Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Bonpland

viernes 04 de diciembre de 2020 | 5:00hs.

El 18 de junio de 1894 se fundó la colonia Bonpland, con una superficie de 21.000 hectáreas; el nombre asignado fue en homenaje al naturalista francés Aimé Bonpland… pero Aimé ¡no se apellidaba Bonpland! ¿Entonces? Aimé Jacques Alexandre Goujaud nació en La Rochelle - Francia -, el 28 de agosto de 1773, su padre era un apasionado de la botánica y cada vez que encontraba una planta gritaba eufórico ¡bonne plant!, ¡bonne plant!. Esa conducta excéntrica era la burla de los vecinos, tanto, que se convirtió en un apodo peyorativo que padre e hijo transformaron en seudónimo.

Aimé estudió medicina en París y poco después  de recibirse se unió a una expedición organizada por el barón Alexandre von Humboldt a América. Juntos recorrieron Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México y Estados Unidos, recolectaron 60.000 muestras de plantas y clasificaron 6.000 nuevas especies. De regreso a Francia, le otorgaron una pensión y fue nombrado superintendente de los Jardines en Malmaison, a cargo de la emperatriz Josefina.

Allí se enamoró de Adeile Delahaye, la pasión por la botánica y la música los unió, pero él extrañaba mucho América y su gente. Un día recibió una invitación de Bolívar para regresar a Colombia, se entusiasmó, hizo averiguaciones y ante el clima político reinante en aquel país, desistió. Tiempo después, Bernardino Rivadavia le ofreció crear un instituto científico y un jardín botánico en Buenos Aires; Aimé no se decidía, no conocía el país.

Cuando Josefina murió, y luego de varios intentos frustrados para convencer a Napoleón de trasladarse a América, en 1816, con su esposa, la hija de ésta, dos jardineros y más de 2.000 plantas, se embarcó rumbo a Argentina. Mientras el barco se acercaba a destino, Aimé visualizaba un recibimiento fastuoso, cuando desembarcaron solo el cónsul de Francia y un par de allegados lo esperaban, Rivadavia había partido al exilio y la oferta laboral ya no existía.

Como pudo, se instaló en la ciudad y con el dinero disponible compró una chacra de siete hectáreas, conocida como la “quinta de los sauces”, donde pudo retomar su trabajo de investigador. Fiel a su amor, arborizó algunos sectores de la ciudad y quedó cautivado por las costumbres locales, en especial por una infusión amarga que los lugareños consumían, preparada dentro de una calabaza pequeña con agua caliente y una hierba, a la que llamaban “yerba del Paraguay”.

Hizo averiguaciones y se enteró que esa planta silvestre había sido cultivada por los jesuitas en “las Misiones”. Cuando fueron expulsados de América, se llevaron el proceso de germinación de las semillas con ellos, en tanto le ofrecieron la cátedra de Historia Natural, que no aceptó, y se dispuso a conocer más sobre la yerba mate; organizó una partida, viajó a Corrientes y desde allí terminó los preparativos para instalar una colonia en Santa Ana, Misiones.

En 1820 estaba instalado en Santa Ana. Al parecer, el gobierno paraguayo desconfiaba de sus investigaciones, lo consideró un posible espía o algo así y una comitiva lo secuestró en tierras argentinas en el año 1821, fue instalado en una casa en Cerrito, donde se le permitió ejercer la medicina y retomar sus estudios. Su esposa trató por años de conseguir su liberación, ningún funcionario la atendió ni respondió sus cartas, viajó a Brasil donde tampoco consiguió ser auxiliada, tiempo después conoció a Dino de Galiani, con quien se instaló en Lima primero y definitivamente en París, después.

¿Aimé? En su “cárcel” estaba en pareja con la hija del cacique Chiviré, María, y fueron padres de Amado y María. Era muy respetado y apreciado en la zona; dice el mito que un día Gaspar Rodríguez de Francia -máxima autoridad de Paraguay- fue a verlo y se incomodó por el afecto y veneración que le profesaban. Entonces, decretó su expulsión; nueve años, un mes y once días de detención terminaron con el botánico nuevamente en Argentina, con prohibición perpetua de volver a Paraguay, sus bienes liquidados y sin familia; corría el año 1831.

Bonpland viajó a Brasil, luego a Uruguay y más tarde regresó a Misiones. Dicen que por las tardes se sentaba a orillas del Paraná intentando ver a su María y sus niños en la otra orilla… por alguna razón se instaló definitivamente en inmediaciones de Restauración -Paso de los Libres-. Allí conoció a Victoriana Cristaldo y tuvieron dos niños, Amadito y Carmen.

El tiempo pasaba y Aimé pensaba seguido en su muerte, tanto lo apabullaba esta idea -la creencia que llegado el momento el gobierno francés reclamaría sus restos para expatriarlos con honores- que instruyó a un colega para embalsamar su cuerpo. A los 85 años, su espíritu inquieto estaba intacto, leía, experimentaba y cabalgaba a diario. En uno de esos paseos, cae del caballo y su hija Carmen lo encuentra horas después muerto; era el 11 de mayo de 1858.

Tal como lo había dispuesto, su amigo comenzó a embalsamar el cuerpo, tres días después lo colocó en una silla en el atrio de la iglesia del pueblo para “airearlo”, a la noche el sacristán lo ubicó dentro del templo. Lo que sucedió después es incomprobable pero parte de la tradición oral, un lugareño regresaba del boliche y lo reconoció, ingresó montado al recinto y lo saludó, no hubo respuesta, reiteró el saludo un par de veces siempre sin respuesta, ante semejante “falta de respeto” sacó su cuchillo y lo apuñaló reiteradas veces. Dicen que cuando vio salir paja del cuerpo en lugar de sangre, huyó hacia el monte y nunca más fue visto…

El cuerpo de Aimé, sin posibilidades de ser restaurado, fue sepultado en el cementerio de Paso de los Libres. El gobierno de Francia ordeno a su cónsul en Asunción que recolectara la documentación posible, y así se hizo; nunca reclamaron sus restos.

Amado, el Karaí Arandú o Bonpland, médico, botánico, científico, americano por opción y litoraleño por elección, literalmente dejó su vida en estas tierras… Bien merecido tiene el homenaje de una ciudad con su nombre.

Hasta el próximo viernes.

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