Los nuevos labriegos

martes 10 de noviembre de 2020 | 6:01hs.

En la Reducción Santa María de las Misiones, la ceremonia del acto nupcial había concluido. Luego el Chamán se dio media vuelta mirando a los concurrentes y oteando a su alrededor. Allá en el contrafrente donde se erigían las casas de las quintas, así conocida porque detrás se encontraba el huerto y la plantación de árboles frutales y de la yerba, observó sorprendido entre macizos gomeros la figura brumosa de una mujer con los brazos abiertos como bendiciendo. Permaneció etéreamente un instante para alejarse por el callejón del fondo. No pudo distinguir por la distancia, pero, paganamente, imaginó que podía ser la Virgen que veneraban los jesuitas, y que los hermanos artesanos repujaron su imagen con la mejor madera cual consumados artistas, para luego montar en el altar de la iglesia.

Precisamente hacia ese lugar, convertido en el paseo preferido de las jóvenes parejas, se dirigieron los recién casados; porque las quintas, producto de la labor del hombre en forma planificada, había transformado el lugar selvático en espectacular parque artificial, respetando en el ordenamiento los cuidados de la naturaleza: “Tumbo un árbol y planto otro”.

Disponía de un espacio rectangular sembrado con cuantas verduras, hortalizas y tubérculos anuales podía dar la tierra. Una amplia calle central daba paso hacia otra similar cubierto de pastos cortados al ras del suelo; calle que separaba el huerto de las plantaciones perennes, cuyos árboles distribuidos linealmente y a distancia regular daban perfecta armonía al vergel.

El plantío de la derecha, destinado a los cítricos, largaba con más potencia el perfume de los naranjos florecidos. Por el contrario, el de la izquierda, emitía mixturas de olores provenientes de las variedades de árboles frutales que daba gusto percibir aromas tan deliciosos. Más al fondo, el yerbal, plantado de lineo en lineo tras descubrir el avá la forma de germinar previo pasaje por el tubo digestivo del tucán. Un arroyo circundante de aguas cristalinas recorría el área parquizada hacia el Gran Río, brindando frescura en su trayecto y un sistema de regadío mediante intrincados canales artificiosos. En bisbiseo, miles de hambrientas avispas y abejas atacaban las flores para extraer su polen y convertirlo en el néctar más exquisito que puede dar la naturaleza. De manera que todo el parque sintetizaba la reproducción de un pequeño edén, si se quiere, un pedacito de paraíso terrenal, ideal para el paseo de la pareja.

La choza del Chamán se ubicaba alejada del caserío principal, constituía su mundo íntimo, hermosamente rodeada de árboles frondosos, altas palmeras, colgantes ysipó y tupidas enredaderas floridas, que seducían con sus aromas, frutos y polen a bandadas de pájaros inquietos, avispas, avispones y a las cien clases de abejorros zumbadores. Impactaba el griterío de los monos saltando de rama en rama y las decenas de colibríes de todos los colores revoloteando frente a calabazas cortadas por la mitad y colgadas a distintas alturas. Todas cargadas con jarabe hecho con ka’a he’ë, el inigualable edulcorante vegetal, tan saludable para los seres humanos, que las avecillas absorbían con deleite ante la mirada desconfiada de los tucanes, que en lo alto de las copas no paraban de castañear como matracas sus llamativos picos.

Precisamente, gracias a los tucanes y observando su modo de vida, descubrieron los hijos del guarán que, el pájaro, al deglutir la semilla de la yerba mate y eliminarla junto a la materia fecal podía reproducirse, cosa que de manera artificial era imposible, pues el árbol crece desparramado sin orden establecido haciendo difícil la cosecha y sin que la semilla sembrada se reproduzca. Los avá manifestaban que lo sucedido fue milagro de Tupá.

Esta primigenia revolución agrícola en el monte de hace tres siglos, terminó con la expulsión de los jesuitas, y luego de la diáspora de los misioneros guaraní tras la derrota en la guerra guaranítica. No obstante, hubo una segunda revolución agraria a partir de la llegada de los primeros inmigrantes de origen polaco y ucranianos a la región de Apóstoles en agosto de 1897.

Por otro lado, a fines de 1919, se concretaron dos proyectos colonizadores de gran envergadura con las fundaciones de Puerto Rico, Montecarlo y Eldorado sobre la ribera del Alto Paraná. Se debe reconocer que estos inmigrantes hacedores de nuestra actual Misiones, fueron gente de trabajo y grandes sacrificios, tal como reconocería uno de sus hijos en un escrito que decía: *Quién mejor que ellos para saber lo que es dejar el sudor de una vida en el surco de la tierra; el sacrificio de cosechar los frutos tras largas jornadas de veranos calientes y fríos lacerantes. Ellos, los que tumbaron árboles para después sembrar los arbustos sagrados de la yerba mate y el té. Hicieron potreros, construyeron tajamares, desviaron arroyos, levantaron sus propias casas y combatieron las hormigas que de la noche a la mañana rapiñaban el sembradío dejando a cambio la tierra yerma. Ellos, los que amasaron pan y ahorraron moneda tras moneda después de vender la cosecha -que un día se transformó en excedente- invirtieron en herramientas para alivianar el duro trabajo y mejorar la producción; todos ellos también pretendieron una mejor calidad de vida para sus hijos, afán comprensible y natural de todo padre hacia sus retoños. Deseos originados desde que el hombre es hombre y transmitidos generación tras generación, como el augur de la esperanza que se proyecta en el anhelo inconsciente a los hijos por ver coronado el éxito que sus padres no lograron en vida. Sueños de hombres a quienes la injusticia de la desigualdad de oportunidades frustró sus estudios. Pues bien, sus hijos y nietos estamos aquí para agradecerles.

Y la pregunta que debe hacerse ¿Será que la gente de Juan Grabois que ocupan campos para su proyecto agrícola, podrá repetir la tesonera labor de aquellos avá y de los sacrificados colonizadores, cual nuevos labriegos?

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