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El perjuicio de la actividad económica ilegal

jueves 24 de septiembre de 2020 | 5:00hs.
El perjuicio de la actividad económica ilegal
La actividad económica ilegal es un fenómeno que se desarrolla en los países donde a los gobernantes no les importa el bienestar general de la gente y buscan mantener a éstos en la pobreza e ignorancia a cambio de obtener votos por dádivas del Estado. En estos países el mecanismo recaudatorio controla sólo las empresas registradas, a quienes agobian cada vez más con una pesada carga impositiva, y quienes están fuera del sistema tienen un paraíso fiscal propio.

Los ciudadanos estamos tan acostumbrados a la situación que no exigimos comprobantes en blanco y el ejemplo a seguir es imitar el éxito económico individual de quienes ejercen la economía en negro. Equivocadamente consideramos que si pagan los impuestos no pueden sobrevivir a la pesada carga impositiva; pero no nos damos cuenta que si todos pagamos como corresponde habría superávit fiscal y eso llevaría a dos cosas: mejora a la calidad y cantidad de servicios a la población y/o rebaja en las cargas impositivas.

Es muy difícil cambiar la voluntad política del gobernante para corregir esta situación, ya que debe aplicar medidas duras con las cuales muchos perderíamos los privilegios alcanzados con esta modalidad de estar negreando y no lo volveríamos a votar para la permanencia en el poder. Eso se piensa con un pueblo desinformado, y es por eso que se debe trabajar como sociedad en hacer conocer la realidad a toda la población.

Los malos ejemplos vienen del propio de los estados nacional, provinciales y municipales, que en las nóminas salariales permiten remuneraciones básicas muy por debajo de la de bolsillo y eso redunda en que el empleado se jubila con un bajo índice. Que la caja de jubilación deja de percibir mucho más del 50% de lo que debería percibir y termina con arcas flacas para repartir en un sistema jubilatorio obsoleto. Que a las obras sociales les ocurra lo mismo en su recaudación y redunde en bajas a las prestaciones de sus prestaciones. Que las ART sufran las mismas consecuencias y entonces eleven las alícuotas para evitar la quiebra del sistema. Esto mismo ocurre en la actividad económica privada informal, en la que se declaran salarios reducidos en horas, y al límite de los mínimos, y parte de éstos sean en negro.

El mismo Estado facilita la práctica de la actividad económica en negro, omitiendo su función de contralor. Para corregir esta situación debemos elegir funcionarios probos que se ajusten a la normativa en beneficio de todos. Inclusive de los que practican la economía en negro, ya que serán beneficiarios de la mejora en las cuentas del Estado, en las mejoras de los servicios y prestaciones y por sobre todo, en las mermas de las cargas impositivas.

Para sacar el país adelante hay que ponerse la camiseta de la honestidad. Sólo con orden y justicia habrá equidad y progreso.

Miguel Zaluski

Doctor Víctor Hugo Decamilli: no me lo contaron, lo viví

Hace una semana nos dejó Víctor Hugo Decamilli. Abandonó esta dimensión envuelto en el más común de los misterios para los que somos humanos y por esa misma condición determinados a un tiempo. Así de simple y contundente: un tiempo de vida que caduce, un  tiempo prestado de respiraciones varias y latidos fuertes, tiempos de intensidades humanas -demasiado humanas- , de goces, penas, enfermedades,  amores, códigos y pasiones. El Víctor doctor  -y también el hombre- amaba la vida . Tanto que había elegido como médico posicionarse en un umbral donde la recibía (a pleno y  con ese no sé qué). Ahí sus manos de ginecólogo y obstetra se transformaban en dos cuencos firmes para  recibir el misterio de un recién nacido, para contener y dar la bienvenida a lo más sagrado que tenemos y también para celebrar con el afecto ese acto único y esencial  que implica conectar con esta dimensión en la que respiramos y somos por un tiempo. Ayudaba al parto, física y energéticamente se entregaba: recibía en ese “trance-doctor” a esa vidita nueva, misteriosa, húmeda, a veces de cabeza y otras más difíciles vía cesárea. La sentía imponerse  con sollozos inaugurales y se  enorgullecía  sin estridencias por haber ayudado a ese tiempo-sagrado del nacer.  Su foco ahí  estaba en la mamá y en el bebé. A los dos cuidaba y alentaba por igual. Después calladamente registraba el nacimiento en un cuaderno que llevaba con él, desde que lo conocí. Hasta dónde supe y seguí, este registro tenía consignados ahí  4.800 nacimientos. De eso, ya hace como diez años, así que estimo la cifra creció en ese tiempo con seguridad a más de 5.000. ¡Qué privilegio  guarda ese dato, sabiendo que somos más los que no llegamos ni a uno de esos alumbramientos!.

