Dengue

domingo 13 de diciembre de 2020 | 6:00hs.
Dengue
Dengue

Ayer a la tarde noche Juan se vio desprovisto de carnes. Estaban sentados como siempre en la vereda con Laida tomando mates cuando de golpe, sintió un viento frío. Miró a su mujer y esta seguía leyendo su libretita de recetas de cocina tranquilamente. Era un viento como esos de lluvia; sin embargo, nada se movía. Pensó en su presión arterial. Aquella última vez en que tuvo un infarto, según le dijeron después, había sentido lo mismo: mucho frío. Se asustó y dijo, “ta haciendo frío che” como quien en voz alta menciona algo cotidiano para evitar darle importancia a la catástrofe repentina. Se apuró en levantarse para “ir a recostarse” según dijo.

Cerró su silla plegable y en el segundo en que miró el piso no vio sus pies, ni sus piernas, ni su pecho. No había nada de pies, piernas o pecho, o por lo menos, no como antes los divisaba, con la piel curtida por el sol; sólo vio huesos y tripas tal como lo había visto en los gráficos de los libros de la escuela. O como él mismo lo comprobó cuando de chico observaba a su abuela al matar y abrir un chancho. Inerte éste quien antes había sido un bicho gordo y sucio, tenía, además del cuero sucio de tierra y sangre, huesos blanquísimos y tripas marrones y rojas.

Algo similar vio esa tardecita. Asustado, levantó la vista en dirección a Laida quien seguía absorta en cómo cocinar quien sabe qué. ¡A la puta! dijo y miró para adentro de la casa oscura ya comparada con las calles apenas iluminadas por la última luz del cielo de la tarde. Ahí mismo, sobre la mesa donde estaban todos los santitos, distinguía los ojos blancos de Aurelia, la gata de su mujer, que lo miraba fijamente.

Verónica Silva

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