Somos parte de la naturaleza

domingo 02 de agosto de 2020 | 6:00hs.
 Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Hay un dicho popular que decimos rápido y sin pensarlo mucho, pero es tan cierto que asusta: Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca. Los creyentes sabemos que el amor es parte de la esencia de Dios y el amor perdona siempre. Los hombres somos capaces de amar y por tanto de perdonar y en eso nos parecemos un poco a Dios. La naturaleza en, cambio, tiene leyes inexorables que se cumplen a rajatabla. Es cierto que Dios las podría suspender, pero no lo hace porque para algo las puso: visto así, los milagros son contrarios a las leyes que Dios estableció para que se cumplan. Eso sí, de vez en cuando muestra que puede caminar sobre el agua o hacer que las vacas vuelen; quizá por eso no hay que asombrarse tanto cuando alguien se cae al suelo ante algún fenómeno que parece sobrenatural: es por la ley de la gravedad.

Recordaba la semana pasada un dicho también popular que se atribuye a los sabios de la Universidad de Salamanca en tiempos de Cristóbal Colón: lo que la naturaleza no te da, Salamanca no te lo presta. La frase se aplica a los estudiantes, a quienes les aclara por las dudas que si la naturaleza no los dotó con inteligencia, los sabios de la universidad no podrán hacer nada por ellos. Y tampoco pensaban demostrar si la tierra era redonda como una pelota o plana como una pizza.

La admiración por la naturaleza hace que nos sintamos espectadores ajenos, lejanos... como si la viéramos por el canal 64 de Cablevisión. Y no es así: los humanos somos parte de la naturaleza. Somos cien por cien animales. Racionales, pero animales al fin. Somos blancos, negros, amarillos, marrones, petisos, viejos, jóvenes, gordos, flacos, altos, rubios, crespos, peludos lampiños, pelirrojos, morochos, orejudos, narigones... pero somos todos de una sola especie de animales inteligentes y libres que habitamos todos los climas, las alturas y bajuras, las longitudes y latitudes; andamos por tierra, por agua y por aire hasta salir al espacio sideral. Somos depredadores capaces de degradar la naturaleza o conservacionistas incapaces de matar un mosquito. Somos los amos y señores de la creación, pero somos parte de ella y no nos podemos salir por más libertad que tengamos. La naturaleza cuenta con nosotros, convive con nosotros, se defiende de nosotros, se sirve de nosotros, nos regala sus frutos, nos enferma y nos cura, nos parasita y nos mata... y termina llevándonos a su seno, como a todos los animales y vegetales de la creación.

Hoy más que nunca sentimos esa realidad. Seremos los amos y señores pero también somos incapaces de ganarle a un virus invisible que ni siquiera sabemos si es animal, vegetal o mineral. Llevamos meses dándole vueltas a la rosca de la cuarentena porque lo único que atinamos es a escondernos en la caverna hasta que pase la peste. Hemos avanzado mucho pero no hemos avanzado nada, estamos igual que hace dos millones de años y también igual que hace cuatro meses, siempre contando el cuento de la buena pipa.

La naturaleza nos está dando una lección que podemos aprender aunque seguramente la olvidaremos enseguida, cuando volvamos a creernos sabiondos y todopoderosos. Nuestra fucking soberbia nos convirtió en el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Creemos que lo sabemos todo y no sabemos nada. Quiero decir que nos tiene en jaque un virus que ni tiene cerebro ni piensa. Somos tan poca cosa y a la vez nos la creemos tanto que nos hemos convertido en inexplicables y la culpa es de nuestra soberbia individual y colectiva.

Pestes ha habido unas cuantas en cada siglo de nuestra historia y seguimos igual que cuando apareció la primera, que fue allá lejos y hace tiempo, cuando aprendíamos a hacer fuego para asar los crocantes chinchulines del mamut.