La manta de los recuerdos

domingo 30 de agosto de 2020 | 3:30hs.
La manta de los recuerdos
La manta de los recuerdos

Angela Maldonado

Mi familia ha pasado por etapas de aislamiento, terapias intensas, tratamientos sin regresar al hogar. Padres y hermanos están en manos de la ciencia. He quedado a cargo de la casa, esperando. Viviendo una angustiosa pero, valga la expresión, esperanzada cuarentena.

Mientras aguardo que todo pase reviso placares, armarios, cajones reservados que no encierran más arcanos que los que mi alma me crea a medida que pasan los días.

Son los misterios que viven o reviven en el encuentro o el reencuentro con estas cosas olvidadas que para muchos no tendrían más valor que el de viejas prendas y trastos o abandonados trapos, signos de la época pre pandemia. De los días antes que se descubriera que el aire ya no era tan respirable y el espacio terrenal no tan saludable.

He empezado a vivir aislada en la casa donde vivían mis abuelos y luego mis padres y yo que es la misma en la que nacieron mis hermanos, donde se criaron, estudiaron, celebramos cumpleaños y logros en la escuela y el colegio y en el deporte.

Y de donde, como aves resueltas a crear un nuevo nido, debieron partir a prolongar la especie, es decir, crear la familia. Entonces volaron con las alas – dicen qué -, del amor, que tal vez para mí fueron de olvido.

Hoy sola, recorro la casa. Soy la única que quedó aunque recluida y sola. Con más de cinco meses de encierro ya hay poco por hacer, ¿mirar las ropas que han quedado? ¿Embolsarlas para llevarla al basurero?

¡No…! No puedo. No quiero tirarlas. Son para mí la presencia añorada. Las memorias de un tiempo que creímos eterno pero que se esfumó a causa de… ¡un virus criminal!

Son esas telas, esos cintos, los botones, lanas y prendas para inviernos y suaves sedas primaverales, lisas o con diseños floreados que me recuerdan que afuera prospera la floración de los lapachos lilas, blancos, amarillos y que las azaleas desde los jardines se complacen en competir con ellos.

Encuentro también pantalones, sacos y chalecos negros y serios casi funerarios, como para las exequias de esas pasadas horas de amor familiar, filial, es decir, felicidad. Y aprecio con dolor su rancio perfume, que, como resabio del tiempo de encierro, se ha vuelto olor mediante el cual la memoria se activa y los recuerdos duelen en el corazón.

Lentamente he cubierto las manchas y el desvaído color del sillón grande de la casa y sus flores de brocato, sobre él he ubicado una hermosa manta de crochet que inició la abuela, cortando tiritas de las telas de prendas en desuso antes de la alienación y el horror de la peste. Yo la continué como si al trenzar y tejer cada tira estuviera tramando una urdimbre donde resguardar los añorados días de un ayer no muy lejano.

Ahora espero como tantas y tantos el final de la historia. Se anuncia un pronto último capítulo del terror, de la amenaza del contagio. Entonces sabré quienes vuelven a casa. A quienes me quedan por abrazar. Y si podré regalarles mis mantas y alfombras tejidas o me quedaré con ellas como vistosos y artesanales recuerdos de la época de pandemia.
Maldonado reside en Posadas, es artesana. Escribe poemas y microcuentos