El Aconcagua, vencido por dos montecarlenses en 1963

domingo 09 de agosto de 2020 | 6:00hs.
Alfredo Poenitz

Por Alfredo Poenitz Historiador

Don Federico Plocher es un montecarlense hijo de pioneros alemanes fundadores de esa Colonia en 1920. Nacido en Montecarlo en 1931 transcurrió toda su vida en el lugar al que vio crecer y poblarse. Conoce, por consiguiente, las historias familiares de los linajes tradicionales del pueblo. Por amor a su terruño y deseando dejar a la posteridad rastros materiales de la historia del lugar, ha fundado con su propio esfuerzo y dinero un museo muy pintoresco en Montecarlo, al que ha denominado “Huellas del Pasado”. Allí, quienes lo visiten no sólo se encontrarán con los más variados testimonios del pasado montecarlense, sino también con la grata atención de su propietario que oficia con indisimulada alegría de orgulloso guía de su museo.

Pero don Federico Plocher no sólo se ha preocupado por dar un espacio a la historia de Montecarlo en su museo sino que también ha escrito un muy interesante libro, “Historia de Montecarlo” donde narra los orígenes de la colonia, los primeros pasos del pueblo y las historias familiares de los pioneros. Todo acompañado de anécdotas como la de este artículo, recogida del libro de Plocher.

A fines de diciembre de 1962, dos intrépidos jóvenes de Montecarlo, Federico Spengler (37 años) y Sigfrido Plocher (sin dudas perteneciente a la familia de don Federico, que contaba entonces con 27 años), atraídos por las anécdotas de tres jóvenes maestros alemanes residentes en Eldorado y Montecarlo que en 1945 habían concretado su sueño de escalar el pico más alto del continente americano, el Aconcagua (del quechua Ackon Cahuak, Centinela de Piedra) decidieron repetir la hazaña.

Para ello prepararon un Jeep al que ataviaron con los elementos necesarios para el largo viaje hacia Mendoza que duró ocho días. El 17 de diciembre estuvieron en la capital provincial iniciando el ascenso del mítico monte andino. El 21 de diciembre habían arribado a Plaza de Mulas donde permanecieron cinco días para aclimatarse. Allí conocieron una delegación mexicana que había hecho cumbre días anteriores. Fueron estos andinistas informantes fundamentales para el logro del objetivo final.

El 27 de diciembre iniciaron la primera etapa del ascenso. Al día siguiente, después de haber pasado la noche en un abrigo a 6.000 metros alcanzaron la altura de 6.500 metros instalándose, con una temperatura de 24 grados bajo cero en un precario refugio denominado “Independencia” desde donde planificaron el asalto final a la cumbre. Pero una fuerte tormenta de viento y nieve los obligó a descender nuevamente a la Plaza de Mulas desde donde partieron una vez más hacia el refugio “Independencia” el primer día del año 1963. Cuenta don Federico Plocher que el día 3 de enero, fecha en la que vencieron al coloso de América, “… les deparó un amanecer deslumbrante…prepararon sus pertenencias y a las 10 iniciaron el ascenso llegando por segunda vez al valle que permite el ascenso definitivo al ansiado pico, en ese momento libre de nubes. El avance fue lento, metro a metro, midiendo los pasos. El aire se encontraba muy enrarecido y les exigió respirar por la boca….hasta alcanzar la Cruz de la Cumbre, con enorme emoción”. Eran las 12.05 del 3 de enero de 1963.

Por lo que narran sus protagonistas y lo repite don Federico Plocher, existía un libro en el lugar, bajo una piedra marcada al pie de la cruz, el que era firmado por quienes lograban arribar a los 6959 m del pico del Aconcagua. Allí dejaron testimonios de la proeza: dos platos de madera pulida con la inscripción “Aconcagua 1963, Federico Spengler y Sigfrido Plocher”, una plaqueta con la inscripción “Provincia de Misiones” y el escudo del Club Gimnasia y Esgrima de Montecarlo. Del mismo modo recogieron, como es costumbre entre quienes se atreven a esta proeza, los testimonios dejados por los mexicanos, una bandera de su país y un escudo del club al que pertenecían los andinistas.

Sólo 20 minutos permanecieron en el lugar debido al intenso frío. Sigfrido fue afectado por una seria molestia en los pulmones que los obligó a permanecer varios días en el refugio “Libertad” a 6000 metros.

El 13 de enero de 1963 regresaron a su pueblo, felices por la hazaña. Si tomamos en cuenta el escaso apoyo tecnológico con el que contaron estos intrépidos misioneros, como así la elemental vestimenta de lana tejida por las manos de la esposa de Federico y los zapatones para la nieve construidos en sólo 24 horas por un italiano en su paso por Buenos Aires, la escalada de Spengler-Plocher toma dimensión épica.

El espíritu aventurero de estos dos montecarlenses no terminó allí. Muchos años después, en 1986, con unos cuantos años más vividos, pero con el mismo ánimo juvenil decidieron hacer frente a otra gran hazaña. Unir en un bote la ciudad de Montecarlo con la capital argentina, Buenos Aires, por el río Paraná. El 21 de septiembre de ese año partían del puerto misionero consiguiendo el objetivo previsto 21 días después.

El 20 de febrero de 2009, el diario El Territorio recordaba el heroico acontecimiento en el Aconcagua con una entrevista a Sigfrido Plocher, que contaba entonces con 74 años. Hacía un par de años había fallecido su compañero de aventuras. En referencia a aquél, decía don Sigfrido que “…era diez años mayor que yo, un aventurero que había recorrido medio mundo. Yo era entonces profesor del Club de Gimnasia de Montecarlo, cuna de deportistas. Fuimos instruidos por un maestro de Eldorado, escalador alemán del Tirol en los Alpes, exiliado de la Primera Guerra en Argentina”.

Las nieves eternas del coloso de América y la tierra colorada se hermanaron a partir de entonces gracias al coraje de estos dos andinistas montecarlenses.