El monje gris

domingo 04 de octubre de 2020 | 3:30hs.
El monje gris
El monje gris

Alicia Reyes Gómez

Hace siglos, treinta pueblos guaraníes surgieron casi imprevistamente en la selva misionera.

La evangelización emprendida por la Compañía de Jesús dejó su impronta en ese medio geográfico a través de nombres y parajes centenarios dotados de una riqueza aún inexplorable que cargan con un profundo contenido histórico. Lugares de encanto y fascinación que no se han extinguido, siguen en ese espacio infinito oculto tras de los muros de cada ruina.

Los relatos sobre ese mundo complejo son innegables, están presentes en cualquier sitio donde se establece una charla con un misionero, cada uno con su concepción de la realidad, como la leyenda vernácula del Monje Gris que circula entorno a las ruinas de Santa María La Mayor. Precisamente donde tuve la oportunidad de rescatarla en los inicios de la docencia, por la década del setenta y así poder transmitirla a las futuras generaciones, revitalizando nuestra cultura regional.

En ese pintoresco rincón del municipio de Santa María, departamento Concepción, entre piedras carcomidas por el tiempo, se escuchan gemidos de voces umbrías que surgen misteriosas con mágicas apariencias…

Según comentarios, hay diversas versiones relacionadas a un monje de hábito gris, que deambula afligido por ese predio lleno de embrujos, hoy Patrimonio de la Humanidad.

Y así dicen: ¡Quizás sea fantasía!

La historia trata sobre la vida de un religioso de aquellos años; que renegando un día de sus votos, se enamoró de una bella india, tan hermosa que lo deslumbró hasta el delirio.

Aunque luchó para sacarla del corazón la pasión fatal e impura, pudo más, sumergiéndolo en el pecado.

Desesperado una noche, perseguido por ese amor prohibido, buscó un árbol de ramas fuertes y colgándose de una cuerda, terminó su triste vida.

Sus compañeros de la congregación al enterarse de lo ocurrido lo excomulgaron sin piedad, incinerando su cuerpo en una gran hoguera, aventando luego sus cenizas por el aire.

Todos por decisión unánime colgaron también a la india acusándola de practicar hechicería, haciendo caso omiso el pedido de su padre, quien descreía de sus brujerías.

La acusada y muerta de igual forma violenta era hija del Cacique Nicolás; descendiente de su homónimo Nicolás Ñeenguirú, destacado indio concepcionense que encabezó la lista de defensores del suelo patrio, en la Batalla de Mbororé en 1641, sobre los márgenes del Río Uruguay, contra los “Bandeirantes” brasileños, de las negras canoas.

Algunos manifiestan respecto a este relato; que uno de sus pares había visto cuando la aborigen le dio de comer unos hongos alucinógenos rebozados con huevos de lechuza; repitiendo palabras mágicas en su idioma guaraní, invocando a espíritus satánicos con una pluma de “caburé”. A partir de ahí, notaron que el monje había cambiado radicalmente sus actitudes transformándose en un amante atormentado.

Seguramente esa fue la causa que lo llevó al suicidio, por eso atribuyen que su alma en pena recorre las sendas embrujadas del misterio, entre el follaje que cubre el “escenario de amor” más impactante de la Santa María.

Desde entonces busca desesperado entre las sombras de los místicos muros labrados de antiguas oraciones, el cadáver de su amada. Siempre, a la hora del ocaso. Mientras el poniente derrama en ese universo nostalgias de hondas lejanías, se escucha el eco de sus clamores que parecen conjugarse con cantares de carpinteros y tijeretas, que en bandadas van anunciando malos presagios.

Ciertos lugareños afirman que oyen diferentes sonidos al pasar; escalofriantes…

Hasta refieren percibir el tañir de campanas del antiguo templo que se conserva; reacondicionado, donde todavía se venera la imagen de la Virgen María Inmaculada tallada en madera, encontrada por los primitivos a mediados de siglo XIX.

Los toques de esos bronces suenan como agitados por manos vigorosas ahogando todos los ruidos del monte y mientras transita aquel fantasma gris, enloquecidos siguen doblando con acelerada energía.

Hay tanta fantasía que muchas personas desde el intelectual hasta el circunstancial turista o el vecino habitante llegan a visualizar con asombro al monje junto a su amada indígena vestida de blanco, con flores de azahares iluminados por miles de bichitos de luz, acompañados por dulces melodías, de pájaros y aves en busca de soledad y descanso.

Siempre, cuando va cayendo el día el monje gris se pasea.

La autora es docente jubilada , reside en Concepción de la Sierra.