Anécdotas de Don Cacho: El Madariaga
domingo 16 de agosto de 2020 | 11:26hs.
Anécdotas de Don Cacho: El Madariaga
Posadas década del cuarenta. En el cordón de la vereda donde el cemento se vuelve esquina y la tarde nochecita, los de la barra de Colón y Rioja nos sentábamos meta charla después del baño sin tierra, sudor y raspones. La conversa era variada, pero hacía punta la del Cine Teatro Español del “Continuado” de los miércoles, con películas “de miedo, de besos, de música, de coboy” (traducción local). O las emocionantes series de “Flash Gordon” -un intrépido del espacio, un astronauta prehistórico en cohetes de bajo costo que levantaban vuelo desde el piso-; o la del Potro Pinto, que arrancaba cada capítulo con el caballo parado en dos patas saludando con sombrero de vaquero y hacía estallar las butacas con gritos y silbidos de tres soplos. El hombre era un ídolo; desenfundaba el Colt como ninguno y era tan rápido que se daba el lujo de darle un giro al arma previo al disparo que impactaba en el hombro del maldito y le hacía saltar el revólver por los aires… había un tambaleo previo y a morder el polvo. El festejo en las butacas era una fiesta o mejor un infierno. Tan solidarios con el coboy que en cada final de capítulo - siempre en situación de riesgo-, cuando algún “bandido” lo acechaba por detrás (mejicanos con sombrero y cara picada de viruela por lo general) la platea, sin grieta alguna ayudaban a los gritos… “cuidado atrás, date vuelta” justo en el momento de The End… y a esperar hasta el próximo miércoles. (Lo que no puedo dejar de recordar era la impresionante puntería del tipo: cuando estaban por colgar al individuo equivocado, el hombre desde el caballo, en el momento justo, le apuntaba a la soga, dedo al gatillo y ¡Bang!, la partía al medio…)
Durante la semana se armaba un capítulo propio entre la muchachada, se desenfundaba con la derecha, con la izquierda en veloz movimiento se ponía el gatillo en modo disparo, el pulgar al cielo, los tres últimos dedos recogidos y el índice apuntando al enemigo mientras el disparo salía por la boca. Bala va bala viene y el problema era que nadie quería caer. Se repetían los tiros, algún sonido tipo disparo que pega en la piedra, alguno que se tiraba en palomita atrás del ombú, otro que acostado en el suelo seguía disparando y algún pichado que se iba de pichado por falta de heridos o muertos.
Cuando estallaron las hormonas, los relatos prohibidos llevaban la delantera. Para ubicarnos en el tiempo: sexo y pecado iban juntos. Al órgano reproductivo de ambos sexos se les decía “las malas partes”; o “hacer uso” a tener relaciones. Era un modo encubierto de decir las cosas por su nombre… sin su nombre. En el cordón de Rioja y San Lorenzo era un tema recurrente. Venían de un hermano mayor que se pavoneaba como si fuese de máxima experiencia; o algún relator de novelas eróticas como supuesto protagonista. Corrían datos verdaderos o fake news; pero lo que realmente corría era la ansiedad de que llegara el momento del debut, de saber cómo era, si era con besos, si había que sacarse la ropa o solo destapar la bragueta; si era con conversación o ni falta que hacía. Pero el tiempo de espera no estaba desperdiciado, el entrenamiento en solitario nos mantenía alerta para el ansiado día D.
Mi primera aproximación al Hospital. Circuló la noticia de que por la López Torres había una señora que brindaba servicios también a jóvenes. Trabajadora sexual independiente en su propio domicilio. Antiguamente no había facilidades para ambos sexos como en la actualidad. Había que pelarse “para conocer el amor”. Con el dato firme enfilamos de nochecita para la López Torres, nervios, condón y unos pesos en el bolsillo. La avenida era de tierra, bajada y en medio de la calle como una rotondita, un pozo público de agua donde se abastecía la gente, después una rivada y a la izquierda…nos esperaba el amor. Un poco más lejos, el Hospital
El tucu tucu del corazón iba por delante tanteando en un sendero de piedras y matorrales. No me acuerdo si entré primero o segundo; (el episodio quedó tan lejos que mi memoria no lo alcanza. Pero lo central vive firme archivado en el cerebro, sólo abrir el cajón y salta). Llegando a destino, toc toc en la madera y… “adelante” desde adentro.
