Sed de fama

domingo 01 de noviembre de 2020 | 6:00hs.
Sed de fama
Sed de fama

Germana, la vieja zapatilla donde vivían enchufados in aeternun la impresora, la CPU, el regulador de voltaje… estaba muy cansada de ser la transmisora y repartidora de corriente eléctrica de cuantos artefactos se le ocurrieran a su dueña. Solamente descansaba los días de tormentas con estruendosos truenos, brillantes y estrepitosos rayos acompañando la tupida y agobiante catarata de agua. ¿Por qué? Pues por precaución ya que había experimentado la inutilización de un televisor, un teléfono, dos módems, a raíz de su capricho e ignorancia acerca de la potencia de ese fenómeno atmosférico. O sea, para redondear, “aprendió por su cuero” a respetar las perturbaciones de la naturaleza.

Cuando estaba desocupada, en esos breves lapsos de desenchufe, Germana, soñaba ser la zapatilla de raso rosado de Maya Plisétskaya y danzar con ella, elevarse en pasos que la harían volar en el escenario, dar giros como un trompo artístico y así ser parte de la fama de esta grandiosa bailarina. Pensaba que no le vendría mal, tampoco, convertirse en las famosas “zapatillas rojas” contada por Hans Cristian Andersen. Pero podría causarle inconvenientes a la diva y eso no le gustaba. No deseaba provocarle mal a nadie, salvo que apareciera “el viejo horrible y barbudo” en el momento oportuno cumpliendo su pretensión sin estresar a Maya.

Cada día que pasaba, Germana se sentía más vieja, más usada y menos recompensada. Estaba resignándose a olvidar su anhelo cuando una mañana de sol radiante –eso era lo incomprensible- su dueña desenchufó todos los electrónicos, pasó un trapo húmedo por su completa constitución: cable alargador, enchufe de tres patas, las cuatro tomas. En una palabra, la dejó como nueva, blanco brillante. Después, la envolvió en una bolsa de polietileno, la guardó en una caja con la notebook y, a su vez, en una valija con rueditas entre un cúmulo de ropa bien planchada, doblada y acomodada.

No tenía idea, Germana, sobre su destino. ¿Sería el archivo eterno? ¿Estaría por iniciar un viaje? Y si fuera esto último ¿a dónde? Pasaron horas donde en una oscuridad absoluta, sacudida de arriba abajo, de izquierda a derecha, entendió bien aquello de tener a alguien “como maleta de loco”. La aturdieron ruidos de motores fuertes, potentes como aviones, luego autos, bocinas, frenadas, gritos…. Al final, voces en un idioma totalmente extraño.

En un momento percibió una quietud primero y una claridad después. Sí, su dueña la estaba desempaquetando y conectando a otros aparatos que no eran sus conocidos de siempre pero… bueno, comenzó su trabajo habitual de distribuir energía a través de todas sus tomas.

Esa noche, su dueña se vistió de gala, escuchó que hablaba con alguien y le informaba que iría al Bolshói a ver a… ¡Ay! ¡No podía ser! Ella, su propietaria estaría cerca de la que fue su anhelo de toda la vida… ¡Maya! ¡Maya! ¿Cómo podría hacer para convertirse en un lápiz labial, ser trasladada en la cartera para poder llegar al teatro?. Tanto pensó que los cables que dependían de ella comenzaron a saltar con chispazos potentes cual cohetes en Navidad, dejando una nube de humo que flotaba en esa habitación de hotel. Germana escuchó una voz grave y profunda que salía del gris gaseoso y que preguntó:

¿Quién o qué ha expresado una fuerte pasión? Alguien ha tenido el suficiente poder para traerme desde el pasado a ejecutar una vez más mis eficaces hechizos.

Soy yo, soy yo señor brujo. ¿Le puedo decir así, con todo respeto?

Como quieras, me han dado todo tipo de apodos a lo largo de mi vida y después también. Me llamaron “El monje loco”, “libertino”, “místico ruso” tejiéndose inverosímiles patrañas, habladurías, calumnias alrededor de mi persona. Hasta me adjudicaron profecías que veo que se están cumpliendo.

¡Ahhh ya sé, escuché tu historia. Sos el famoso Rasputín, que curó de hemofilia al hijo del Zar y se quedó en la corte haciendo de las tuyas…

Y bien, sí, el mismo pero… ¿cuál es ese deseo tan ardiente por el que me invocaste, objeto desconocido?

¡Ahhh, poderoso señor! Toda mi vida deseé convertirme en una zapatilla de verdad para danzar en los pies de Maya Plisétskaya y ahora, en este momento, mi dueña va al Bolshói ¿sería posible cumplirme este anhelo?

Veré si puedo hacer una pócima para ello. Dame unos minutos.

Germana vio cómo la nubosa sombra desaparecía y lentamente sus ilusiones fueron decayendo y perdiendo la esperanza que la iluminara por unos instantes. Su poseedora ya no estaba, había deslizado su elegante humanidad por la altísima puerta tallada hacia el exterior.

Quieta y tristemente desenchufada estaba, cuando sintió que una llovizna fina como esparcida con un rociador la iba humedeciendo. ¡Y allí estaba! Allí mismo, frente a los grandes espejos del camarín, posando sobre una banqueta de terciopelo rojo, muy rosada, con largas cintas de raso pendientes a sus costados. Y sí, no era ilusión, ¡Maya! ¡Maya! Era la que la tomaba entre sus dedos y la colocaba en los pies, tan arqueados de bailarina excepcional. Como por arte de magia era la zapatilla tan ardiente, eléctricamente codiciada durante su plástica existencia.

Minutos más tarde vivió la quimera: danzó, voló, se paró en punta, dio giros interminables al compás de “Cascanueces”. No le dio importancia ni al escenario, ni a las candilejas, ni los reflectores, nada existía para ella… sólo y únicamente la danza en los pies de su estrella idolatrada… y la música del también reconocido y afamado Chaikovski.

Los aplausos invadieron el espacioso, amplio y decoradísimo salón cuando la música cesó y se encendieron las luces. Bajaba y subía el telón. Continuaban las manos de los presentes premiando la actuación, de pie.

De nuevo en el camarín, Maya desató las cintas que sostenían a Germana en sus pies. Ya no era esplendorosa, se veía la punta de acero aflorando entre las hilachas rosadas terrosas. Fue muy corto el suceso acariciado durante tantos años. Pero… ¡¿quién le quitaba lo bailado?! Podía ir a parar a un basurero ruso si así lo querían pero ¡Feliz!

La autora ha publicado “Angeles conviviendo con el síndrome de Rett”, “A la una…a las dos…y a las tres” –en colaboración- y varios títulos en la Colección Taca taca.

Myrtha Magdalena Moreno

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