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La universidad debe enseñar a pensar

domingo 19 de julio de 2020 | 5:00hs.
La universidad debe enseñar a pensar
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Emilio Fermín Mignone y José Luis Cantini tenían edades semejantes: uno nació en 1922 y el otro en 1924. Mignone murió en 1998 y Cantini el 28 de enero de este año. Se conocían y apreciaban porque además de ser expertos en educación, los dos ocuparon cargos parecidos en gobiernos también parecidos y fueron rectores de universidades nacionales. No pensaban para nada igual en muchas cosas, pero los dos eran inteligentes además sabios y también hombres de fe.
Mignone era un peronista católico (un género dentro del peronismo); un tipo con una inmensa formación y un bocho descomunal. Su vida cambió completamente el 14 de mayo de 1976 cuando un comando de la Armada se llevó a su hija Mónica por el delito de ser asistente social en una parroquia del Bajo Flores. Mónica nunca apareció a pesar de que Mignone movió cielo y tierra para encontrarla, pero sus desvelos sirvieron para salvar de la muerte a otras personas. Emilio era amigo de mi padre y conocí bien a su familia, sobre todo a otro de sus hijos con quien compartimos la misma edad y batallitas de nuestra época universitaria. A principios de los años 90 me orientó en la creación de una facultad y me convenció de las bondades de la universidad medieval.
Me volví a encontrar con Emilio Mignone y José Luis Cantini mientras buscaba documentación sobre las incumbencias, ese término que significaba lo peor de la acreditación de nuevas carreras universitarias y que fue anulado por la Ley de Educación Superior de 1995 (24.521). Anticipaba la semana pasada que la ley anuló unos trámites escabrosos pero no anuló la universidad napoleónica: una lástima porque Bonaparte terminó con el concepto esencial que traían hacía más de 200 años las primeras universidades americanas. Por si no leyó las columnas de los domingos anteriores, le recuerdo que la universidad original es el lugar donde todos estudian, mientras que la de Napoleón es donde unos enseñan profesiones y otros las aprenden.
Con la colaboración de Cantini y de otras personas, Mignone elaboró un sesudo documento llamado Las Incumbencias que publicó en 1994 el Centro de Estudios Avanzados de la UBA. Pero además consiguió del presidente Carlos Menem el decreto que anulaba las incumbencias para las carreras que no comprometieran el interés público y también para los aspectos que no fueran de interés público en las carreras que sí lo fueran (decreto 256/94). El concepto entró luego en la redacción de la Ley 24.521; pero esa ley amplió el criterio de interés público a la formación universitaria, así que por las dudas cualquier carrera debe establecer sus incumbencias aunque no las llame así: hay que numerar de manera precisa y taxativa todo lo que se le permitirá hacer a los graduados, bajo pena de ejercicio ilegal de la profesión si se pasan un pelo de esa lista exhaustiva. Tan loco es lo de las incumbencias que si en la carrera de gastronomía no pusieron el budín de pan entre las incumbencias, sus graduados cometen un delito cada vez que hacen un budín de pan.
La universidad es un invento de la Iglesia medieval, así que su sostenimiento seguía entonces la lógica de los bienes eclesiásticos y de las relaciones de la Iglesia con los príncipes. Hoy está clara la ecuación económica de la universidad que enseña profesiones, que es mantenida por el estado en el caso de las públicas y por las cuotas de los alumnos en las privadas. En cambio, la universidad anglosajona, heredera directa de la medieval, se sostiene de dos recursos complementarios.
1. Las rentas del endowment de la universidad: una torta de plata que siempre se acrecienta y nunca se reduce; por eso sus presidentes no son académicos sino expertos fundraisers.
2. Las donaciones de los graduados, que aportan mucho más que las cuotas de los estudiantes, porque saben que su título valdrá según el prestigio de la universidad en el presente: cualquier inversión en el alma mater es una inversión en uno mismo.
La educación es la única palanca capaz de sacar a la Argentina de su espiral de decadencia: es la inversión más necesaria, la más barata y la más urgente para conseguirlo. Mire si un día aprendemos a pensar, como querían Emilio Fermín Mignone y José Luis Cantini...
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