Las piedras de Laura

domingo 27 de septiembre de 2020 | 6:30hs.
Las piedras de Laura
Las piedras de Laura

Guillermo Reyna Allan

Laura tenía una sana y divertida costumbre. En su camino a la escuela iba poniendo nombre a las piedras grandes que descubría.

Así bautizó a aquella que era blanca con algunos matices verdosos con el nombre de Esperanza. También había otras como Amor, Deseo, Renuncia, Aventura, etcétera.

Un día divisó una piedra que sobresalía por su tamaño y color. Más grande que las otras y negra, muy negra. Laura quedó impactada y se detuvo a mirar con avidez mientras pensaba que nombre le pondría. “Será Desdén…mmm, no”, se dijo a sí misma. “Probablemente el mejor nombre sería Odio, o Tristeza. ¡Sí, Tristeza!”, concluyó la niña.

Dejó la piedra negra en su lugar tal como había hecho con sus otras “amigas”. Y siguió rumbo al colegio sin más preocupaciones que las que suele tener una personita a esa edad. Laura tenía 8 años recién cumplidos.

De regreso a casa saludaba a las piedras, a cada una por su nombre. Pero al llegar frente a Tristeza se detenía un rato más, había algo en ella que le producía escalofríos y, a veces, una lágrima brotaba espontáneamente, irrefrenable, con destino de rostro primero y de pañuelito después.

Un día de primavera, cuando el sol que comenzaba a jugar con sus destellos, se percibía el aroma de las flores y el canto de alguno que otro pajarillo, Laura llegó al sendero de las piedras. Allí estaban Amor y Esperanza. Un poco más allá Renuncia y Aromas. Todas en su lugar pero faltaba una: Tristeza.

¿Dónde estaba Tristeza, qué había pasado con ella?

Preocupada por su amiga piedra Laura la buscó con la mirada. Se hacía tarde y no tenía tiempo de otear un poquito más allá, fuera del camino.

Estuvo toda la mañana incómoda. No prestó mucha atención a lo que decía la “Mae” Aurelia. Tampoco jugó en los recreos con sus amigos. Pensaba en Tristeza, su piedra negra, muy negra, que no estaba en el lugar de siempre.

La niña no veía la hora de salir de clases. De volver a casa y buscar a Tristeza.

-¡Hasta mañana chicos! -dijo la directora y, como siempre, los niños salieron casi en tropel hacia la calle. Gritos, risas y saludos fueron el disparador para que Laura, más presurosa que de costumbre, continuara hacia el sendero de las piedras bautizadas y volviera a la búsqueda de Tristeza.



Miraba y no la veía. Daba vueltas tratando de recordar dónde había visto a la piedra negra por última vez.

Casi con desesperanza Laura se sintió vencida. Tristeza no estaba. Siguió entonces el camino a su casa y pensó: “Bueno, mañana la buscaré otra vez”.

La búsqueda de Tristeza le ocupó varios días. ¡Nada!, la piedra no estaba. “Alguien se la llevó y, seguro, la arrojó lejos de aquí”, se dijo la niña.

Desde ese episodio, los saludos a sus amigas piedras se hicieron menos frecuentes. Los pasos de Laura se aceleraban en el camino de las “bautizadas”. El desinterés se hacía cada vez más visible y solo un suspiro se escapaba cuando pasaba por el lugar donde solía estar Tristeza.

Un día, casi sobre el final de la época de clases, Laura volvía a su casa y advirtió que otra piedra negra, no tan negra, estaba en el lugar que supo ocupar Tristeza. El tamaño y la forma eran similares pero no era Tristeza.

La niña se acercó y levantó la roca. Estaba rajada, desde uno de los desgarros se veía el interior de la misma. Era de color rosado, casi rojo. Hermosa. El negro se confundía con los nuevos colores visibles otorgándole un tono singular.

“¡Sí!, es Tristeza, pero ahora es más linda”, pensó Laura. La grieta en la piedra negra, ahora no tan negra, dejaba ver una especie de sonrisa.

“Tengo que darle otro nombre, Tristeza no va con ella”, pensó Laura. Guardó la piedra cerca de la planta grande de mango que había al costado y, muy resuelta, emprendió el camino a casa.

Al día siguiente (era sábado), la pequeña volvió al sendero de las “bautizadas”, saludó a cada una de ellas y corrió hasta el lugar adonde había puesto a Tristeza.

La piedra estaba allí pero lucía distinta. La sonrisa dibujada en su exterior se había ampliado y ahora el rosado-rojo se veía más claramente ganándole espacio al negro.

“¡Ya sé, le pondré por nombre Alegría!”, dijo Laura. Al decir esto Tristeza se partió en dos. De reborde negro y corazón rojo, preciosas, casi inigualables.

“Serán Alegría y Regocijo, las hermanas que vencieron a Tristeza”, dijo la niña y las tomó para depositarlas suavemente en el camino de las piedras.

Laura volvió a sonreír. Y ahora todos los días de camino a la escuela saluda a sus piedras amigas pero deja un guiño de complicidad a Alegría y Regocijo. Sus “bautizadas” más apreciadas.El presente relato fue publicado en el blog del autor: Poedismo