecho añicos y la mayoría de las familias terminaron perdiendo sus chacras.

“Él no tenía causas y nunca había pasado por la Justicia. Pero él por su militancia ya estaba muy amenazado porque él estaba en contra de los intereses de muchos. Un hombre importante una vez nos contó que ‘Arturo iba a los obrajes, les enseñaba derechos a los peones y después tuvimos que pagar el salario en blanco, escolaridad, vacaciones, aguinaldo’. Eso era un motivo de persecución en ese momento: enseñar a las personas derechos y organizarle cómo reclamar”, contó Graciela mientras observaba el monumento a la masacre que había sido inaugurado en Garupá en 1996 -incluso antes al de Chaco- y que tras las últimas obras viales hoy se encuentra casi abandonado en un depósito municipal a la espera de su reubicación.

Huida y detención
Arturo pasó a la clandestinidad el 19 de diciembre de 1975, después de un allanamiento efectuado en su casa. Su padre le había preguntando “¿te entregás o te vas?” y él decidió la segunda opción. Prácticamente, no quedaba otra: Un tío les había contado que el Ejército ya venía cometiendo masacres en distintos puntos del país y no había garantías de nada.

Primero estuvo oculto en Posadas, pasando por distintas casas ubicadas en las afueras de la ciudad pero la presión fue tan fuerte que el 19 de enero de 1976 decidió irse a Resistencia, Chaco, donde ya habían otros compañeros de la Juventud Peronista (JP) que los recibían.

Su hermana recuerda como si fuese ayer la última vez que lo vio. Fue en una casa cercana al Club Itapúa. “Fuimos a despedirle con mi mamá, al oscurecer y con todas las medidas de seguridad porque nos podían estar siguiendo. Fue muy fuerte, pero ni siquiera podíamos emocionarnos para darnos fortaleza. No fue la despedida de dos hermanos, fue la despedida de dos militantes. ‘Me voy tranquilo porque sé que tengo seis hermanos de reemplazo. Sé que nunca vas a abandonar la lucha’, me dijo y fue la última vez que lo vi”.

A Chaco se fue a vivir con otra identidad. Su nuevo DNI decía “Simón Paviotti”, como su bisabuelo de Venecia, a quien no llegó a conocer pero lo quería igual por las anécdotas que contaban en su familia.

En la capital chaqueña vivió en varias casas, trabajó como electricista y siguió con su militancia, principalmente en el barrio Toba. “Yo no me preocupo si ustedes no me escriben, porque sé que allá no hay problemas, pero sé que ustedes querían saber cómo andan las cosas por acá”, le dijo a su familia en la última carta que envió. Fue el 1° de abril de 1976.

Poco después, el 10 de mayo, iba a ser secuestrado en la vía pública junto a un compañero que pudo sobrevivir. Arturo fue llevado a la Brigada de Investigaciones y luego a la Alcaidía. En ambos lugares fue torturado.

El 22 de septiembre salió el decreto que lo dejaba a disposición del Ejecutivo, es decir, que lo convertía en preso legal aunque sin causa, y fue trasladado a la cárcel de Resistencia, donde fue nuevamente sometido a sesiones de tortura que culminaron el 13 de diciembre cuando lo llevaron hasta Margarita Belén.

“Él nunca tuvo juicio, nunca una causa judicial, como ninguno de los cuatro misioneros ni ninguna de las demás víctimas. A ellos lo sacan a la madrugada de la cárcel de Resistencia y los llevan a ese simulacro de fusilamiento, porque prácticamente ya estaban muertos por las torturas. Creemos que después nos dieron su cuerpo porque él estaba a disposición del Ejecutivo, los demás como Carlos Tereszecuk y muchos más quedaron como desaparecidos”, dijo Graciela, que al momento de la masacre estaba presa en la cárcel de Devoto porque había sido detenida a la salida de su trabajo en Posadas el 19 de mayo del 76. Compartía celda con la novia de Arturo cuando se enteraron de su fusilamiento.

Ese día, ella asegura que sufrió el peor dolor de cabeza de su vida y se juró no detenerse hasta que su hermano descansara con los suyos en Misiones.

Esa lucha se extendió por casi medio siglo, porque después de 44 años, el último jueves, logró que los restos de Arturo sean restituidos y descansen en el lugar correcto. “Maravilloso Arturo, acá estás y muchos jóvenes nos acompañan, seguiremos luchando por un mundo mejor”, se despidió.

 

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