La pandemia de Covid-19 y la educación media y superior

jueves 29 de octubre de 2020 | 5:00hs.

E
n la Argentina hay una relación de 128 celulares cada 100 habitantes, en tanto sólo el 65% de nuestros habitantes tiene acceso a internet y con una muy desigual distribución territorial (obviamente, Caba y Buenos Aires, con la mayor conectividad). Estas desigualdades socioeconómicas también hicieron presencia en el intento de crear y difundir la enseñanza virtual, desde la básica hasta la universitaria. En el año pasado más de la mitad de los jovencitos de 5 a 17 años eran pobres, y de esa fracción, un 14% eran indigentes.

Con el lanzamiento del aislamiento social, inmediatamente que la OMS declaró la pandemia de Covid-19 en marzo de este año, las universidades nacionales hicieron convenios con las empresas prestadoras de Internet para elevar el acceso a páginas web institucionales con repositorios de bibliografías y aulas virtuales. Pero por otro lado, a los alumnos poseedores de esa elevada cantidad de celulares –y sin tener acceso a internet– se les ha dificultado la navegación, presentación de trabajos prácticos o el acceso a la bibliografía.

Si bien ya existen varias universidades privadas que dictan carreras en forma virtual, aún no hay universidades públicas nacionales con esa disposición académica. Es más, se considera que estas unidades académicas no estaban preparadas –en lo institucional y académico- para un acontecimiento como la pandemia de Covid-19.

No obstante, el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), ya el 8 de abril pasado, ha expresado que cada universidad “está contribuyendo con la generación y transferencia de conocimiento para el desarrollo de elementos de diagnóstico, preventivos y paliativos, como test, máscaras y protectores faciales, la producción de alcoholes desinfectantes, de respiradores, de tecnologías de acompañamiento y monitoreo, el funcionamiento en hospitales universitarios de salas de atención e internación, la evaluación del impacto social de la pandemia, etc. Otras instituciones afectaron sus laboratorios para el testeo PCR, la disponibilidad de vehículos oficiales, sus edificios para futuras internaciones o aislaciones o para la distribución de ayuda social, sus capacidades tecnológicas para las comunicaciones y campañas informativas, entre otros ejemplos”, demostrado la rápida reconversión de sus prioridades institucionales.

Luego comenzaron a crecer las conferencias, mesas de debate y encuentros por las plataformas tipo Zoom y Jitsi, así como diálogos interdocentes, interauxiliares, entre docentes y estudiantes, dirigidos a dos objetivos: compartir los problemas vinculados al contexto y, por otro lado, atender al bienestar de alumnos, docentes y no docentes, enfocando las situaciones afectivas, familiares y psicológicas por el aislamiento.

Las etapas de evaluación - aprobación - regularización -desaprobación -promoción - libre, también se conmovieron con la pandemia, impactando en las modalidades de acreditación de los conocimientos adquiridos por los estudiantes, que anteriormente se facilitaba con los “exámenes finales”. Fue un desafío para los docentes de la enseñanza pública crear una readecuación didáctica de los contenidos, muchos de los cuales deberán esperar el retorno de las clases presenciales.

No sé (estoy jubilado y retirado de la docencia) si ya se ha empezado a evaluar críticamente la eficacia de los dispositivos puestos en marcha, aunque la digitalización ya ha tomado relevancia en nuestras vidas cotidianas. El profesor A. Cannellotto, rector de la Universidad Pedagógica Nacional (Unipe), estima que “así como el aula analógica no nos salvó de profesores que siempre actuaron como si los estudiantes fueran recipientes vacíos a los que llenar, la digitalización tampoco es nada en términos formativos sin la mediación de los profesores. ¿Volveremos a la normalidad para hacer sin más lo que ya hacíamos?”.

Sobre los futuros cambios que la universidad pública deberá encarar, el propio vicepresidente del CIN, el licenciado Rodolfo Tecchi, en un reportaje efectuado por el licenciado en Ciencias de la Comunicación Diego Herrera, afirma que tras la pandemia se volverá a una presencialidad absolutamente distinta a la que se tenía antes de marzo. “Por mucho tiempo no vamos a ver esas clases magistrales dictadas en aulas repletas de cientos de alumnos; ellas seguirán siendo a través de internet. La presencialidad va a apuntar a grupos reducidos y prioritarios. La geografía de los espacios universitarios va a cambiar; habrá muchas aulas para permitir, más que el trabajo entre docentes y alumnos, que los alumnos puedan tener espacio para vincularse a la red”. Y continúa el profesor Tecchi: “El hecho de que parte de la educación universitaria pueda ser remota va a facilitar un reformateo de la duración de las carreras. Tenemos carreras con presencialidad muy extensa y podríamos hacerlas más ágiles”.   

Entre los análisis autocríticos que las universidades nacionales podrían hacer, puedo mencionar que creo que deberán pensar lo presencial y lo virtual como un todo orgánico, y si ya estarán en condiciones de distinguir cuáles son las experiencias imprescindibles, cuáles de ellas pueden ser producidas y cuáles no gracias al creciente –y reciente– aporte de la virtualidad. 

Hasta quizás haya que reformular los tiempos de trabajo de docentes y no docentes, ya que, al implementarse el teletrabajo, están siendo afectadas las relaciones familiares (hay hogares con una sola computadora, o un solo celular, que es usado por varios familiares).

Una situación compleja, que requerirá soluciones también complejas e inéditas, lo que presupone el ejercicio de la creatividad y la audacia.

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