Maquillaje

domingo 27 de septiembre de 2020 | 7:30hs.
Maquillaje
Maquillaje

Noelia Albrecht

El estuche de maquillaje siempre estuvo guardado bajo la pileta del baño. Ese pequeño mueble almacenaba los elementos de higiene y arreglo personal de ambos, aunque él no fuera proclive a colocarse cremas y menos a depilarse las cejas. Siempre se consideró un hombre elegante que cuidaba su peso y vestía ropa planchada, pero hasta ahí llegaba su cuidado.  A ellos no se les suele decir cejijuntos, ni que tienen el cutis graso, las manos ásperas o que deben cortarse los cabellos que salen de sus narices y orejas. Sin embargo, su esposo los tenía y ella debió quitárselos. Si la situación se hubiera presentado, en otro momento, sin dudas se habría negado porque le parecía que eran parte de su masculinidad.

Abrió el cierre del neceser y se lavó la cara. El tónico de limpieza que utilizaba para iniciar el proceso de maquillaje apenas logró humedecer el algodón con unas pequeñas gotas. Lo pasó por su rostro y recordó que hace mucho no se maquillaba como ahora quería hacerlo. No era una rutina habitual y, de ese modo, consideraba que no perdía impacto cuando lo hacía. Tiró la almohadilla de algodón en el cesto, se miró en el espejo y notó que las arrugas junto a sus ojos se veían profundas. Sus elementos de cuidado habían dejado de ser solamente suyos desde que su hija había empezado a maquillarse y a jugar con ellos. Siempre fue una nena coqueta que amaba los perfumes, las puntillas, los moños y la seda. La relación madre- hija se volvió difícil en la adolescencia, razón por la cual ella se acercó aún más a su padre. Lo fue idealizando y aunque parecía imposible que encontrara un hombre a la medida de todos sus deseos, lo consiguió. Manuel, su esposo, es paciente y de pocas palabras, pero firme y eso es algo que ella respeta. En ese punto, hay que asumir que todos los miembros de la familia son obstinados.  Ella demuestra su fortaleza luchando por la unión, pese a que sería más sencillo tomar distancia ante sus muestras de carácter. Esa mujer obsesiva y controladora es la que, en breve, pasaría a buscarla. Volvió a su tarea y no le sorprendió ver sus ojeras más oscuras, las consideró naturales luego de la noche de desvelo.

Comenzó a cubrir su rostro con la base y apreció que el tono era ligeramente más oscuro que el de su piel. Estaba pálida y se notaría la diferencia de color entre su cara y el resto del cuerpo. Intentó aligerar la base con un corrector en crema, pero no fue la mejor opción. Se veía desparejo aunque la piel parecería firme.

Continuar de pie frente al botiquín se sentía como una tortura. No le gustaba lo que veía. Incluso se sentía culpable por dedicarle tiempo a su aspecto ante la situación que le tocaba vivir. No quería sentirse vanidosa. Su vida siempre había girado alrededor de otros. Sus padres, luego su esposo y sus hijos. Guardó y postergó sus deseos para otro momento. Mientras tanto, solo se sometía a órdenes o mandatos y quizás arreglarse hoy sería su último acto de obediencia. “Arréglate un poco que vamos a salir” le pedía. Entonces ella planchaba su mejor vestido, se maquillaba y se subía a la tortura de unos tacos incómodos. En la cena hablaba poco y evitaba las comparaciones con los hijos y esposos ajenos. Aprendió a callarse y a guardarse sus comentarios para reservar las ficciones que ellas o todos querían creer. Estaba inmersa en ese juego y no podía ni quería dejar de jugar por miedo a descubrir que detrás de esas mentiras no había nada.  Volvió a mirar su reflejo y sintió que esconderse tras el maquillaje la hacía sentir menos indefensa.

Una mancha en el espejo del centro del botiquín le recordó que su esposo le había asignado la tarea de averiguar precios para renovarlo. Según él, era oportuno elegir un objeto más moderno y útil. Nunca reconoció que el problema no era el mueble, sino su simpleza. Ella lo había elegido cuando se mudaron a la casa que compartían y siempre criticó su gusto de pobre. “No tenés clase” le decía.  Postergaron el tema y allí estaba observando su rostro enmarcado en unas líneas negras.

