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Anécdotas de Don Cacho

Infancia temprana II

domingo 29 de noviembre de 2020 | 5:00hs.
Infancia temprana II

C
asi olvido que hubo una epidemia de parálisis infantil en Posadas, no recuerdo el año, pero sí que nos exiliaron a mi hermano y a mí a Puerto Rico, donde dos tíos eran maestros de la escuela Línea Paraná en plena colonia. Como era habitual en las escuelas rurales de la época, constaba sólo de dos aulas, donde se juntaban de infantil a tercer grado en una y de cuarto a sexto en la otra. En la primera enseñaba mi tía M. Hilda Ramírez Ferré. Recuerdo que sólo sabía restar y sumar  y los auténticos alumnos de la escuela ya sabían multiplicar, por lo que entendía poco y nada dentro de la clase; cuando salía al recreo menos entendía, porque los chicos, hijos de la primera inmigración de alemanes-brasileiros, hablaban alemán, jugaban en alemán y me miraban en alemán. Yo solitario y quieta cabecita negra me hipnotizaba mirando dibujada en el horizonte una rueda  que escupía agua y daba vueltas y más vueltas, precedida por multitud de solcitos plateados como luciérnagas de día que iban corrían venían, hasta que la campana nos ponía en fila y subíamos la escalerita de madera de la escuela de madera con tejitas de madera. 

Años después supe que la rueda era la fuerza motriz que movía un aserradero de don (se me borró el nombre, González no era). También cuando gobernador, me llevaron a ver la escuelita en Línea Paraná, que aún permanecía en pie, pero el tamaño en mi memoria se encontró con una casita mínima, como si fuese la hija de la anterior

Juan de Arrechea, maestro y director, tenía una chacra con plantación de naranjas que nacía en un camino vecinal y moría en el Paraná; la casa de material (alto status) con galería  que miraba al río y el Paraguay, donde mi tío se sentaba en sillón de mimbre a leer el diario de espaldas al paisaje que de tanto verlo lo tenía en la cabeza colgado como un cuadro. A la tardecita se prendía el sol de noche, lámpara de metal rechoncha, que meta bomba, alcohol y fósforo se lograba prenderla en el segundo o tercer intento. “Hay que limpiar” no me acuerdo qué cosa, decía mi tía. Pero la reina de la luz era la Aladino, elegancia pura, apenas un bulbo donde se hospedaba el corazón y luego el cristal se alargaba graciosamente afinando su figura para rematar en una pequeña boca; tenía una tela que al contacto con el fósforo se prendía e iluminaba lentamente… Era el espectáculo de la nochecita ver como casi mágicamente se iba encendiendo  paso a paso, primero la mesa, después mi tía, más lejos el sillón hasta chocar con la pared, rebotaba, se ponía incandescente e iluminaba con furor la habitación y en una victoria anunciada acorralaba la oscuridad y la mandaba a la noche de donde había venido.

En el patio donde jugábamos a la pelota con mi hermano, supe en carne propia ser huésped de piques; los conocía de nombre porque era un insulto corriente en los conflictos futboleros: “gurí de mierda piquento”, pero en carne propia era la primera vez. Mi tía era una experta en el tema y con el anestésico de “no te va a doler“, con una aguja  hacía saltar, pique, pus y dolor entre pulgar y pulgar; la asepsia era un fosforo en la misma punta del instrumento.

Mi hermano debutó con una ura en la cabeza y fue atendido por capitán Nosiglia, joven médico en aquel entonces que fue a ejercer a Puerto Rico y como suele pasar se casó con la más linda de la colonia, Catalina Motta, padre y madre del popular Coti Nosiglia y varios hijos más, como solía pasar. Después volvió a Posadas y fundó con su hermano Mario el sanatorio en el cual  trabajé muchos y recordados años.

Como en toda colonia, se dormía temprano, se levantaba temprano, se ordeñaba temprano y después del desayuno la rutina de siempre sin mayor estrépito; hasta que un día llegó el runrún que una banda de paraguayos cruzaba el río y machete en mano robaba y mataba en la zona. No era runrún sólo, era real y dos casos fueron el adelanto de un tercero. Robo, muerte y mucho miedo en la colonia. La cuestión es que la calma y la rutina se evaporaron y todo cambió.