Así como ayudaba a la vida a nacer, así también ayudaba a la vida a curarse. Entonces operaba, atendía a pacientes a los que brindaba ese lado humano de calma, contención, esperanza y fuerzas para seguir con lo que sea. No me lo contaron, lo viví: era médico, psicólogo, amigo, consejero de quienes lo  elegían . Amaba su profesión médica. No dejó de atender ni en tiempos de Covid, ni aún aquejado por la enfermedad.  No me lo contaron: lo viví: su yo arrebatado en la vida diaria se transformaba en lo opuesto cuando calzaba el ambo de médico. Era increíble cómo conectaba con la calma, el saber, la contención y tantas cualidades humanas que lo hacían confiable. Sus pacientes confiaban en él y le devolvían afecto a montones. Le agradecían siempre, y a veces tanto que algunas mamás hasta su nombre le ponían al recién nacido como un homenaje. Tan fuerte y firme fue ese lazo que en los últimos tiempos tuvo pacientes que sólo pidieron un turno de consulta para rezarle una oración y transmitirle fuerzas a quien llamaban “mi doctor”.  Fueron ellos los que cuando supieron de su gravedad instalaron una vigilia y cadenas de rezos y mensajes en el sanatorio Simes. Víctor no era una estrella de rock ni un astro de fútbol, y sin embrago era tan conocido y querible que las muestras de afecto hacia él se multiplicaron en estos días. La multitud de plegarias y palabras de aliento que  recibimos hablan de esa dimensión profesional, amigable y respetuosa que supo Víctor tener hasta el último día de vida.

No me lo contaron, lo viví : amaba su profesión de médico. Le dolían mucho, mucho las injusticias del sistema para con estos profesionales. Lo laceraban los negocios del poder que cooptaba voluntades de colegas y los transformaba en otros, alejados del juramento hipocrático. Enternecía la debilidad de sus reclamos frente a un estado de situación que lo sabía asimétrico, injusto y que descuida a los profesionales de la salud y les desdibuja sus roles en pos de una acomodaticia situación de sólo algunos  -muy pocos-. Era un enamorado de las ideas (y a  su modo batallaba sus utopías) y era también un agradecido a su condición de papá de Stefy –que lo tornaba pleno-  . Así de  resumido y simple. Vivió deslumbrado por valores   de la política -que lo formó “de pendex”- , de la juventud, de la amistad, de la profesión, del deporte, de la familia.  Para él eran lealtades que no sólo cultivaba, las celebraba  en encuentros y actos varios (atención a pacientes que siempre fue para él una cuestión impostergable, asados de amigos, partidos de fútbol, tenis; salidas con los “chinverguenchas”, “compatidos familiares”, charlas de colegas, etc).  Fue leal. Vivió con la lealtad a esos valores que lo inspiraban a diario y nunca los trasgredió -inscribo acá  nuestras complicidades, lo que  ciframos y codificamos en nuestra relación de años, solo nuestra, de los dos - .

Le gustaban el sol y las actividades al aire libre. Transpirar con una corrida, entrenar, tomar una cerva con amigos, compartir un partido de fútbol con amigos, gritar los goles de River, o de  Guaraní, celebrar la luminosidad del día y también los misterios de la noche. Amaba el verano y también le gustaba la primavera. Estaba orgulloso de ser misionero y admiraba profundamente el paisaje que lo vio nacer, crecer e irse.

En nombre de toda su familia agradecemos las innumerables muestras de afecto y reconocimiento que le hicieron. Se trata de la siembra, gratificante y humana -como el matiz que le daba a su profesión-, habla de él y de toda la expansión del afecto que generó. 

 Se fue con los últimos días de este invierno raro y de este tiempo denso. 

 Sólo te adelantaste Tatón .

Nora Delgado
Familiar de Víctor Hugo Decamilli
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