Después de la base tomó el corrector de ojeras y se preparó para el desafío. No iba a ser fácil cubrirlas. Lo intentaría, pero simular que le importaba era más incómodo que verlas. Mezcló dos productos y comenzó a taparlas. Las veía creíbles aunque la frontera entre ojeras y pómulos seguía notándose. No iba a poder ocultar todo lo que deseaba así que decidió distraer la mirada hacia otra parte. Se colocó un poco de sombras y pensó que la boca roja haría la diferencia.

La tapa de las sombras estaba rota y faltaban algunos colores. Sin duda su hija la había tomado prestado en algún momento. Quizás en la visita del año pasado. Hacía varios meses que no se veían y el dialogo había disminuido. Con el hijo el vínculo era más cercano pese a que su esposa no le permitiera verlo tan seguido. Hablaban por teléfono todos los días y de esa manera se mantenían al tanto de sus vidas. Él siempre estaba a punto de separarse, pero por alguna razón siempre se quedaba. Se veía reflejada en él, con la diferencia de que su hijo podría mantenerse solo. Ella había considerado el divorcio en varias ocasiones, sin embargo no sabía cómo iba a hacer para mantener el estilo de vida de esos niños pretenciosos. La vida hizo que se encontrara con una mujer a la que ella podría culpar de todo. Nunca le gustó su manera de comportarse. La primera vez que la vio, le incomodó sus respuestas monosilábicas. La justificó pensando que se trataba de timidez, pero la rapidez con la que llevaban adelante su relación la desesperaba. Le pidió a su hijo que se tomará un tiempo para decidir si debía formalizar el vínculo y obviamente, aquella mujer nunca se lo perdonó. Se casaron y ahora solo quería que fuera menos sumiso para dedicarle tiempo a él y sus nietos. Veía a esos niños en los cumpleaños y ocasionalmente en algún evento escolar. Le molestaba tener que saber de ellos a través de otras personas.  Buscó el rímel en el neceser y lo pasó por las pestañas. El pulso le temblaba y tuvo que sujetarse con la otra mano para poder terminar con su trabajo. Con eso el sector ojos estaría completo.

Volvió a la habitación y buscó las sandalias. Estaban guardadas en su caja, como corresponde. Es decir, como aprendió a organizar los zapatos de acuerdo al pedido de su esposo. Luego se sentó en la cama y sintió que no quería salir de su casa. Se encontraba segura en ella. No quería ver a nadie y menos a esa gente falsa y soberbia que se decía amiga de su esposo.   Necesitaba dormir, tenía sueño y ya no le importaba tanto la opinión ajena. De todos modos, debía seguir su transformación. Hablaría poco, respondería preguntas estúpidas y así cumpliría, como siempre. En el baño, volvió a tomar el corrector para tapar lo que no le gustaba. Tenía manchas que adjudicaba a la edad y las intentó cubrir. Sintió que su maquillaje dejaba ver un rostro falso, como su vida.

Eligió un labial rojo suave para no escandalizar y se lo probó. No era el tono oportuno entonces se lo quitó besando un pedacito de papel higiénico. Al inicio de su relación ella le dejaba besos marcados en papeles y lo besaba en la calle aunque a él no le gustaran las demostraciones de amor en público. Las consideraba cursis e innecesarias, pero ella no podía resistirse a abrazarlo. La primera vez que lo vio sintió la necesidad de acercarse, quería que él formara parte de su vida sin embargo pasaron más de tres meses hasta que pudieron volver a verse y compartir un café. Él sabía que ella estaba interesada. Físicamente le parecía una mujer atractiva, con un cuerpo armónico y una risa poco sutil. Eso le había dicho al amigo en común que planeó el encuentro. Entonces, ella aprendió a reírse de forma menos escandalosa. Poco a poco fue puliendo su personalidad para resultarle agradable. Perdonó sus infidelidades, sus celos y hasta sus comentarios ofensivos. Las excusas fueron variando. Justificaba su maltrato por el estrés del trabajo, luego lo soportó porque sus niños amaban a su padre y después porque no sabría a dónde ir si decidía divorciarse. Miró el reloj de la habitación y supo debía apurarse. Solo haría un esfuerzo, el último, después podría ser ella.

  El rosa pastel apenas dejaba ver sus labios pintados, por lo tanto se sintió cómoda. Lo guardó en la cartera y se puso su vestido negro. Solo agregó un poco de perfume y partió. No podía llegar tarde al funeral de su esposo.

Relato inédito. Albrecht es profesora de Lengua y Literatura. Su primer libro de cuentos y microrrelatos se titula “Lo que escribí mientras no me mirabas”.