Habitaba la costa un peón de la chacra, quien ahora tenía la función de campana y ante la mínima duda debía trepar la barranca y dar aviso a quienes dormíamos vestidos y con el auto en la puerta para escapar en banda. No recuerdo mucho, pero no se repitieron los asaltos y el miedo se fue esfumando, y sin anuncios todo volvió a ser normal. En aquel tiempo había una comisión de fomento que no se adjudicó el éxito al estilo populista…

Volviendo al machete, verlo usar para limpiar la maleza con la elegancia y ritmo con que lo hacen, tiene algo de música de vals; a la altura del hombro emprende vuelo hacia la izquierda y salta el fumo bravo, gira la muñeca, vuela por la derecha y salta el cola de zorro, un paso al frente y sigue la danza. Pero el machete como arma resulta macabro, corta profundo, amputa, desangra y mata. Como escarmiento, se lo usa plano; “y por qué le diste con el machete”, le pregunté…, “para que se civilice”, me contestó el correligionario...                                                                                               

Juan de Arrechea y señora gozaban de un gran respeto en el pueblo y la colonia como todos sus colegas en esa época. El maestro, cumplía estrictamente con su deber, no había lluvia o motivo alguno que suspenda una clase; casi todos los maestros rurales lidiaban no sólo con el aprendizaje sino también con el idioma; en la década del cuarenta en el los pueblos recién fundados sobre el Paraná los niños que iban a la escuela hablaban el idioma materno y el idioma del país lo aprendían en la escuela. Juan y María Hilda comenzaron su carrera -recién casados- en San Antonio, al cual se llegaba tras dos días de barco. Desembarcaban en Puerto Segundo y los esperaban  tres días más de mula en la picada que hoy es la ruta 19. Las clases las daban en un galpón de tabaco. Ahí, a pelarse con brasilero cerrado.

Terminada la etapa rural, ambos concluyeron su carrera en la Número 3 de Posadas,a puro castellano, por fin…

En plena época de la Segunda Guerra Mundial, los colonos de Puerto Rico se sentían alemanes por dentro y por fuera, tomando partido por Alemania y por el hombre de bigotito corto que colgaba de la nariz. Una vez visitamos una familia muy amiga y querida por mis tíos; cuando entramos a la casa, como todas de madera con un lugar central, cocina-comedor-sala de estar… encuentro colgando en la pared a Hitler con su saludo nazi presidiendo la reunión. No podía creer que una familia tan buena tuviese a alguien tan malo en su casa. Mi padre oriental, de un país tan vinculado económicamente a Inglaterra, era proaliado convencido; recibía una revista, En Guardia, que explicaba claramente quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Hitler era el jefe de los malos… los del lado de mi viejo eran los buenos y yo también en el mismo bando. No sé si en serio o en broma, me dijo mi tío Juan que del otro lado del cuadro estaba Sarmiento, y según la ocasión, salía uno y se escondía el otro. Juan era de confianza, Hitler podía participar de la reunión. La hermosa casa, techo tablitas de cedro, balcón al frente, estribaba firme patas cortas detrás y largas por delante en la barranca mirando caminar el Paraná

Pasada la epidemia, volvimos con mi hermano del mismo modo que vinimos en el Don Gonzalo, lancha de pasajeros que remontaba y bajaba el Paraná de Posadas a Eldorado y viceversa. De ese viaje recuerdo en los puertos asomar por las barrancas enormes galpones con toboganes de madera por donde a mil,  bajaban bolsas y bolsas a una bodega con una bocaza abierta de una chata que todo lo tragaba. Era la yerba en bruto que viajaba a Rosario y Buenos Aires a que nos las devuelvan molida en paquetes.

En aquellos tiempos el Paraná era la autopista misionera por donde circulaba la vida, la producción y las noticias. Quiso la torpeza o angurria del gremio marítimo, a fuerza de “conquistas”, hacer inviable la navegación; terminaron hundiendo las chatas y sus propias fuentes de trabajo.

El río quedó para el deporte, algunas costaneras y playas, disfrutar con las maravillosas puestas de sol, discutir si son buenas o malas las represas y darnos cuenta además cómo pasa el tiempo, cómo cambian las cosas mientras uno sigue en el mismo envase con más arrugas, menos pelos, más cicatrices, menos cosecha por delante y más recuerdos por detrás, hilvanados con hilo de tiempo… como un collar de semillas de mbya guaraní.

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