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Estiba

domingo 06 de diciembre de 2020 | 6:00hs.
Estiba

Ese día, el trabajo fue mucho más duro que otras veces. Los estibadores estaban haciendo horas extras y tenían que cargar unas pesadísimas bolsas de cemento en un barco de ultramar cuya rampa era pequeña y resbaladiza. En un momento de descanso, dos trabajadores se sentaron en el suelo a la sombra de un galpón, resoplando y secándose el abundante sudor. Uno era gordo y de escasa estatura. Tenía una gorra ennegrecida y una camiseta raída. Sus brazos eran poderosos y su abdomen abultado. El otro era más flaco y alto. Un accidente lo había dejado tuerto y su espalda se arqueaba como atraída por la tierra. El gordo se llamaba Pedro y el otro Carmelo.

-Sabe lo que me molesta de esta tarea, Carmelo...

—No, dígame.

-Que la plata no alcanza para nada. Este año tuve que resignar por enésima vez el abono al Colón y ando hecho un linyera con trajes que ya tienen más de dos años. Me siento muy deprimido.

-Me lo va a decir a mí que cuando vuelva a Punta del Este no la voy a conocer. Ya estoy un poco cansado de postergar mis vacaciones.

-A veces, viendo el cielo de noche y recordando las enseñanzas de Stephen Hawkins sobre el tiempo, pienso si no nos estaremos arruinando la vida en este trabajo bestial y monótono. ¿Usted qué cree?

-Bueno, yo no leí a Hawkins, lo cual es imperdonable, pero la otra noche, mientras comía el sempiterno guiso de porotos me pregunté: ¿cómo es posible que habiendo miles de especies vegetales en toda la tierra, dotadas de tanto valor nutritivo, esté comiendo todos los días del año esas bazofias insoportables que agreden mi paladar? ¿Cómo yo, que soy tan afecto a las comidas delicadas y los vinos añejos, estoy obligado a deglutir platos de tan grosera factura?

Bueno, ya lo dijo Vico, Carmelo, son los “corsi e ricorsi” de la historia y como la historia la hace uno por aquello del “verun factum”, la nuestra es una perpetua estiba de mercancías de las cuales nos separa la alienación, adecuado concepto que expresa con rigor nuestra situación. Bueno, usted ya sabe de estas cosas.

-Recuerdo que mi padre, que era barrendero, nos inculcó mucho amor por la vocación. Él siempre decía: “Quiero ser el mejor barrendero del mundo. No dejar tirada en la calle ninguna de las miserias y detritus que la gran ciudad segrega en su incesante metabolismo y poder deducir de los restos de este festín colectivo el ánimo de la gente, sus esperanzas y sus aspiraciones”.

-Sabias palabras; alguna vez leí algo parecido en el suplemento del Washington Post de los domingos con el que envuelven algunas cargas delicadas.

Cuando yo comencé a cargar barcos los cristales salían protegidos por el Leoplán, El Hogar, La Atlántida y otras maravillas. Qué tiempos Pedro... qué tiempos.

-¡O tempora o mores!, dijo el poeta latino, y era verdad; certeras reflexiones. Todo cambia Carmelo, ¿no vio a esos nuevos estibadores que andan de Adidas? Mire, ¿va a comparar esas feísimas zapatillas con estos mocasines clásicos? Reconozco que están un poco viejos y que son resbaladizos pero, ¿no son bellos? Mírelos desde este ángulo.

-Hay que resignarse... Pedro.

-Bueno, volvamos al muelle.

Ambos se incorporaron y se encaminaron hacia donde se apilaban las bolsas de cemento. Un capataz los vio venir.

-Y ustedes, ¿de dónde salen? ¿Se creen que están de vacaciones?

Carmelo lo miró fijamente y dijo en antigua lengua copta: Uhala derviza sut.

-No recuerdo bien esa lengua —comentó Pedro-, ¿qué fue lo que le dijo?

-¡Negrero hijo de puta!

Del libro Esquirlas y Perdigones. El autor es profesor emérito de la Facultad  de Humanidades y Ciencias Sociales de la Unam

Roberto Abínzano

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