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La escuela en el inicio de la colonización agrícola

domingo 29 de noviembre de 2020 | 5:00hs.
La escuela en el inicio de la colonización agrícola

Esteban Snihur, en su libro De Ucrania a Misiones, incorpora un pintoresco relato de una maestra que ejerció su oficio docente en los primeros años de la colonia Apóstoles, en la que convivían colonos venidos de la lejana Ucrania con quienes ya residían allí previamente, paraguayos, brasileños y correntinos.

La primera escuela pública de Apóstoles comenzó a funcionar en un rancho a partir del 1 de marzo de 1898. El castellano era prácticamente un idioma desconocido para la comunicación entre los niños, quienes se hablaban en ucraniano, polaco, portugués o guaraní. En esas circunstancias, en abril de 1901 se hace cargo de la escuela la señorita Mérope Binotti, quien en las actas del establecimiento dejó escritas con singular realismo sus primeras experiencias en los difíciles momentos iniciales de la colonización agrícola en Apóstoles.

Escribe la señorita Binotti: “El aula que me fue destinada era una pieza de unos siete metros de largo por cinco de ancho, con paredes de barro… techo de paja, piso de tierra, una ventana y dos puertas sin bisagras, hacia la calle…. por donde entraba el viento norte trayendo nubes de polvo que nos dejaban ciegas y con la respiración cortada….otra puerta hacia el sur se abría sobre un patio y una cuarta daba comunicación con una piecesita que hacía las veces de vestíbulo. El mobiliario constaba de 20 bancos de dos asientos, un pizarrón, un armario, una mesa, una silla, todos bastante deteriorados….cinco libros de lectura “El Alfa” y dos carteles. ¡Qué pobreza y qué tristeza!. Componían mi grado 40 alumnos entre varones y niñas de la edad de 7 a 14 años, analfabetos y de diferentes nacionalidades. El idioma habitual entre los niños no era el nacional sino el guaraní, el portugués, el polaco y el ruteno (ucraniano). Cuando buscaba hacerme comprender entre mis alumnos me causaba mas bien hilaridad, a tal punto que a veces no podía ocultarla. Al pedirles el nombre de algún objeto, fruta o animal que les presentaba como ilustración, algunos querían dármelo, pero unos en guaraní, otros en portugués, otros en ruteno…

“Es increíble la ignorancia de estos niños, lo reducido de su vocabulario. Desconocían el uso y por consiguiente el nombre de los objetos más usuales entre los habitantes de una ciudad o un pueblo relativamente civilizado. Sus viviendas, unos tristes ranchos, completamente desprovistos de muebles y de todo lo que hace al confort de un hogar.

“Los unos acostumbrados a la vida nómade de la extensa campaña, los otros desconcertados en un paraje tan diverso del que los vio nacer, mirándose con recelo, porque los americanos tenían, no sé porqué, la convicción de que ellos eran superiores a los extranjeros y por consiguiente con derecho a tratarlos con desprecio, hasta el punto de resistirse a sentarse en un mismo banco.

“Los niños criollos con pocas excepciones no usaban camisa, las blusas y los sacos carecían de broches y botones y las tenían cerradas con unas cuantas puntadas sin cuidarse de si el hilo correspondía al color del género… algunos se presentaban con la ropa hecha girones, por la indolencia o ignorancia de las madres, a las cuales tenía que proporcionarles vestidos y hacerles coser y remendar en la escuela para que pudieran presentarse con decencia.

“Los hijos de los colonos, por el contrario, traían sobre ellos una cantidad excesiva de géneros y algunos se presentaban con batas, chaleco y saco de los padres, tan amplios y pesados que los pobrecitos apenas podían moverse, con los brazos y manos perdidas en esas mangas, inmensas para ellos. El calzado era poco menos que desconocido, el peine y el jabón usados con mucha economía.”

Pocos años antes, en 1884 se había dictado la ley 1420, de educación común (para todos), laica y obligatoria. La idea era combatir el altísimo analfabetismo de la población argentina. Incluso la ley incorporaba en sus considerandos la posibilidad de recurrir a la policía ante la renuencia de los padres de enviar a sus hijos a la escuela. A pesar de ello, evidentemente esta ley no era cumplida en la naciente Colonia Apóstoles, pues, según la señerita. Binotti,

“La irregularidad en la asistencia era también causa de una de las luchas más recias. Algunos padres se resistían a mandar a sus hijos a la escuela con el pretexto de que los necesitaban para los quehaceres domésticos, las faenas agrícolas y el cuidado de los animales. Este último trabajo era el que más tenía ocupados a los niños de ambos sexos. En ese tiempo las chacras no estaban todavía alambradas y los colonos se veían en la necesidad de hacer pacer sus animales bajo el cuidado de alguna persona…

“Otra causa eran las distancias y la falta de caminos, que atemorizaban a los padres y a los niños que debían recorrerla entre pajonales o cruzar arroyos, muchas veces crecidos. Habían los que no querían que sus hijos frecuentaran la escuela por el temor que el saber los pusiera orgullosos, y por consiguiente los privara del respeto, cariño y autoridad que hasta entonces habían ejercido sobre ellos. Muchos toleraban que se instruyera a los varones, pero no a las niñas. No faltaba quién, con arrogancia dijera que no los mandaban porque no querían, que los hijos eran de ellos y no del gobierno.

“A pesar de tantas dificultades y contratiempos –dice la señorita Binotti-, muy pronto se estableció una corriente de simpatía entre alumnos y maestra, que hacían parecer breves las horas que pasábamos juntos, pues, casi diariamente, a la señal de la terminación de las clases, protestaban diciendo: ¡Qué lástima señorita, es muy temprano, nosotros nos queremos quedar un poquito más! A mi negativa, salían rezongando….”.

¡Qué profundo testimonio de los verdaderos héroes que hicieron grande a esta provincia!. Mujeres anónimas como la Srita Binotti hoy no son motivo de homenajes, ni calles que recuerden sus nombres. Ni siquiera se estudian en los libros de lecturas de la educación de hoy estos memorables hechos de quienes construyeron las bases, con enormes sacrificios de esta tierra que hoy disfrutamos.

Eran tiempos de la docencia como vocación, donde el esfuerzo, sobrehumano muchas veces, estaba destinado a educar niños que a partir de la escuela amaran a la nueva nación que sus padres habían elegido para siempre. No eran movidos por otros intereses que no fuera el de argentinizar a niños que, en su mayoría, ni siquiera conocían nuestro idioma.

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