Hoy diríamos que se trataba de un monoambiente total. Adentro una media luz inquieta alimentada por una lámpara a querosén; la penumbra se disputaba entre dos camas: una chica donde dormitaban más de un hijo y la mayor, la del oficio. No recuerdo de la tal de María Plé Plé- ese era el dato- si era joven, si era grande, gorda o flaca, linda o fea. Lo único que interesaba era el misterioso orificio del que tanto hablábamos y nadie conocía. Tampoco recuerdo si toqué el cielo con las manos, o no era para tanto. Recuerdo sí, que “entré uno y salí de otro”, (al decir de una empleada de la región). Volví esa noche navegando a baja altura sin alas y sin motor.
Pero lo del Hospital Madariaga comienza acá. Se lo construyó en 1918 denominado como “Hospital Regional Común de Posadas”. Era el pabellón Central en solitario; después se agregó maternidad y bien separado el Pabellón de infecciosos, con la tuberculosis como principal cliente. En 1953, con Perón en la Presidencia, tuvieron la no muy original idea de cambiarle el nombre: “Hospital Central Juan Domingo Perón…” Y ahí nomás en el 55, la “Revolución Libertadora” se tomó revancha: Dr. Juan Ramón Madariaga.
Vasco español, llegó a Misiones traído por el Gobernador Lanusse. Se destacó como médico y filántropo. Liberal del siglo XIX, progresista diríamos hoy, se incorporó a la Logia Roque Pérez. “Vivía austera y dignamente dejando la rica herencia de su vida ejemplar, el perfume de las buenas obras, que fue sentidamente valorada por el pueblo que lo acompañó en masa hasta su última morada…” Palabras en el Centenario de su fallecimiento.
Vuelto a Posadas, ya médico, me encontré con una situación que no se repitió en política: Intendente uno, Gobernador otro. Brañas PJ, Losada radical. Ramón Arrechea Secretario Municipal, me ofreció un trabajo en una salita de primeros auxilios. Don Mario, en el IPS y médico ad honoren en el Madariaga por cuenta propia. Al mismo tiempo, cirujano del Sanatorio Nosiglia, convocado por el doctor Teodorico Krieger… Cartón lleno.
Hablo de 1966. Tres trabajos me encantaban. El del IPS era de oficina, duró poco y fui eyectado con el golpe militar de Onganía; lo que no me preocupó porque era bastante argel. En el Hospital, concurrente sin nombramiento. Consultorio, la sala de internados y el quirófano. Ya tenía entrenamiento, pero los pacientes eran de un mundo diferente.
Consultorio: enfermo varón, consulta por supuestas hemorroides. Lo examino y encuentro un chancro sifilítico. Se viste y le digo, “pero vos no tenés hemorroides, vos anduviste haciendo uso por atrás…”. Pone cara de sorpresa, cara de estar tratando de recordar, el silencio se alarga… y ante la imposibilidad de zafar, como si encontrara algún dato me dice: “Eeeeh…capánomá”.
Sala de internados: llego una mañana y me comenta la enfermera, “aquel viejito de la última cama, mató a dos”. Camino cama por cama y llego al lugar del homicida. Con tonada incrédula le pregunto. “Fulano, me dijeron que vos mataste a dos personas”. Me responde extrañado, boca de sorpresa, hombros levantados: “no sé, yo les dejé vivos…”
Internado II. Por pudor jamás preguntaba, en una operación fallida, por el autor de la cirugía. Me encuentro con una eventración (operación fracasada de hernia), y lo que nunca, le pregunto: “y a vos quien te operó”, “y vódoctor…”
Quirófano: operación ginecológica. El día del alta: “fulana, por lo menos por un mes no vas a poder hacer uso”, “hay no sé Doctor” ¿por qué?, “porque mi marido es muuuy goloooso”.
Quirófano II: Paciente nerviosa: “Doctor y ¿tiene que ser con anestesia general?”. “Sí, no se puede con otra. Pero qué, ¿tenés miedo de morir con la anestesia?” “Peor, tengo miedo de hablar”.
Quirófano III. Anestesista: “¿Señora cuántos años tiene?”. “Cuarenta, doctor”. “Enfermera, prepáreme una anestesia para cuarenta”. “¡Noo doctor, tengo cincuentaa…!”
Cirugía experimental: Con J.C. del Longo, nos quisimos adentrar en cirugía hepática. Conseguimos la donación de un cerdo (hígado similar al humano). Anestesia y al bisturí…Tarde, al anestesista se le fue la dosis y murió el chancho. Uno de los asistentes se burla: “ni para carniceros están ustedes…” Anestesista: “¡nunca falta un familiar enojado…!!”
Consultas: Logia R.P. Centro Vasco. Misiones tiene Historia