2000 ladrillos

domingo 13 de septiembre de 2020 | 1:30hs.
2000 ladrillos
2000 ladrillos

Sergio Alvez

Aquel octubre, se vino la crecida del Yabebirí. Las cincuenta familias de La Boca, lo perdieron casi todo. Ranchos y olerías sucumbieron bajo el agua de ese brazo del río Paraná.  Nada volvería a ser igual. Las gentes abandonaron el lugar y rumbearon hacia el pueblo de Santa Ana, tras la desesperada aventura de intentar sobrevivir. Para cuando el agua bajó, ya no quedaba casi nadie. En  las llanuras verdes y los bañados llenos de palos de La Boca del Yabebirí,  pululaban los perros abandonados y ciertas aves hacían suyas las ruinas de olerías y ranchos que dejó la inundación. Un gurí se había ahogado hace poco.

El fétido aroma de un caballo muerto se conjugaba en el aire con la fragancia del barro y el olor fresco del arroyo. Soplaba un viento cálido y bravío, propio de las siestas misioneras en veranillo. Theodosia, de pie y solitaria ante los restos de su olería,  contempló el malacate, arruinado pero con vida aún. Buscó con la vista a su caballo, Eber.

¡Eber! gritó varias veces,  yendo de un lado a otro del monte que bordeaba el arroyo. Pero nada.

Juntó troncos y se armó una carpa de nylon. Encendió un fueguito. Frente al fogón y bajo un cielo que salpicaba al Yabebirí con luces estelares, decidió quedarse.

A la mañana siguiente apareció Eber.

El animal lucía escuálido y parecía aturdido. Theodosia lo abrazó y comenzó, como siempre, a hablarle. Se lo llevó al arroyo y le lavó el cuero y la quijada. Eber bebió un buen rato,  de esa agua marrón y enturbiada.

-Esto no fue una crecida porque sí nomás. Para mí que esta manga de sinvergüenzas nos largó el agua de la represa para que nos vayemos. No sabé Eber todo lo que pasó, el infierno que pasamos. No te da una idea. Me imagino que vos también por lo que veo. ¿Será que vas a poder hacer ladrillo conmigo Eber? Está muy fea la cosa. La gurizada viene a pescar mojarras para dar de comer a sus familias en el pueblo. No hay trabajo allá. Mirá un poco Eber, nosotros los oleros, cenando mojarras. ¡Decíme un poco Eber! ¡Vamos a hacer ladrillo carajo!

Los próximos días, Thedosia consiguió aserrín, preparó la tierra negra, arregló los moldes y secó por completo uno de los pocos hornos que había quedado en pie. Cortó leña. Le vendió con anticipo, dos mil ladrillos a don Macario, un comerciante que estaba terminando su casa en Garupá. Había que comenzar a producir. Por suerte, Eber mejoró considerablemente su estado y vigor desde el reencuentro con su dueña.

Llegó el día. Amanecía rojo el bañado. Theodosia ató a Eber al malacate.

-¡Vamos, compañero! ¡Comenzamos! – le gritó palmeándole con la fuerza necesaria.

Tras un relincho , el animal comenzó su dura faena.

El esfuerzo fue colosal. Faltaba poco para cocinar esos dos mil ladrillos. Pero en cierto momento de la tarde,  Theodosia oyó una explosión cercana. Eber se volvió loco. Se soltó del malacate y desbocado, emprendió una demencial carrera hasta perderse de la vista de su dueña.

Desde temprano, en la mañana siguiente,  Theodosia hizo propio el trabajo del caballo. Se le encallaron las manos y su espalda obtuvo la dureza del lomo de un cebú. Giró durante horas como la aguja lerda de un reloj, aferrada a ese palo roído. Cada tanto, cuando las fuerzas amenazaban con abandonarle y la pulsión en las sienes le explotaban la piel del cráneo, gritaba con toda fuerza el nombre de su caballo: hay quienes dicen que ese aullido llegaba al cerro y hasta el puerto. De tanto en tanto, se oían también nuevas explosiones de aquel obraje cercano.

El secretario de Macario vino a buscar sus dos mil ladrillos el jueves. Gracias al Gauchito Gil, pensó Theodosia, aquel hombre vino con un peón, que se encargó de cargar todo.

Theodosia recibió el dinero y lo guardó muy bien. Fue su última noche en la carpa.

Con plena esperanza de que Eber se diera a ver, pegó unos buenos gritos esa mañana mientras desayunaba mate con reviro. El caballo nunca apareció. Theodosia se fue. Dejó tras de sí el malacate, el horno y el arroyo. En Luque, allá en Paraguay, le esperaba su hermana Sixta, junto a sus hijos y la promesa de una nueva vida, vaya a saber, pensaba Theodosia, tal vez más o menos dura que la que dejaba.

Relato inédito. Alvez nació en Posadas. Es periodista y escritor. Publicaciones: Urú y otros relatos, libro de cuentos. Y Descubiertero.