Voluntad y mérito de los jesuitas

miércoles 07 de octubre de 2020 | 5:00hs.

La voluntad en el hombre es la virtud que decide su propia conducta. Se trata del libre albedrío navegando soberanamente en su yo interior, pues lo inspira y condiciona a realizar conscientemente actos vitales con total libertad, y a resolver las opciones que se le presenten por más grandes o pequeñas que estas fueran.

¿Es el libre albedrío promovido por el espíritu del hombre? Si es así, cabe la siguiente pregunta: ¿quién insufla al espíritu y lo comanda a pasar de no hacer a hacer, o su equivalente de no ser a ser? Es la misma pregunta que debe formularse frente a las transformaciones de la naturaleza: el día y la noche, las estaciones cambiantes, el nacimiento y la muerte, la juventud y la vejez, la semilla y la planta. Perfectos productos del movimiento perpetuo que todo lo transforma; verdad natural que induce a formular la segunda pregunta: ¿de dónde proviene la fuerza que activa el movimiento?; ¿viene de la nada?, ¿del espacio vacío? Imposible. Si es imposible, razonablemente, puede deducirse que todo el fuego sagrado que pone en movimiento las cosas y ordena a la voluntad, debe emanar indefectiblemente de un espíritu superior que rige los destinos del universo y del hombre. ¡Sí, del hombre!, por más pequeño que sea en la extensión del cosmos.

Solamente desde esa perspectiva y por medio de la razón puede explicarse de dónde provino la fuerza que impulsó a los curas jesuitas a venir a estos lares desconocidos con la sotana como único vestido y fundar la Nación Misionera y Guaraní. Erigieron treinta pueblos desde el oeste del río Paraná al este del río Uruguay, bajo un sistema socialista y humanista único que jamás se repitió en la historia de la humanidad.  

Hombres así tienen la dimensión de los héroes y de los santos por ser capaces de dar todo de sí, incluso la vida, en la lucha por buscar la verdad, la libertad y la justicia dentro de la moral religiosa. Son almas misericordiosas que instigadas por el espíritu divino van con lo puesto a lugares alejados, pobrísimos, sin comodidad alguna, con el místico deseo de catequizar y la ilusión de predicar el bien común. He ahí el designio del hombre de buena voluntad: ¡trabajar a favor del bien común!; estadio superior que en la dimensión de la escala va del humilde prójimo que ofrece una limosna, hasta el sacrificio de Cristo que dio la vida por salvar al hombre.  Y esta es la conclusión moral que define que, en la grandeza del bien común, se encuentran las almas caritativas que están más cerca de la nobleza y de las cosas simples de la vida, del cielo y de Dios.

Con esa voluntad de hierro diez humildes curas fundaron la Compañía de Jesús en 1540 y llegaron a ser la congregación más influyente del mundo. En su evolución fueron confidentes de monarcas europeos, de emperadores de la China, de Japón, de la India, en avanzada primaria donde hombre alguno jamás pisó esos territorios. Cruzaron el Himalaya y llagaron al Tíbet, remontaron en canoa el Nilo Azul y trazaron el curso del río Misisipi. Fueron astrónomos, matemáticos, físicos y sin tener experiencia en la docencia en diez años fundaron treinta universidades. Y para fines del siglo XVlll tenían setecientas escuelas secundarias y universidades esparcidas por los cinco continentes, cuyo resultado fue la educación del 20 % de europeos en cursos de enseñanza superior. Y, por si fuera poco, fueron por su erudición los que frenaron el avance avasallante de la Reforma Protestante, oponiendo intelectualmente la Contrarreforma Católica cuando la Iglesia Romana no tenía medios ni argumentos para refutar.

En ese contexto fueron creciendo en forma singular teniendo como meta engendrar líderes inculcando liderazgos sobre cuatro valores fundamentales: “Conocimiento de sí mismo”, para que supieran entender sus fortalezas y debilidades y así tener una visión del mundo. “Ingenio”,   con la intención que se innovaran confiadamente y se adaptaran a un mundo cambiante. “Amor”, en tratar al prójimo de esa forma ejerciendo una actitud positiva. Y por último “Heroísmo”, para fortalecerse a sí mismos y a los demás con aspiraciones heroicas.

Con esas cuatro sentencias fundamentales se lanzaron al mundo y tuvieron el gran mérito de saber inculcar y trasmitir esos conceptos de vida a quienes trataron, incluidos nuestros hermanos de la selva. Si no, no se explica que hayan formado un gran ejército guaraní para defender su terruño en Mbororé, luchar en la recuperación de Colonia del Sacramento y en la última batalla perdida en Caibaté de la guerra guaranítica, luego de la expulsión. 

Pero el espíritu de la vieja nación destruida no murió después de Caibaté, pues en la diáspora obligada unos volvieron al monte, y los más rumbearon hacia Corrientes con sus creencias, santos y tradiciones, mezclándose en el tiempo con la gente local originando una nueva cultura, como lo explica muy bien Alfredo Poenitz en su libro “Mestizo del Litoral”. 

Otra cosa es la tensión entre el mérito y la igualdad, desarrollo   teórico de Max Weber en “Economía   y sociedad”. Explica: “La más sencilla observación muestra que en todos   los contrastes notables que se manifiestan en el destino y en la situación de dos hombres, tanto en   lo que se refiere a su salud y a su situación económica o social como   en cualquier otro respecto, y por evidente que sea el motivo puramente “accidental” de la diferencia, el que está mejor situado siente la urgente necesidad de considerar como “legítima” su posición privilegiada, de considerar su propia situación como resultado de un “mérito” y la ajena como producto de una “culpa”.

Si así fuera, los argentinos en brutal estado de pobreza corren en triste situación desventajosa. Esto, debido a los malos gobiernos nacionales desde el inicio mismo de   la democracia, pues en 1983 el nivel de pobreza alcanzaba el 3,5% de compatriotas, y en el año 2020      llega casi al 50, sin que nadie razonablemente tenga un atisbo      de autocrítica.